Lo mejor que le puede suceder a una novela en estos tiempos duros para la literatura y para otras tantas cosas es que se convierta en un debate social. Lo mejor que le puede ocurrir a estas novelas que se convierten en debate social es que también estén muy bien escritas, sean interesantes, y que logren también convertirse en debate literario e intelectual. Pasó con Patria, de Fernando Aramburu y, en su momento, sucedió con La fiesta del Chivo, la novela de Vargas Llosa sobre el dictador de la República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo.
Mañana o pasado tendrán en su poder todos los lectores que quieran y la adquieran la novela de Vargas Llosa Tiempos recios, cuyo título parte de una apreciación de Santa Teresa. Sucede que esta novela, por el camino de La fiesta del Chivo, acaba por ser una reflexión muy bien trazada literariamente sobre la libertad, la democracia, el honor, la dignidad política y, en definitiva, sobre el podrido corazón humano cuyos recovecos casi siempre son incomprensibles. El escenario: Guatemala, la Guatemala de Arévalo y Jacobo Árbenz, dos presidentes que, admiradores del sistema político y social de los Estados Unidos de América, buscaron con afán y una gran honestidad democrática sacar a su país de la estructura feudal y colocarlo en el mapa del mundo moderno. ¿Es, pues, Tiempos recios una novela histórica, una novela política, una novela en la que la historia puede con la ficción no viceversa, es tal vez una novela psicológica? No creo que el escritor se haya planteado todas esas preguntas al inicio y desarrollo de esta novela que es todas esas cosas y mucho más: es puro Vargas Llosa, en vena y en directo.
Conocí la historia de Jacobo Árbenz, y el golpe de Estado dado en Guatemala en 1954 por el coronel Castillo Armas, el señor Caca (en la novela y en la realidad), cuando me interesé hasta más allá de lo conveniente por las andanzas del Che Guevara antes de ser el Che, el famoso mito mentiroso de la Revolución Cubana. Sucede que Guevara estaba en Ciudad de Guatemala cuando Castillo Armas atravesó la frontera de Honduras con un ejército de mercenarios que le procuró la CIA, y dice el mito que ahí comenzó su gran "concienciación" política. "Arráyate un millo", dicen en mi tierra.
Bueno, Tiempos recios tiene el tiempo por delante para transformar su lectura múltiple en un debate social y político. Ocurre también que lo que se desliza claramente en la novela es la gran mentira urdida por la United Fruit, siempre la frutera provocando golpes de Estado y muertes de inocentes y culpables, para dar el golpe de Estado contra Árbenz. Fue una enorme mentira, un gran fraude, echar a correr la embustera noticia de que Jacobo Árbenz era un comunista que pretendía introducir en Centroamérica el comunismo soviético y convertir Guatemala en una cabeza de playa para luego invadir Panamá y quedarse con el canal. ¿Cómo fue posible tanta maldad? La administración norteamericana de la época, presidida por Eisenhower, con Nixon como segundo al mando, y los hermanos Dulles manejando la Secretaría de Estado y la CIA, puso en marcha una maquinaria de publicidad y propaganda que Tiempos recios describe con una solvencia histórica y literaria sin dudas o sortilegios. Esa canallada hizo que después vinieran dictaduras y antojos reaccionarios en toda América del Sur y Centroamérica, situación que produjo después el camino equivocado de la Revolución Cubana y todo el guevarismo guerrillero que invadió esos territorios en los años 60 y 70 del siglo pasado.
La ficción de Tiempos recios: el lector no sabrá discriminar, y ese es un éxito literario de la novela, cuál es la ficción y qué es la realidad histórica que describe la novela. Con el esquema de A sangre fría, que tanta solvencia y liquidez intelectual le dio a La fiesta del Chivo, Vargas Llosa hace una mezcla explosiva entre una cosa y otra, transformando la realidad histórica, la documentación histórica, en ficción y la ficción en realidad aparente. Eso es una novela. Pregúntenle a Balzac, de quien Lampedusa decía que era tan buen historiador como novelista. Hay quien dice que ese mismo Balzac ha enseñado más al mundo lo que es Francia que todos los libros de historia, incluidos los de Michelet. Es una exageración, desde luego, pero está cerca de la verdad. Vargas Llosa es el Balzac contemporáneo del Perú (el mundo, en general, conoce más del Perú por sus novelas que por sus historiadores) y de América Latina, por cuyo territorio se extienden muchas de sus mejores novelas, literariamente hablando.
Todo esto bastaría para justificar la publicación de Tiempos recios que, además, viene a cimentar la fuerza de las tesis del escritor en su ensayo La llamada de la tribu: la defensa del liberalismo como pensamiento político e intelectual en estos tiempos no menos recios que los que vivió Arbenz en Guatemala. Tengo para mí que Tiempos recios no gustará a muchos "liberales" de hoy, sorprenderá e irritará a la izquierda convencional y a la "coqueluche", y —sobre todo— incomodará ideológicamente a las derechas. Es decir, Vargas Llosa en estado puro. Créanme y entiéndanme, señoras y señores: lo siento mucho por su estado de ánimo, una vez que lean Tiempos recios.