Cuando Semprún vino a España, durante el franquismo, a hacerse cargo de la actividad clandestina del Partido Comunista de España, no tenía ni idea de fútbol. Quizá compartía la aversión que los intelectuales sentían por ese deporte al que se llamó, y se sigue llamando, con razón, “el opio del pueblo”. Semprún me contó en 1977, cuando lo conocí personalmente, que -ya en España- escuchaba todo el tiempo hablar de fútbol en los cafés de Madrid donde desayunaba todos los días. Los lunes, martes y miércoles, de los partidos del domingo anterior; los jueves, viernes y sábados, de los partidos del domingo próximo.
Para no levantar sospechas, el intelectual Semprún, escondido bajo el pseudónimo de Federico Sánchez, tuvo que pedirle a algunos correligionarios, a Javier Pradera y a Juan García Hortelano entre otros, que lo llevaran al fútbol al Santiago Bernabéu y al Metropolitano todos los domingos para aprender la jerga de aquel deporte que era la pasión del pueblo español en la calle y en el alma. Si no, ¿de que iba a hablar con la gente si la gente no hablaba más que de fútbol?
Una noche, también de 1977, durante una cena frente al mar, en el Castillo de San José, cerca de Arrecife, isla de Lanzarote, que César Manrique había rehabilitado hacía unos años, le dije que yo había sido casi un profesional del fútbol en el equipo “amateur” del Real Madrid durante el primer año de mis estudios en la Universidad Complutense. Para mi sorpresa, el asombroso Semprún comenzó a hablar de fútbol revelándoseme como un experto en ese deporte también llamado “rey”.
Me habló maravillas proféticamente de un gran futbolista francés cuyo nombre yo no había oído en mi vida. Me dijo que llegaría a ser uno de los mejores futbolistas del mundo en breve tiempo y que todo el mundo hablaría de él. Era Michel Platini. Que el escritor más inteligente que he conocido en mi vida -y he conocido a bastantes escritores inteligentes- me hablara de fútbol con pasión me gustó mucho y pudimos entablar una larga y hasta profunda conversación sobre ese deporte pasional que tantos enemigos tenía entre intelectuales y escritores.
Borges, por ejemplo, odiaba ese deporte -y todos los demás- y decía constantemente que el fútbol era una estupidez y que la prueba era que resultaba el gran entretenimiento de las masas atontadas y analfabetas, es decir, estúpidas. Adviértase que Borges hablaba sobre todo para los argentinos, un país y un pueblo que tiene al fútbol en un altar sagrado y donde grandes escritores hablaban todo el tiempo de fútbol y hasta llegaron a escribir libros sobre tal deporte y sus pasiones a flor de piel. Citó sólo dos: Roberto Fontanarrosa, “el Negro”, y Oswaldo Soriano.
Cierto que algunos escritores, “rojos” hasta decir basta, escribieron poemas elogiosos sobre el fútbol y algunas de sus estrellas -Rafael Alberti, entre otros-. Hace ya algunos años, me animé a escribir una novela con tintes autobiográficas de mi paso por el fútbol, por el juvenil “B” y “A” de la Unión Deportiva Las Palmas y, posteriormente, en el “amateur” del Real Madrid, hasta llegar después a ser campeón universitario de España en el equipo titular de la Complutense. Mi novela se tituló finalmente Cuando éramos los mejores, que ya goza de varias ediciones en español, aunque en origen el título era mucho mejor, El sueño del futbolista adolescente, con el que se publicó la edición en lengua italiana, con una presentación en Roma que fue colosal y muy interesante para mi vanidoteca personal.
Semprún en el fútbol, entonces. Otros escritores e intelectuales, editores y poetas, gente del mundo de la letras, son forofos del fútbol, además de los citados, entre otros, el poeta Antonio Hernández (que escribió un libro sobre su amor por el Real Betis), el editor Chus Visor, el cantante Joaquín Sabina, el editor catalán Jordi Herralde. Al otro lado del espejo, hay futbolistas y gentes del fútbol, entrenadores sobre todo argentinos, que gustan de la literatura y del arte y que hablan como si fueran filósofos, desde César Menotti y Bielsa a Jorge Valdano, que han desarrollado una jerga personal entre la literatura y el fútbol que merece pasar a la historia.
A mí, durante mi estancia temporal en el fútbol, en la universidad me llamaban “el futbolista” (porque llegaba a la Facultad con mi bolsa de entrenamiento desde el Santiago Bernabéu, donde entrenaba todos los jueves, el resto de los días lo hacíamos en el Estadio de Vallecas), mientras que en el mundo del fútbol me titularon como “el estudiante” (porque llegaba a entrenar a los estadios desde la Facultad con tres o cuatro libros bajo el brazo). En fin, recuerdos de juventud, imborrables e irrepetibles. Desde entonces y hasta hoy, soy partidario del Real Madrid, de la Unión Deportiva Las Palmas y de todo aquel equipo que le gane al Barcelona…