Sempruniana (2)
En un viaje a Rumanía, en una dacha decadente y cochambrosa, la literatura se mezcla con la guerra fría, el franquismo y el estalinismo en una apasionante conversación.
Cabeza de chorlito. Así recuerda Semprún en Autobiografía de Federico Sánchez que lo llamaba Pasionaria: Cabeza de chorlito. El escritor no tenía el mejor concepto de la líder del comunismo español. Mucho peor lo guardaba de Santiago Carrillo y de otros líderes comunistas. En Netchaiev ha vuelto, la crítica del escritor hacia los fanatismos -en este caso, el comunista- no deja lugar a dudas.
En cuanto a su criterio sobre Carrillo no quiero ni debo reproducir lo que me contó Jorge Semprún en un viaje a Rumanía que hicimos juntos hace ya más de veinte años. Confórmense con pensar que su concepto sobre el entonces secretario seneral del PCE era de lo peor que puede escucharse.
En la escritura de Semprún había influencia de otros muchos escritores que habían pasado por sus experiencias -o parecidas- y, por tanto, habían metido la cabeza en el lugar exacto y en el momento oportuno. Desde Arthur Koestler a Silone, pasando, sobre todo, por André Malraux, tal vez uno de sus estereotipos más cercanos. Su escritura, en fin, son sus cicatrices ancladas en la memoria como recuerdos que nunca se borraron, sino que vivían respirando y actualizándose constantemente en la mente del escritor.
[Moral política y moral ciudadana]
En el viaje a Rumanía, a un Congreso Internacional de Escritores convocado por los mismos directivos de la Asociación de Escritores Rumanos que lo eran desde los tiempos de Ceaucescu, fuimos hospedados en una dacha decadente y bastante cochambrosa, doble e inmensa, situada a orillas del Mar Negro, a la derecha del Palacio de Verano de Ceaucescu, enorme y siniestro en su sombra de noche. Estábamos en Neptun, el lugar donde la Unión Soviética hospedaba con honores a los líderes políticos y personalidades culturales comunistas en sus vacaciones.
La dacha era ya la pura decadencia física de un régimen totalitario que había terminado unos años antes con la muerte de Ceaucescu. Semprún lo había conocido en alguna ocasión y conocía a Iliescu, en ese momento presidente de Rumanía, que había sido la mano derecha del presidente rumano y de quien se decía, y hoy se sabe, que mandó matar a los Ceaucescu al mejor estilo de los comunistas: borrón y cuenta nueva.
[El juego macabro del mono asesino]
En aquellas noches de Neptun, nuestras conversaciones duraron horas. Eran un repaso constante al siglo XX, a la política española, al final del franquismo, a los tiempos del estalinismo y la guerra fría. De vez en cuando saltábamos a la literatura, a su premio Planeta, a la Autobiografía de Federico Sánchez, a los detalles de El largo viaje, a sus autores favoritos.
Recuerdo aquellas noches del Mar Negro con constantes epifanías, deslumbrado por los muchos episodios que había vivido Semprún. En un momento determinado, le pregunté si durante el tiempo que trabajó en la Resistencia Francesa había matado a alguien. Me dijo que a un joven soldado alemán que se estaba bañando en un riachuelo con otros compañeros.
Los de la Resistencia los emboscaron por sorpresa y los mataron. Años después de aquella reunión en Neptun, el propio Semprún lo contará en uno de esos libros suyos en los que se mezclan el pensamiento crítico, la memoria personal, los afectos íntimos y la experiencia, la gran experiencia del escritor.
En ese viaje, uno de los días de nuestra estancia, nos llevaron a ver la cercana ciudad de Constanza, el lugar al que el emperador romano Augusto había desterrado de por vida al poeta latino Ovidio. Le hablé de Ovidio entonces a Semprún, que de repente descubrió que yo estaba ligado profundamente a mi formación clásica, grecolatina.
[En el segundo sótano de la conciencia]
Creo que nos hicimos una fotografía a los pies de la inmensa estatua del poeta romano en una plaza de Constanza. Aquí, en Constanza, le dije a Semprún, Ovidio había escrito Tristia y Pónticas, obras del poeta en las que pedía perdón a su emperador y le pedía su permiso para regresar a Roma. Augusto nunca le hizo caso y Ovidio Nasón murió en el exilio rumano, en aquel lugar que luego fue el paraíso de los capitostes soviéticos y sus poetas preferidos.
Otra de esas noches, Semprún me contó que, en una ocasión, Pasionaria lo hizo viajar a Moscú desde París. Al llegar a la capital soviética, Pasionaria estaba a punto de partir para Neptun, a una importante reunión de líderes en el balneario del Mar Negro. Entonces, lo hizo subir al tren para que la acompañara hasta su destino y, de paso, le fuera contando el estado de la cuestión y todo cuanto él pensara que ella debía conocer.
Fueron horas de viaje, además de las que ya había hecho desde París y Semprún llegó muy cansado a Neptun, de hablar y del viaje. Cuando se apearon del tren en el balneario rumano, Pasionaria, recibida con grandes aspavientos por los jefes del protocolo soviético, se volvió a Jorge Semprún y le dijo: “Ahora te vuelves a Moscú en este mismo tren y allí tomas otro a París. Ten cuidado. Adiós”.
Así es, si así os parece. Y eso es lo que hizo Semprún, entonces todavía bajo la disciplina del PCE.