Marta Sanz. Foto: Lisbeth Salas
La escritora indaga en distintos tipos de relaciones sentimentales en Amor fou, una novela que Anagrama reedita este mes y que ya en 2004 ponía el foco en asuntos que, como sociedad, "no teníamos ganas de escuchar", como la aporofobia o la precariedad laboral. Hablamos con ella de estos y otros temas recurrentes en su escritura, como el cuerpo femenino entendido como "campo de batalla en el que las violencias, que todos padecemos, se redoblan", asunto central de su libro más reciente, Clavícula.
"Ahora, con la prespectiva que dan los años, entiendo que Amor fou es una novela honesta que habla de lo desnudo que iba el emperador en un momento de nuestra historia en el que se suponía que habíamos alcanzado el mejor de los mundos posibles. En este texto, ya en 2004, se hablaba de aporofobia, de los límites del estado de derecho, de las cuentas pendientes de la Transición con el asunto de la memoria y con la depuración de las fuerzas de seguridad del Estado, del huevo del escorpión y de la penalización del compromiso político, de la apertura en las costumbres sexuales y en el ocio como fórmula para el encubrimiento de la vulneración de otros derechos fundamentales, de la vigilancia y de otras violencias políticas y económicas. De un patriotismo que se confunde con la hipertrofia de las banderas y se olvida de las pensiones, la vivienda o la justicia social. De algún modo, Amor fou hace visibles algunas zonas oscuras de la Transición, pero no impugna la totalidad. Porque yo, como ciudadana, valoro la Transición española, pero también soy consciente de que no se puede abordar desde el habitual relato mítico".
Pregunta.- ¿Qué tipo de cambios ha hecho en esta nueva versión de la novela?
Respuesta.- Sobre todo, son cambios estilísticos que se relacionan con el ritmo y la textura de la prosa. Soy escritora y soy muy exigente con el lenguaje, porque creo que en los textos literarios el modo de decir es lo que se está diciendo. Desde otro punto de vista, en esta nueva versión no hay cambios estructurales de consideración. Amor fou sigue siendo una novela en la que el diario escrito de un hombre, que recupera el pasado, rebota en el pensamiento presente de una mujer. El amor y el resentimiento empastan las dos voces en un relato que, como sucede en muchos de mis libros, entremezcla elementos del género negro con la crueldad extrema de los cuentos de hadas.
P.- En esta novela la protagonista, tras rehacer su vida, es asaltada por una antigua relación en la que el amor era una guerra, un cúmulo de sentimientos donde cabe el rencor, la condescendencia, el abuso de poder, el egoísmo, la sumisión… ¿Eso es el amor? ¿El amor idílico que nos han vendido como verdadero es una construcción cultural irreal?
R.- Amor fou es un texto que dialoga con mi primer libro, El frío. En este primer libro se retrataba una relación vampírica en la que el deseo era una enfermedad y el afecto un modo malsano de dependencia. El amor se abordaba desde los esquemas del romanticismo y se vinculaba con la pulsión de muerte, las abducciones y la autodestrucción. Como si los amantes nos tuviésemos que forzar para responder a una ideología erótica, invisible y destructiva, que en realidad nos hace infelices, nos mata y se relaciona con el machismo. En Amor fou se plantea la posibilidad de un amor solidario. Un amor basado en la compañía, la comprensión, la empatía emocional e intelectual. Un amor sin esfuerzo que hace que los años al lado de una persona pasen sin sentir, sin dramatismos, ni vestiduras rasgadas. Un amor mucho más bueno que ese otro amor comercial y histérico que ahora encaja muy bien con los mercados eróticos y sentimentales del neoliberalismo. En Amor fou el título es obviamente irónico, porque se trata de apuntalar el buen amor en la época del amor loco. Del amor del consumo y del amor que consume. Me interesa mucho la idea de estrechar los vínculos fuertes del amor y la política en la era de los eslóganes, la fragilidad, el vértigo y la percepción del compromiso como pesantez obsoleta.Las mujeres nos sentimos enfermas porque la presión psicológica y social que soportamos redunda en nuestra salud"
P.- El amor también es aquí una cuestión corpórea, con cicatrices que recuerdan el dolor padecido. El carácter físico de las emociones es un tema recurrente en su obra que también aparece en otros libros como Clavícula. ¿Recuerda cuándo se le ocurrió por primera vez esta asociación entre dolencia física y dolencia emocional e incluso social? ¿Cree que las mujeres padecen en mayor medida que los hombres esta conexión?
