Corre por las redes sociales, esas tuberías inmundas por donde corre toda la porquería del universo, unas viejas declaraciones del autor de Pedro Páramo sobre los lectores. Afirmaba Juan Rulfo, hombre simpático pero casi siempre ensimismado y envuelto en sus propios fantasmas, que él no pensaba nunca mientras escribía en el hipotético lector del texto.
Otros escritores sostienen que no escriben más que para sí mismos, que el lector es una sombra llena de niebla que no les interesa nada. Desde luego, el poeta de verdad —a pesar de su inmensa vanidad— escribe poemas para sí mismo, aunque hay muchos que lo hicieron y lo hacen para arengar a las masas y ayudar a cambiar un mundo que tiene ya pensada sus propias reglas para los cambios y no se deja manipular por cuatro palabras de poeta.
En los diarios del crítico uruguayo Ángel Rama hay un comentario sobre Vargas Llosa que el ex-marido de Ida Vitale atribuye a García Márquez. Dice que a él le dijo el colombiano en un momento determinado que Vargas Llosa ya no pensaba en la literatura mientras escribía, sino en los miles de lectores que soñaba que el texto final, que todavía tenía entre las manos, tuviera.
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Eran los tiempos del éxito de lectores y crítica de Pantaleón y las visitadoras, la novela de Vargas Llosa que más se ha vendido —y supongo que la que más lectores ha tenido—, y en Barcelona los egos de los dos escritores del boom discutían a menudo y preludiaban la distancia que tuvieron más tarde y que duró para siempre. Sic transit gloria mundi.
Conocí en mis tiempos de editor, en los años de mi segunda juventud también en Barcelona, a un novelista de literatura B que vendía muchos ejemplares de cada una de las novelas que le publicaban. La leyenda editorial dice que llegó a vender en sus buenos tiempos casi veinticinco millones de ejemplares con la totalidad de sus novelas. Él mismo decía con jocosidad que sus novelas eran malas, pero que a él lo que le interesaban eran sus lectores, que escribía para ellos las aventuras que se le ocurrían y que los escritores literarios y la literatura le importaban muy poco.
"Lo importante para un escritor es escribir cada vez mejor para la literatura, ni para ellos mismos ni para el comercio de libros"
Claro, era tratado por los escritores como lo que era, escoria comercial, y hoy en día ha desaparecido del estrellato editorial como si se lo hubiera tragado la tierra. Este novelista B entregaba cada manuscrito a la editorial para que lo leyeran no los directores que iban a publicarlos, porque sabía que esos no leían nada, sino los jefes de ventas de su editorial.
Lo curioso y extravagante, literariamente hablando, es que el manuscrito era entregado con tres finales distintos para que los jefes de venta eligieran el fin que ellos creyeran que era el más comercial y vendible. Recuerdo que Hemingway escribió el final de Adiós a las armas más de cuarenta veces, pero eso lo hizo él solo para él solo, no para las ventas ni para los lectores, a pesar de ser un escritor literario de primer orden universal que venía del periodismo y de escribir reportajes.
En fin, el comercio, las ventas millonarias, la gloria que otorga el lector. Al final, desde el punto de vista literario, eso es pura filfa, para nada, porque lo importante para un escritor, a pesar de lo que dicen los mismos escritores, es escribir cada vez mejor para la literatura, ni para ellos mismos ni para el comercio de libros. El libro es tratado casi siempre como una mercancía, y no como un objeto bello y sagrado en el que se compendia un mundo que no existe fuera de él.
García Márquez, que aprendió literariamente muchísimo de las sucesivas lecturas de Pedro Páramo, decía que al lector —ese fantasma inexistente, digo yo— había que “agarrarlo por el cuello en la primera frase de la novela y no soltarlo hasta la frase final”. García Márquez no era un hombre de frases simples, sino de sentencias casi bíblicas.
"Los escritores no deben pensar nunca en el lector mientras escriben sus textos literarios"
Una vez mostró dificultades para seguir escribiendo una de sus novelas y un amigo, que lo notó preocupado, le preguntó qué le pasaba. Que estaba escribiendo la descripción de un lugar en el que hacía mucho calor y él no sentía ninguno, le dijo García Márquez. Y añadió, si no lo siento yo, “¿cómo va a sentirlo el lector cuando lo lea?
Sigo pensando, para mis adentros de escritor y para mis afueras de articulista, que el novelista, al menos el novelista y el poeta, no deben pensar nunca en el lector mientras escriben sus textos literarios. Cuando somos más jóvenes y tenemos la cabeza llena de pájaros, desde la hipótesis de la gloria hasta la de la riqueza, el lector se mezcla constantemente en los textos que escribe hasta llegar a tener más importancia que el mismo texto en proceso de escritura. Craso error, escritor, mala jugada, que tendrá un horroroso resultado literario.
De mayor, el escritor cuando escribe se echa un pulso a sí mismo, lucha contra y a favor de sí mismo para dar luz al texto, sin importarle gran cosa el destino de eso que llaman los lectores y que es una construcción fantasmal, y perjudicial, para la creación literaria.