El enrevesado y forzadísimo final de la tercera temporada de Vis a Vis permitía intuir que la cuarta y, a la postre, definitiva entrega de la serie de Fox/Globomedia/Antena 3 seguiría recorriendo, a toda velocidad, la ruta del exceso. Y, para lo bueno y para lo malo, así ha sido. A los guiones firmados por el equipo de escritores compuesto por el también productor ejecutivo Iván Escobar, Javier Reguilón, Juan María Ruiz de Córdoba y Lucía Carballal no había que pedirles tanto coherencia interna como cierto grado de compromiso con las demandas de unos seguidores que, presión mediática mediante, consiguieron el reinicio de la serie casi dos años después de que finalizara su andadura en Antena 3.
La 4T se ha planteado como una especie de partido de las estrellas entre Sandoval (Ramiro Blas) y el resto del mundo, en este caso las internas, capitaneadas por Zulema (Najwa Nimri). Los creadores han dejado a un lado la verosimilitud para explotar el carisma de sus personajes. Que el servicio de seguridad de Cruz del Norte sea discrecional, como si fuera un cercanías de Madrid que nunca llega cuando toca, y que los guardias estén más despistados que Rodrigo Rato en un seminario de ética, importa menos que llevar a los personajes al límite. Que las cámaras de vigilancia parezcan haber sido instaladas por un técnico bizco o que escapar del penal sea tan fácil como contratar un curso inventado de CCC titulado ‘Prison Break o cómo fugarte de la cárcel en cinco sencillos pasos’, viene a darnos casi igual (‘casi’) si a cambio los famosos tête à tête tan característicos de Vis a Vis (por algo se llama así) nos ponen la tensión como si nos hubiéramos zampado todas las anchoas de Santoña.
Así que la huida de Altagracia (Adriana Paz), el despertar de Maca (Maggie Civantos) –que después de ocho meses en coma se levanta como si viniera de hacer doble sesión de spinning en sueños y con más fuerza que Florence Griffith en Seúl 88– o el vuelo sin motor de Fátima (“desde 1000 metros”) con aterrizaje en el patio de la cárcel (una puntería que ni Antonio Rebollo, siguiendo con los símiles olímpicos), pues hacemos como que no los hemos visto porque la contrapartida NOS PONE MÁS. Pero ¿cuál es la contraprestación? ¿Qué tiene Vis a Vis que nos vuelve locos? Pues varias cosas. En primer lugar, los ya citados cara a cara. La serie va construyéndose para alcanzar esos duelos épicos casi siempre verbales: el enfrenamiento final entre Sandoval y Zulema valdría como paradigma del choque violento, pero es cierto que los encuentros íntimos, que mezclan romance, amistad y camaradería como el que protagonizan Rizos (Berta Vázquez) y Maca, son otra de las marcas de estilo de la serie. Y funcionan. Como también funciona ese ejercicio de sumisión que padece Cruz (Cristina Marcos) a manos de Goya (Itziar Castro) en otro de las grandes confrontaciones del último episodio.
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Un momento de la cuarta temporada de
Vis a vis[/caption]
Para que esos ‘vis a vis’ tengan tanta fuerza es necesario que los personajes hayan encontrado un hueco en el corazoncito -o en el estómago- del público.
Estamos ante una galería de tipas cuyo porcentaje de oscuridad es tan alto que los murciélagos se les ofrecerían como mascotas. No es fácil generar empatía entre un espectador y Zulema y, sin embargo, el papel interpretado por Najwa Nimri es ya un icono en el seno de la ficción audiovisual española. La
writer’s room ha sabido buscar el equilibrio entre los tintes psicopáticos de ese carácter y los atisbos de humanidad que surgen merced a la convivencia prolongada con las otras internas (Zulema será una alimaña, pero es una alimaña humana, no pertenece a una especie distinta a la nuestra). La operación contraria se aplica a personajes inicialmente más cándidos, como el de Maca, a la que su encarcelamiento va agriándole el ánimo y ennegreciéndole los chacras y poniéndole el chi del revés.