R.- Tengo la sospecha de que yo casi siempre he escrito interiorizando la metáfora de que el cuerpo es un texto y, a su vez, el texto es un cuerpo. De ahí ciertas selecciones léxicas que me llevan por los campos de la escatología, la patología y la anatomía. Pienso que esto es así precisamente porque el cuerpo de las mujeres -en plural- es un campo de batalla donde las violencias, que todos padecemos, se redoblan. Nuestras diferencias se convierten en desventajas tanto en el espacio público como en el privado, y nuestros esfuerzos, nuestra autoexigencia y nuestro miedo a no cumplir las expectativas se convierten en enfermedades reales. No son respuestas hipocondríacas. No son nervios. Son enfermedades. Cuando escribí Clavícula, me di cuenta de que no podía separar el dolor físico del psicológico y del social; que la ansiedad y la angustia que me generaban mis miedos estaban en estrecha relación con el hecho de que soy una trabajadora autónoma autoexplotada que pertenece el precarizado mundo de la cultura y que además es una mujer. Y las mujeres somos las primeras en sufrir la pobreza, las primeras en ser despedidas y las primeras en angustiarnos por no cumplir con unas expectativas sociales y laborales que, como apunta Mary Beard, nos deberían hacer cambiar el concepto de "poder". Las mujeres nos sentimos enfermas porque la presión que soportamos desde un punto de vista psicológico y social redunda en nuestra salud. El asunto de que la medicina sea aún un relato heteropatriarcal tampoco es una cuestión menor, igual que no lo es el hecho de que la enfermedad nos empobrece porque no podemos trabajar. Es un círculo vicioso que ratifica la necesidad de defender lo público. Con uñas y dientes. La excelencia de nuestra sanidad pública.
La metáfora de la carne
P.- Descarnado, desnudo, impúdico… Son algunos adjetivos empleados en entrevistas y críticas al hablar de Clavícula. ¿Esta exposición cruda de la intimidad nació de manera espontánea al escribir el libro o se trata de una herramienta deliberada?R.- Nace de manera espontánea y poco a poco se convierte en algo deliberado. Cuando comienzo a escribir Clavícula lo hago con el objetivo de poner orden, a través de la escritura, en la experiencia desestructurante de mi dolor. Poco a poco, me percato de que los asuntos sobre los que estoy haciéndome preguntas conciernen a muchas otras personas. Que mi dolor no es singular ni excéntrico, sino que se vincula con unas condiciones de vida compartidas con los miembros de mi comunidad. En ese punto, la escritura terapéutica se convierte en escritura literaria y la conciencia del otro me lleva a trabajar el texto de una manera más respetuosa para con los lectores. La cadena comunicativa de la literatura se cierra en el lector, que se apropia de texto. Yo escribo desde esa conciencia y desde la creencia de que la literatura consiste en contar una cosa a través de otra: a través de la metáfora de la máscara o a través de la metáfora de la carne, que es la que yo elegí en Clavícula. Esto me lleva a ser crítica con el concepto de literatura edificante. No creo que se deba censurar ninguna propuesta artística. No creo en las mordazas ni en la adaptación de los cuentos infantiles. El tipo de pensamiento que propicia la lectura literaria me parece que se relaciona con la capacidad del que lee para descubrir que se esconde por detrás lo explícito. El arte no es literal, aunque sea ideológico. No es modélico. Desencadena el pensamiento y amplía la visión del mundo a veces gracias a imágenes insoportables o subversivas.
