Alicia ante una pantalla
Lewis Carroll vio los peligros del ordenador, como los vio, décadas después, Orwell y los tradujo en algunas de sus obras previendo la terrible mecánica del totalitarismo
Alicia en el país de las maravillas es una de las maravillas literarias que se puede leer a todas las edades y admite toda suerte de interpretaciones. Incluida la que dice que Lewis Carroll escribió una profecía terrible y que la disfrazó, por la época en la que vivía, como un libro para niños. La profecía, que el genial matemático que se escondía bajo su pseudónimo literario, le hizo a la Humanidad trataba de un artefacto monstruoso con el que se podía navegar por todos los tiempos, las edades, y todos los lugares conocidos, desconocidos y por conocer de nuestra Historia y que vamos inventando: la computadora (el ordenador para nosotros) que Alan Turing, otro genio fuera del tiempo, empezó a modelar con su fastuosa precisión.
De modo que hoy nuestra sociedad entera es Alicia ante una pantalla que nos lleva a la fantasía que busquemos y queramos, y que además nos conduce por el camino más imprevisto al crear nosotros mismos todas las fantasías a las que dé lugar nuestra capacidad imaginativa. Carroll vio con mucho tiempo de antelación los peligros del bicho sin el que hoy, al menos así lo cree una inmensa mayoría, no podemos ni siquiera respirar. Adelantó con su matemática imaginación lo que podía sucedernos de bueno y de malo en el futuro que ya es un presente continuo para nosotros. Hoy la computación electrónica es la respiración habitual, natural y artificial que guía nuestras vidas desde la privacidad más absoluta al desnudo total de nuestras ambiciones, pasiones, sensaciones, miedos, perezas, ansiedades y deseos más atrevidos. He ahí las redes sociales, incapaces de moderar la libertad, ese regalo divino, y el entusiasmo que, según dijo Galdós, no es menos divino.
Las redes sociales han hecho de cientos de millones de personas esclavas de la pantalla. Todos los que manejamos el bicho electrónico, de una manera o de otra, estamos sometidos a la necesidad de usarlo todos los días y no podemos vivir sin él.
La libertad es absoluta y la escala de disparates y sus consabidas exageraciones nos llevan a romper los conceptos y la visión del mundo que hasta hace muy poco habíamos tenido poco menos que como intocable. Carroll vio los peligros de tal mecanismo, como los vio, décadas después, Orwell y los tradujo en algunas de sus obras previendo la terrible mecánica del totalitarismo. Porque convengamos también en que el bicho es sin duda totalitario. Totalitario en su libertad, totalitario en su esclavitud, totalitario en sus hipérboles terribles, las mismas que vemos todos los días sin que se pueda poner coto a cuanto las redes difunden en la más absoluta de las impunidades. Impunidades nunca vistas que Carroll predijo claramente en Alicia en el país de las maravillas, porque no en vano temió que el poder de su época victoriana previera sus predicciones, se escandalizara ante su atrevimiento intelectual y matemático y utilizara, como solía (y me refiero al poder político), la publicación de su libro.
Hay, sin duda, adaptaciones para niños de los cuentos de Alicia, siguiendo el truco del gran matemático. Recuerdo como imborrable aquella adaptación al cine en dibujos animados de Walt Disney. Digo imborrable porque rememoro que esa fue la primera película a la que fui solo, cuando todavía apenas era un niño saliendo a la adolescencia. La vi en el Cine Avenida, en la ciudad en la que nací, en una calle que entonces se llamaba General Franco y hoy ha sido rebautizado como 1.º de Mayo en honor al Día de los trabajadores. Esa película me llevó a leer la novela de Carroll y a poder decir hoy que fue para mí una de las más importantes epifanías de mi vida, aunque no podía imaginar, ni con todas las locas fantasías que comienzan a abrirse a esas edades, hasta dónde íbamos a llegar con el contenido fantástico de la obra del matemático.
Hoy, si me comparo con un niño de la edad que yo tenía, estaría completamente loco. Hoy, un niño de diez años tiene abierto ante sí gracias a la computadora todas las glorias y peligros de su vida; todas las libertades y todas las esclavitudes que la informática nos ofrece; toda la bondad y la maldad destructiva de la que es capaz, con su fuerza irrevocable y su imparable dinámica, la electrónica contemporánea. Y nos avisan de que eso no es nada cuando ya hay millones de seres humanos que no hacen otra cosa que estar delante de sus pantallas observando y descubriendo un mundo hermoso y a la vez terrible: Dante, su cielo, su purgatorio y su infierno al alcance de cualquiera.
¿Dónde vamos? Sí, la incertidumbre es un principio científico, pero también y, sin duda, un fantasma que nos acompaña trece veces por minuto, con sus sobresaltos y sus descubrimientos. Y todo eso empezó con un libro que parecía para niños y era la primera predicción de lo que nosotros tenemos como algo normal, para bien y para mal; tal vez más para mal que para bien, a pesar de los pesares.