Los guionistas buscan ese equilibrio en todos los personajes -las recaídas de Tere (Marta Aledo), las entradas y salidas de la cárcel de Antonia (Laura Baena), los dilemas maternales de Saray (Alba Flores)…- y huyen del estereotipo como si fuera un señor con gabardina y zapatos (solo con gabardina y zapatos) que les persigue por la calle. Y hablando de señores,
Vis a Vis es una serie de mujeres en la que la agenda feminista está muy presente. Desde los discursos directos -el de Maca sobre el consentimiento tras ver como su enfermero le hace fotos desnuda- a esas imágenes de sororidad (y activismo) que nos brinda el capítulo final, primero representadas por ese círculo que se cierra sobre Sandoval (un violador, no lo olvidemos) y después por ese rectángulo que forman todas las internas mientras asisten al funeral vikingo de Sole (una cosilla: no hacía falta el off recordándonos que la mamá simbólica de todas las presas había pedido ese entierro). Tal vez, la cuestión más peliaguda sobre este asunto esté al final del cuarto episodio ‘Mamá’:
el asesinato de la exmujer de Sandoval a manos de Altagracia convierte a la mujer del agresor en víctima, mientras que el verdadero culpable sigue vivo y coleando (bueno, vivo por poco tiempo y coleando… no puede colear). Ese polémico final de episodio puede verse bien como una regresión, bien como el signo de unos tiempos en los que,
al final, las que pagan el pato son ellas. Siempre.
La serie no toca únicamente cuestiones feministas. Con un pie metido en el fango de la realidad, siempre ha abordado asuntos comprometidos. En esta cuarta entrega, de manera sutil,
se habla sobre el derecho a morir dignamente o la dicotomía público/privado, en este caso aplicada al negocio carcelario. No es casual que Cruz del Norte sea una prisión privada, que el beneficio sea más importante que el estado de las reas (de hecho, es lo único importante) y de que ese concepto neoliberal -la dictadura del
profit- lo contamine todo. La frase “no es Sandoval, es el sistema” viene a decirnos que, de seguir por esta vía, cualquier servicio puede ser privatizado -las cárceles sí, pero también la sanidad o la educación- y las consecuencias que ello acarrea no son ni aceptables ni deseables. En los dos casos -la eutanasia y la cuestión publica-
Vis a Vis toma partido.
A la soberbia galería de secundarias, al uso de esos interludios documentales que, aunque formularios, descomprimen el drama y a esas secuencias en las que música e imágenes conforman un compuesto casi mágico, a
Vis a Vis hay que sumarle su vocación suicida, su pasión por ese deporte de riesgo seriéfilo que son los 110 metros de salto de tiburones.
Conscientes de que la serie llegaba a su fin, a los creadores no les ha temblado el pulso a la hora de liquidar a personajes carismáticos como quien tumba caras en el ‘¿Quién es quién?’. Y ese punto adrenalínico, casi de imparable locura, el que también nos ha mantenido enganchados a la espera de la siguiente esquela. Puro rock and roll.
La marea amarilla
La (co)producción de FOX ha sabido, también, ser muy fiel a su ejército de fans. Además de incluir guiños en los guiones (“elegimos el color amarillo porque era el más barato”) y de dedicarles el episodio final (‘Marea amarilla’ como ellos mismos se denominan),
se ha valido de recursos propios del melodrama para convertir cada regreso en una epopeya. La música extradiegética subida de tono y el tono épico que envuelve el retorno de Maca juega con la empatía entre el personaje y unos espectadores que lo sienten como propios. En mi opinión, ese tipo de secuencias funcionan mucho mejor por sustracción que por refuerzo: es mucho más emotiva la despedida de Sole (María Isabel Díaz Lago), con esa canción a coro que solo canta bien Alba Flores (y sin música), que busca la intimidad en los detalles (las manos, los gestos), que aquellas en que el énfasis musical quiere tocarnos la fibra sensible.
