Desde primeros de este año llueven galdosianos de punta. Sospechaba, y lo había pronosticado (aunque para ello no había que ser un lince), que la cosecha de galdosianos de este temporada, cuando se cumplen los cien años de la muerte del gigante, iba a ser grandiosa, pero no creía que fuera tan excesiva ni tan buena. En el fondo, vengo en alegrarme porque imagino que todos esos devotos repentinos de Galdós, me refiero a los neogaldosianos, lo habrán leído, siquiera en unas pocas páginas para atreverse, osados, a escribir de Galdós sin haberlo leído. Pero así "somos ellos" con mucha frecuencia.
Tengo para mí que en la exposición de Galdós en la Biblioteca Nacional faltan muchas cosas, aunque se dé una idea, para el gran público, de quién era el escritor. No hay, sin embargo, profundidad en el conjunto ni un gran talento en el terminado. Nada nuevo bajo el sol, que dice el clásico. Los comisarios de esta exposición debían de haber exigido más a la Administración y debían de haberse exigido mucho más en su trabajo. La exposición me parece anodina, fofa, excesivamente plana: ni aprendí nada ni podía aprenderlo. Gullón, hijo de galdosiano y galdosiano él mismo, tenía que haber puesto todo su talento y ahínco en que la exposición fuera todo lo sólida que esperábamos de su tarea y sus conocimientos. Siento haber salido defraudado de la Biblioteca Nacional. Además, el catálogo deja mucho que desear: el centenario de un inmenso escritor, por encima del tiempo su nombre y su obra, debe quedar para siempre en un catálogo superior, que asombre, que diga cosas nuevas, que ilumine la exposición de su vida y su obra. Marta Sanz, que es también comisario en esta exposición: no creo que haya trabajado mucho en que fuera extraordinaria. Tal vez haya leído a Galdós, no lo niego, pero en todo caso imagino que lo habrá hecho, si lo ha hecho, de perfil y sin ninguna profundidad ni solidez. Lo intuyo, y lo afirmo, porque no se ve su huella por ningún lugar, y tal vez haya sido "fichada" por la Administración para que no haya críticas ni toses en la parte feminista de nuestros barrios intelectuales y creativos. Así, demasiadas veces, "somos ellos". Y me atrevo a decir que ellas también.
Como pueden imaginarse, no soy yo ni mucho menos quien tiene que dar carnés a las nuevas ligas galdosianas, que firman en tropel el homenaje repentino y sorpresivo a Galdós. Muchos de ellos, ni todos ni la mayoría, pactan con el diablo cada vez que hay un aniversario que pueda prometerles una dádiva por hablar de alguien que se escapa de sus conocimientos. Otros muchos, repentinos también, creen que caminar por donde lo hizo Galdós es tan fácil como intentar seguir sus pasos. Piquénmelo menudo, que lo quiero para la cachimba. Tipos hay, casi repugnantes que se han olvidado que ese camino se inicia desde muy joven, con la expulsión del paraíso, de la cueva materna, de lo que ellos llaman patria, de la zona de confort. Ese camino es un exilio en el que no hay geografía en la memoria y el escritor, el grande, tiene que inventársela y dibujarla en cada palabra. Ninguno de los que conozco, galdosianos o no, sigue ese camino porque así se lo haya indicado Galdós. Al contrario, se bañan constantemente en el pelo de la dehesa, que debían haber abandonado en su primera adolescencia, y se solazan sin parar en su egolatría inconsistente. Ahora, con la celebración del centenario del escritor universal más grande que haya tenido España tras Cervantes (ni recordar quiero el horrible centenario que le hicieron en su propio país hace poco), caen a la tierra como nueces maduras tribus enteras. Se acuesten benetianos y se levantan galdosianos, en una metamorfosis kafkiana que viene a verlos para estar al día y en primera línea de cuánto creen que de importancia está sucediendo en nuestras Españas.
Podría ahondar más, hacer un poco más de sangre, golpear más fuerte al hígado y al plexo-solar. Podría fácilmente, porque si no hay bien que por mal no venga también es verdad su contrario: no hay mal que por bien no venga. Y, en este sentido, con tanto ganapán intelectual mostrando sus monsergas neogaldosianas para pasar a la historia de un instante que no les corresponde, tal vez llegue el momento en que Galdós pase a ser una cita cotidiana en la conversación de la gente; que, de tanto nombrarlo y citarlo, termine España y todos sus pueblos entendiendo la fe española de aquel viejo del que tantos disparates dijeron sus contemporáneos; terminen estos pueblos raros que somos, aunque unos más que otros, que Galdós es una de las conciencias ciudadanas más claras y firmes que han nacido en este país. Tal vez así, llegando a la lengua de los medios informativos y a la lengua de la gente, aprendamos a respetar a los verdaderos escritores, a los nuestros y a los demás. Y, de paso, los neogaldosianos terminarán leyendo sus obras.