En el inmediato mes de diciembre se cumplirán cien años del nacimiento de Jorge Semprún, pura historia del siglo XX europeo. Tengo para mí que en España no se le ha dado a la memoria y la personalidad intelectual de Semprún la categoría histórica que realmente tiene. No hay manera más cínica de despreciar que no hacer aprecio exacto del personaje al que se desprecia, concediéndole ciertas características interesantes sin ir más allá en el reconocimiento de su verdadera vida y de las verdades de su vida.
Semprún es un escritor de novelas que mezcla su biografía personal y sus profundas experiencias políticas con una ficción literaria que reclama la reflexión constante por parte del lector. Es, además, un escritor valiente hasta casi la inconsciencia y su obra se instala en los grandes acontecimientos del siglo XX que él mismo sufrió y experimentó.
Es cierto que el El largo viaje fue premiada con el entonces importantísimo premio Formentor. El jurado decidió votar por la novela de Semprún frente a La ciudad y los perros, entonces de un jovencísimo Vargas Llosa. Pero en España, El largo viaje no tuvo la repercusión esperada por los editores de Seix Barral, con Carlos Barral a la cabeza, a pesar de que la crítica se mostró amable y aplaudió, sin salir de la tibieza general, la publicación de la novela en español que había sido originariamente escrita en francés. En Francia, sin embargo, la novela de Semprún tuvo una sólida resonancia crítica y lectora.
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Con El desvanecimiento llegó ya el principio de esa sensación de extrañamiento que el mundo intelectual español, salvo excepciones, siempre ha sentido por Semprún. La novela pasó sin pena ni gloria por España y tuvimos que esperar a que se tradujera La segunda muerte de Ramón Mercader para ver otra vez la luz de la literatura del Jorge Semprún ambicioso y arriesgado de El largo viaje. La novela sobre el asesino de Trotski es, al mismo tiempo, un ensayo definido de las canalladas y crímenes del comunismo institucional, un sistema perverso que entonces invadía el mundo con sus promesas paradisíacas de justicia y libertad. Esa denuncia que implicaba la escritura de Semprún le perjudicó de manera capital:el silencio de los medios informativos y culturales afines al comunismo internacional silenciaron en lo que pudieron la obra de Semprún y su personalidad intelectual y política.
En esos años surgieron las primeras patrañas de la vida de Jorge en un campo de concentración nazi, Buchenwald; historietas que el propio Partido Comunista de Marchais y de Carrillo habían echado a rodar por todos los mentideros del mundo para tratar de convertir a Semprún en un asesino cómplice de los jefes del campo de concentración. Esa historia canallesca será contada después por el propio escritor una y otra vez sin que la leyenda desapareciera.
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Al contrario, mientras Semprún crecía como escritor y guionista de cine, arreciaba la lapidación moral y social del escritor por aquel supuesto comportamiento en Buchenwald. Pero tampoco el escritor cedía. En la película La guerra est finie, de la que Semprún fue guionista, hay una secuencia sutil en la que aparece, a primera vista sin venir a cuento, el nombre de una calle de una ciudad francesa, París, y un número de esa misma calle. Era el lugar de las reuniones del Partido Comunista Español en París.
Después se supo, o tal vez desde el principio, que Semprún había dejado un mensaje claro a los dirigentes del “Partido” y al “Partido” mismo: él, no debían olvidarlo, lo sabía todo y si no contaba más que lo que contaba es porque así quería. Para entonces, Semprún se había ganado la simpatía y la complicidad amistosa de una gran parte de la intelectualidad francesa y europea, aquella parte a la que ya no llegaba el largo brazo del comunismo. All otro lado, un grupo no menos importante, reprobaba sin parar al escritor, discutido siempre como personaje intelectual y como persona moral.
Era su forma de estar en la vida: enfrentarse con la reflexión histórica y con su crítica política a aquella falsa ciencia del marxismo-leninismo que, a pesar de sus variadas máscaras, se convirtió desde el principio en uno de los monstruos contemporáneos del mundo entero, una nueva religión cuyo único dios verdadero era el “Partido”, con la nueva inquisición enquistada en el origen de la policía secreta.
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¿Había saltado al vacío Jorge Semprún desde el comunismo español, donde llegó a ser el número tres del “Partido” (tras Pasionaria y Carrillo), a la convicción socialdemócrata, crítica con el capitalismo pero no lo suficiente a ojos de la jerarquía comunista? Semprún tenía detrás una leyenda que se transformaba en su motor reflexivo cada vez que escribía, hablaba en público o discutía con Sartre las noticias de la mañana en el Café de Flore, en pleno Boulevard Saint German, París.
Se había convertido en un escritor necesario para la crítica política e intelectual en los circuitos informados de Francia, pero en España seguía siendo una vaga sombra del episodio que el escritor, antes de serlo, había vivido durante la Segunda Guerra Mundial, cuando militaba en la Resistencia Francesa y fue detenido por la Gestapo en París y conducido el campo de concentración de Buchenwald.