En ocasiones,
Vis a Vis peca de explicativa. Tal vez, su final sea el mejor ejemplo. Un cierre coral, tras una elipsis de 12 años, que arranca con un anuncio de Reig Martí -el rey de las sábanas- pensado por un esquimal en el que todas las exconvictas viven en el mundo de Benetton (la Rizos pone el contrapunto) y que se despide con una estampa
cool -pero injustificada: ¿cómo han salido de la cárcel una homicida y una reincidente?- de Zulema y Maca en plan Bonnie and… Bonnie (o a lo
Oceans’11 que es una película que prefería ni recordar ni mencionar). La voz en off de Tere dando cuenta de todo, tampoco ayuda, la verdad.
Para compensar, vayamos a las citas, otro de los puntos fuertes de la serie. En la cuarta temporada tenemos desde el guiño a
Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003) con el despertar de Maca a las referencias a
Con Air (Simon West, 1997) en el 4.01 (‘Barbie’) pasando por el momento “yo soy Espartaco” versión “Sole no se va” del 4.07 (‘Vuelta a casa’) o la caracterización de Zulema como el Joker en el tramo final -y si Zulema es algún Joker es el de
El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008), siempre elaborando el penúltimo plan maestro que le permita salir de la cárcel. Un disfrute, vamos.
¿Qué le debemos a Vis a vis?
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Nawja Nimri interpreta a Zulema en
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Vis a Vis debería ser estudiada como un factor de cambio dentro de la historiografía de la teleficción española. En primer lugar, por subvertir una tendencia de copiado que buscaba imitar productos foráneos -principalmente estadounidenses- sin llegar jamás a superarlos o, ni siquiera, a gozar de cierta autonomía.
Si bien es cierto que la aparición de Vis a Vis coincide con el éxito de Orange is the New Black (arrancó en 2013 y la serie española lo hizo en 2015, simultaneando sus emisiones desde entonces),
no lo es menos que las similitudes iniciales -drama carcelario femenino, protagonista tierna, enfoque coral,…- iban borrándose a medida que avanzaban los capítulos, principalmente por una cuestión de tono y de agenda temática. En mi opinión, el producto nacional terminaba por superar a la creación de Jenji Kohan que, por cierto, terminará en su séptima temporada.
Desde una óptica empresarial,
Vis a Vis ha logrado, en una pirueta inusual dentro del circo industrial español, reconvertirse y pasar de una cadena generalista a un canal de pago (FOX) lo que motivó cambios en la estructura -desde la duración a la manera de retratar la violencia, por ejemplo- y en los datos de audiencia. Aun sabiendo de antemano que las cifras cosechadas por la serie en Antena 3 y en FOX no resisten comparación alguna -y por diversos factores que serían demasiado largos de explicar aquí, no son comparables- hay que reseñar que el
series finale batió el récord de audiencia de la serie en el canal de pago con 214.000 espectadores (aquí no se cuentan todos los visionados
on demand, esto es, de todos aquellos espectadores que la vieron después de su emisión, aprovechando que está alojada en plataformas como Movistar +). En resumen:
Vis a Vis es el ejemplo perfecto para demostrar que hay series que pueden vivir más allá de las cadenas generalistas y que, de hecho, tienen su espacio y su público (en una ‘televisión’ tan fragmentada, hay que empezar a olvidarse de las grandes audiencias y pensar en el famoso público de nicho…
Vis a Vis ha constatado que existe). Tampoco cabe olvidar que las generalistas hicieron posible el producto y que, en este caso, el riesgo no ha ido sucedido por el fracaso.
La serie creada por Álex Pina, Esther Martínez Lobato, Daniel Écija e Iván Escobar también nos vale como paradigma de exportación. De hecho, además de las acaloradas peticiones de la comunidad de fans para que la serie prosiguiera, ha sido clave para su continuidad la buena acogida que ha tenido fuera de nuestras fronteras.
Vis a Vis funciona fuera, como después han funcionado
La casa de papel (Pina y Martínez Lobato again) y
Élite y como antes funcionaron
Isabel o
Gran Hotel. Creo que, en general y ya apartándonos de un debate estrictamente crítico,
Vis a Vis señala un camino a seguir (no ‘el’ camino) en términos de producción y de difusión. La marea amarilla seguirá subiendo (y creo que la aparición de futuros textos académicos me dará la razón, aunque como futurólogo valgo menos que el Ogino-Knaus para evitar embarazos).