Iñaki Anasagasti: "Mi canción del verano es el Euzko Gudariak"
"Odio las sandalias; me recuerdan a las órdenes mendicantes y a los hippies" / "No quiero saber nada hasta septiembre de la gente de Podemos que habla sobre Cuba o Venezuela".
31 agosto, 2021 02:18Vuelve Iñaki Anasagasti. Con su gorra de langosta puesta. El súper villano más temido por Juan Carlos I se levanta de la siesta. Y zurra, vaya que si zurra. A cascoporro. Iñaki odia las chancletas, las sandalias y las tiendas de campaña. Le recuerdan a los hippies y a las órdenes mendicantes. Aun así, va al campo cuando se lo pide su chavala, la misma desde que le salieron pelos en los... sobacos.
Iñaki nació en Venezuela. No quiere saber nada de la gente de Podemos que habla de Castro y de Maduro. Nunca ha llegado a las manos con nadie, aunque ganas no le han faltado. Dice que hay "mucho imbécil suelto".
En una playa nudista, se taparía el rostro si lo exigieran las autoridades, pero haría dos agujeritos a la altura de los ojos "para poder ver". Nosotros echamos de menos a Iñaki en el Congreso: aquellos zurriagazos con la mano abierta le valieron tres veces el premio "Azote del Gobierno". Azota, Iñaki, azota, que estamos en verano y el poder se acomoda.
¿Cuáles han sido sus chanclas más horteras?
No uso chanclas; y menos de esas que te sujetan el pulgar metiendo los demás dedos en un incómodo soporte. En la arena, lo mejor es el contacto de la piel con la naturaleza. Odio, por otra parte, las sandalias. Me recuerdan a las órdenes mendicantes o a los hippies de los sesenta.
¿Y el bañador que más le costó tirar?
Uno con tirantes, que tenía de cuando era crío. Nací en el Caribe, en el Oriente venezolano, y el look se debía adaptar al trópico, sobre todo cuando tienes una piel como la mía. El sol me dejaba como un karramarro [cangrejo en euskera].
Un lugar en el que no volvería a veranear jamás.
Burdeos. Me llevaron en pleno agosto para aprender francés y enseñé castellano a los franchutes. Me hicieron trabajar en la vendimia e ir a unas fiestas aburridísimas.
El destino de veraneo que más feliz le ha hecho.
De pequeño, en la playa de Ondarreta de Donosti, me encantaba ir a la isla de Santa Clara en colchoneta; y ver a los Franco que, tras bajar del Azor, se juntaban con la plebe. Me acuerdo de tomar un buen helado de los italianos y un barquillo en los relojes.
¿Qué le diría hoy a su primer ligue de verano?
Primero y único. El mismo. Es la misma chavala. Cumplimos cuarenta años de matrimonio el 15 de agosto; le digo que me cuide bien, que quiero llegar con ella a los cien.
Su mayor locura en una playa.
Veraneando en Euskadi, la mayor locura, por ejemplo, es ir a la playa de Bakio y meterte en el agua. Si sales vivo y no te congelas, ya has hecho el día. Otra locura la hice en la Playa Colorada del Estado de Anzoátegui, en Venezuela: dormir al raso con unos amigos debajo de unos cocoteros.
¿Y en la montaña?
La mayor locura es subir a Artxanda en funicular, luego andando al Pagasarri, creyendo que escalas el Everest; y gritar como Johnny Weissmüller cuando llegas a la posada y te tomas una tortilla.
¿Se pondría mascarilla en una playa nudista?
No. Si me obligasen, me la pondría tapando la cara, pero con dos agujeritos para ver. Lo importante es que no me conozca nadie. No hay que asustar al personal.
Lo mejor y lo peor que le ha pasado yendo de campamento...
Bueno y malo. No me gusta ir de campamento, ni de tiendas de campaña, aunque a mi mujer le entusiasma porque le encanta la naturaleza. Así que fuimos a recorrer todo el norte, de Bilbao a Coruña. El primer día llovió de tal manera que no salimos de la tienda. ¡Y fue ella quien dijo que la tienda de campaña era solo para dormir!
El sitio más incómodo en el que se le ha caído la toalla.
Pues, seguramente, del colgador.
¿Es más fácil veranear siendo de derechas?
Depende de cada cual. Iturgaiz, con su acordeón, se lo pasa bomba; Teodoro García Egea, escupiendo huesos de oliva; Casado, haciendo masters de Harvard en Aravaca; Rajoy, con sus marchas articuladas; Aznar, con la Botella; Abascal, con el caballo de El Llanero Solitario. No se lo pasan tan mal.
Una canción del verano que todavía escuche.
Tiene que ser del Dúo Dinámico, Quince años tiene mi amor; o de Adamo, Con mis manos en tu cintura. Y el Euzko Gudariak.
En el verano se compran cosas absurdas. ¿Qué compra usted?
Compraba cosas absurdas de todo tipo. Desde esos inservibles imanes de nevera a postales de los sitios que visitaba; o una gafas que el oculista te decía que te estropeaban la vista; o una gorra como la de la foto.
¿Alguna vez ha comprado en el top manta?
Sí, paraguas. En Bilbao llueve mucho y nos caen a menudo chu-vascos.
¿Le gusta la sangría?
Sí, pero en chiringuito; fría y con mucho hielo.
Lo peor del verano del político es…
Estas entrevistas. O que la familia te organice la vida desde la mañana hasta la noche.
Lo mejor del verano del político es…
No tener horario, leer medio libro, salirse de la dieta, organizar cuchipandas, ver cómo trabajan los demás.
¿Alguna vez ha llegado a las manos con alguien?
No, pero no por falta de ganas. Hay muchísimo imbécil suelto.
Qué libros va a aprovechar para terminar.
Uno sobre la monarquía de Juan Carlos: fui el primero que hablé de todo eso y casi me lapidan. Otro sobre la dictadura de Maduro, y otro de un diplomático español bastante granuja.
¿Va a pasar algún día con un adversario?
Sí. Rubalcaba me dijo un día que sólo se podía hacer política con los de tu generación. Y tengo dos comidas concertadas. Con socialistas y del PP.
¿De quién no quiere saber nada hasta septiembre?
De la chica del tiempo. Solo da malas noticias. Y a ser posible de la gente de Podemos que habla sobre Cuba o Venezuela.