»También pienso que las ficciones son verdad, porque las metabolizamos y pasan a formar parte de nuestra concepción del mundo -el romanticismo, los modos de besar, el reparto de tareas- y que la escritura autobiográfica, pese a partir de una aproximación no escéptica hacia el lenguaje, hacia su capacidad para perfilar o aproximarse a lo vivido o lo temido, trabaja con el prejuicio de que el lenguaje no es una herramienta limpia, sino manchada de historia. El lenguaje es un filtro que nos ayuda a ver en la misma medida que empaña el objetivo de nuestra cámara. Me interesan los libros que quiebran o replantean asociaciones discutibles: mentira y ficción, autobiografía y verdad, verosimilitud y justicia…
P.- En el prólogo de Amor fou, Isaac Rosa dice creer que usted se hizo novelista por la misma razón que su personaje Arturo Zarco se hizo detective: que el mundo no está loco sino que todo se rige por relaciones de causa-efecto que se pueden desentrañar. ¿Está de acuerdo con eso? ¿Se identifica con la figura de una detective o, más bien, y por seguir con la metáfora de las dolencias, con una doctora encargada de diagnosticar los males de su tiempo?
R.- Yo soy una mujer que escribe y que, un día detrás de otro, practica su oficio para merecerse el nombre de escritora. Cuando leo, a veces me pongo el traje de buzo, el de espeleóloga o el de detective para intentar escarbar por debajo de las superficies, los espejos y los escaparates de nuestro mundo. Cuando leo, de algún modo, estoy escribiendo. Y, en los dos casos, indago sobre las cuestiones que me duelen, sobre lo que no entiendo o sobre esos otros asuntos en torno a los que se ha formado una costra de falsa complejidad. Me parece que trabajo con el lenguaje para siluetear los fantasmas de todo lo que ya no vemos porque nos parece natural y sin embargo nos pincha: por ejemplo, la idea de que el más rico es el que más ha trabajado o de que, cuando los de arriba ganan, por la teoría del goteo, ganamos todos. Estafas.
P.- Entre los temas de su literatura ocupa un lugar destacado la reflexión sobre la situación política, social y económica de las mujeres. ¿El mundillo literario es más o menos machista que otros ámbitos? ¿Cómo suele manifestarse ese machismo?
R.- La literatura no es una burbuja al margen del resto de la realidad. En la ideología invisible habita un machismo que permea todos los espacios públicos e íntimos. En el campo de la literatura, las escritoras somos acusadas de soberbia o prepotencia en cuanto articulamos un discurso reflexivo que no caiga en la falsa modestia o no juegue a la inseguridad. Un discurso que no pida perdón. Tenemos que ser comedidas. Tenemos que molestar lo mínimo posible. Luego hay reacciones y comentarios menos intelectuales que no voy a reproducir aquí pero que consisten en descalificarnos aludiendo a nuestro aspecto físico o a nuestra disponibilidad sexual. Es lastimoso que lo que en un hombre es un valor en una mujer sea un defecto: curiosidad, ambición, capacidad para hablar en público, racionalidad, sentido organizativo, inquietud sexual y afectiva, intrepidez, imaginación, creatividad... Todos estos atributos, aplicados a las mujeres, suelen premiarse con apelativos como marimacho, marisabidilla, guarra, egoísta, temeraria, fría, calculadora, dominante, loca.
P.- ¿Cree en la utilidad de la huelga del 8 de marzo?
R.- Sí. Porque a mí me cuesta mucho separar la variable de género y de clase, y las mujeres somos las primeras víctimas de la precariedad, del empobrecimiento y de la violencia íntima y pública. Cobramos menos, tenemos un techo de cristal sobre la cabeza, nuestra tasa de paro es más alta. Lo tenemos todo más difícil, braceamos más para llegar a nuestro destino y eso nos lleva a la frustración y a la enfermedad. A las mujeres nos matan y nos culpan de habernos matado. Por provocadoras. Y siguen funcionando estereotipos reduccionistas que simplifican la complejidad y las circunstancias de cada mujer: somos o santas o putas, princesas guisante o abanderadas de la abnegación y el sacrificio, mujeres de familia o eficientes y competitivas mujeres de empresa. Yo no me siento cómoda dentro de esos trajes e intento practicar un feminismo autocrítico en el que procuro no decirle a nadie lo que tiene que hacer para que cada quien ejerza su margen de decisión, libertad y responsabilidad reflexionando sobre de dónde provienen sus deseos. Porque a menudo nuestros deseos, como señalaba Pierre Bourdieu, provienen de una expectativa masculina que hemos asumido como propia. El 8 de marzo es un día magnífico para la denuncia, la celebración, la solidaridad y la reivindicación de la palabra feminismo. Tanto por parte de las mujeres como de los hombres.
@FDQuijano