Tras desentrañar los secretos (y las mentiras) del clan Pujol en La sagrada familia (2022), David Trueba continua con su compendio audiovisual de los episodios nacionales de la España contemporánea con un falso retrato de la reina Sofía. Falso no porque se oponga a la verdad histórica, sino porque su figura es utilizada como pretexto para abordar el periodo monárquico iniciado en 1975 (y sus más inmediatos antecedentes).
Digamos pues que, más que una biografía al uso de la hija de Pablo I de Grecia y Federica de Hannover, la perspectiva de esta miniserie que HBO Max estrenó el 23 de junio utiliza a Sofía como marca cronológica para establecer un punto de partida. A partir de ella, y empezando por su atribulada infancia, Trueba, acompañado en este viaje jalonado de altibajos por el periodista y productor Jordi Ferrerons, repasa pasado y presente de una institución que lucha por sobrevivir en un tiempo que ya no es el suyo.
Este reportaje de cuatro episodios que bien podría incluirse en cualquier emisión de Informe Semanal se nutre de un buen puñado de entrevistas a periodistas (de Ignacio Escolar a Luis María Anson, pasando por Màrius Carol), corresponsales de Casa Real (Mábel Galaz, Carmen Enríquez o Ascensión Rodríguez), historiadores, politólogos, juristas y políticos de muy distinto signo (José Manuel García-Margallo, José Bono o Iñaki Anasagasti).
El mosaico de testimonios, el apoyo del material de archivo, un montaje que opta por la secuenciación corta (por la píldora informativa antes que por la reflexión pausada) y una música que acompaña a cada fotograma como si fuese un solícito ayuda de cámara, componen el andamiaje que sostiene una obra cuyo interés radica únicamente en lo temático (los adictos a estos asuntos la devorarán).
Por lo demás, Sofía y la vida real puede verse como la secuela de Salvar al rey, otro reportaje que se hace pasar por documental dirigido por Santi Acosta también para HBO, puesto que aborda cuestiones muy similares y repasa, prácticamente, los mismos acontecimientos, si bien introduce algunos matices que habría que tener en cuenta.
['Salvar al Rey'... Felipe VI]
Si en el primero se pasaba de puntillas por el caso Nóos, aquí la presencia de periodistas como Ernesto Ekaizer o Ignacio Escolar y, sobre todo, la aparición del juez instructor del caso, José Castro, dejan muy claro el conocimiento que la Infanta Cristina tenía de los negocios fraudulentos de su marido, Iñaki Urdangarin.
Los mecanismos de esos tejemanejes engrasados con el aceite de la corrupción son puestos en evidencia, especialmente en un episodio final en el que se da voz a dos reporteros suizos (Sylvain Besson y Marie Maurisse) que indagan sobre la aparición de 100 millones de dólares en una cuenta que el rey Emérito tenía en el banco Mirabaud, a la que fueron transferidos por orden del Ministerio de Finanzas de Arabia Saudí en 2008.
Lo que era un supuesto regalo derivó en una causa instruida por el fiscal suizo Yves Bertossa (y hoy archivada) para tratar de buscar el origen de ese dinero. No se pudo demostrar que la desorbitada cantidad -que luego Juan Carlos I transferiría a su amante Corinna Larsen- procedía del cobro de comisiones ilegales por la construcción del AVE a la Meca. De hecho, varios de los entrevistados apuntan que el dinero no fue más que el pago por la labor de blanqueo del régimen saudí que el rey llevó a cabo durante la visita oficial de 2007.
La trama, que no tiene desperdicio, cuenta con actores tan conocidos como el excomisario Villarejo (de sus audios salió la información sobre los movimientos del dinero) o Arturo Fasana, gestor de la cuenta suiza del abdicado monarca y, a su vez, de las cuentas ocultas de la cabeza visible del caso Gürtel, Francisco Correa.
Ese hilo de pesquisas deriva en una clara conclusión que excede el archivo de la causa: el perímetro de seguridad que Felipe VI ha levantado alrededor de su padre -iniciado con la renuncia a la herencia familiar- está estrechamente relacionado con un modelo de financiación irregular del que el regente actual también era beneficiario a través de las fundaciones Zagatka y Lucum (de las que se desentendió cuando la prensa las sacó a relucir).
Ese trabajo de investigación también insiste en el dudoso papel de unas consortes –la Infanta Cristina, sí, pero también la Reina Sofía- que siempre han entendido que el desconocimiento de lo que hacían sus maridos era sinónimo de inocencia, porque de todos es sabido que los palacetes, los aviones privados y las largas estancias en Londres se pagan solas.
La teleserie de Trueba y Ferrerons deja pocas dudas al respecto de los oscuros asuntos que envuelven a la familia real mientras se dedica a retratar la evolución que ha sufrido la institución a partir de sus representantes, desde una reina despreciada por la población española durante el franquismo a la mujer que, en un ejercicio de responsabilidad y profesionalismo, encandelabrada hasta el techo, aguantó los cuernos como quien aguanta una corona y soportó estoicamente los desmanes de Juan Carlos porque, lo habrán oído muchas veces, es lo que toca. Una reina sufridora.
De ser una figura casi odiada -una extranjera que habla mal el español- a superar en los índices de popularidad a su hijo, Sofía hizo el camino inverso al de su marido, el rey campechano que se ganó a la ciudadanía durante el 23-F -un señor para el que se tuvo que acuñar un sustantivo: el juancarlismo- y que después fue dilapidando su crédito mientras iba pillando comisiones de aquí y de allá y viviendo a todo tren hasta que a su hijo no le quedó más remedio que mandarlo de vacaciones perpetuas a los Emiratos Árabes, un nido de demócratas en el que el Emérito puede seguir cobrándose favores.
Los adictos a la prensa rosa también tendrán su ración de rumores, pues no faltan exégetas de la familia real (los incombustibles Jaime Peñafiel y Pilar Urbano) que den sus interpretaciones sobre las filias y las fobias, los desplantes y las aproximaciones de unos y de otros. En este aspecto, el momento más interesante se produce cuando varios periodistas ponen en duda las declaraciones vertidas por la reina Sofía en el libro de Pilar Urbano La reina muy de cerca, en las que se muestra como una mujer ultraconservadora.
[¿Por qué lo llaman documental cuando quieren decir reportaje?]
No son pocos los que señalan que Urbano arrimó la ascua de la Reina a la sardina de su ideología para hacerle decir lo que más se adecuaba a la manera de pensar de la periodista. Ahora bien, no sorprenden tanto las (presuntas) afirmaciones de Sofía –una reina antiabortista y contra el matrimonio homosexual, vaya sorpresa- como el hecho de que se atreviera a pronunciarlas públicamente, teniendo en cuenta que, a lo largo de toda su vida, guardó las apariencias como buena mujer del César. En todo caso, el libro de Urbano sigue a la venta y nadie la ha denunciado por calumnias.
Valga este ejemplo final para concluir que en Sofía y la vida real las partes más interesantes sigue protagonizándolas Juan Carlos porque de ella, en realidad, solo se sabe lo que hemos visto por televisión. Quizá lleguemos a creernos que, como profesional de las apariencias, Sofía ha terminado siendo lo que vendía en sus apariciones públicas, pues nada se nos cuenta de sus largas estancias en Londres ni de que ha hecho en esos prolongadísimos tiempos muertos en los que ha vivido separada de su marido y al margen de la vida cortesana. Quizá ahora entiendan mejor por qué Sofía y la vida real es un falso reportaje sobre una reina.