Sobre Javier Marías, el monarca de Redonda
'Los enamoramientos' es la novela a partir de la que el escritor creció como novelista, como observador de la vida y como ser humano
Sobre Javier Marías se ha dicho de todo en el momento y después de su inesperada y triste muerte. Me enteré casi de inmediato de esa muerte y me invadió una desazón que todavía no me abandonó del todo. Habíamos mantenido largo tiempo una gran distancia personal y mutua, tuvimos trifulcas y hasta reyertas literarias y menos literarias, polémicas indeseadas y que no tenían que haberse producido.
Tuve una sensación de alivio el día que nuestra editora y amiga Amaya Elezcano nos acercó y la distancia fue quedando atrás. No éramos amigos frecuentes, pero en los últimos años hablamos bastantes veces y cuando la coincidencia nos encontraba juntos hablábamos de fútbol, de las selecciones de fútbol de Italia y Francia, del Real Madrid de nuestras pasiones y de la actualidad de la política, a la que Marías era bastante reacio.
Sus artículos en la revista semanal de El País eran muy leídos, comentados, criticados y hasta denostados. De eso se trataba, pienso yo: de dar en el clavo. La elección de los asuntos a escribir cada domingo no me parece que le resultara fácil, pero una vez dentro de la batalla de la escritura Marías se batía como un cosaco dando mandobles y yendo a veces hasta el desprecio de lo que, por otro y este mismo lado, es despreciable.
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A mí me gustaban esos artículos, que el escritor sacara a relucir en cada párrafo de cada texto lo que John Dos Passos en sus memorias definió como el genus irritabile vatum, la condición irritable de los poetas, que por regla general se echan al monte a pelear contra el mundo sin encomendarse a nadie, en medio de su propia soledad. Me gustaban esos artículos porque ahí había un Marías vivo que poseía las armas adecuadas para esa disputa descomunal con uno mismo y con los demás que suele terminando por ser el escribir y, sobre todo, el escribir bien.
Se han hecho muchas alusiones, en diferentes comentarios escritos, a sus referentes intelectuales más cercanos, algunos hasta la complicidad, y sin temor a equivocarnos podemos añadir que poseía una mochila intelectual de primera dimensión con precisos ribetes y profundidades anglosajonas que, en algunos casos, no le beneficiaban.
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No sé si era y es el mejor escritor, el mejor novelista, de nuestra generación de buenos novelistas, pero era de una excelencia distinta y distintiva, y de una elegancia en el ser y el estar que rayaba en una discreción a veces excesiva. Sí sé, porque lo he leído con verdadero ojo crítico, que era un obrero de la literatura más cuidada y exigente, que tenía para escribir novelas lo que Henry James llamaba “una voluntad de hierro”, condición necesaria para ganarle la guerra a “la solitaria”, la misma escritura literaria convertida en virus perpetuo en el alma del escritor.
A propósito de James añadiré que, aunque haya sido menos nombrado a la hora de Marías, a mí me parece una de las influencias más nítidas del autor de Los enamoramientos, novela a partir de la cual Marías creció como novelista, como observador de la vida y como ser humano. O eso creo yo. Hay un giro en su estilo, a partir de la novela citada, en la que Marías ordena, mucho mejor que en algunas de sus desmesuradas y muy ambiciosas novelas anteriores, el mundo narrado, los personajes dibujados con bastante más profundidad y paradójica cercanía, la misma prosa galopante del escritor se hace más limpia…
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Por el ojo de buey de mi camarote en un crucero que una vez y hace años años hice por aquellas aguas del Caribe vi que estábamos durante la travesía muy cerca de la Isla de Redonda, un trozo de tierra llana en medio del mar al que adiviné inhabitado. Entonces me acordé de Marías y de su nobleza de ingenio al “fundar” su Reino de Redonda y repartir títulos de envidiable nobleza entre sus mejores amigos y los mejores escritores que conocía. Con ese nombre, Reino de Redonda, inventó, imaginó y fundó una editorial exquisita en títulos y en edición, asunto no menos importante para él que otros más reseñados.
No quiero terminar esta nota sin expresar una vez más mi pesar. Tampoco quiero dejar de afirmar que, digan lo que digan los demás, su más cercana influencia, al menos en lo que yo he leído, que no es poco, es Proust. Marías afirmaba que se necesitaba ser un escritor muy vanidoso, casi un enfermo de autoestima, para escribir un libro de memorias.
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Él, como Proust, se enmascaraba en el texto escrito en opiniones y episodios que había vivido o imaginado. Y, aunque Faulkner y Joyce le eran cómplices muy cercanos, en su literatura y en su escritura literaria, eran Proust y James los que más regían sus influencias. O esta es mi visión, distante de la de otros muchos que no piensan lo mismo. Da igual. Nos hemos quedado sin uno de los escritores más importantes de la lengua española en todo el mundo y estoy seguro, lo sé de antemano, que de aquí en adelante lo echaremos de menos.