La soledad en una hora
Excepcionalmente interpretado por Rodrigo Murray, 50 de cien es un monólogo de Cien años de soledad muy bien desarrollado, un descubrimiento y una epifanía
El espectáculo teatral es un monólogo del "libro" (Cien años de soledad) durante una hora que lleva a cabo sobre el escenario un actor excepcional: el mexicano Rodrigo Murray. Hasta nombre de actor tiene el hombre. Ya lo había visto en Amores perros y ahí estaba el hombre, en escena, dando al público cinematográfico elementos que cimentaban de sobra su talento. Rodrigo Murray, entonces, con sus dotes de actor y su talento histriónico contándonos las hazañas del "libro" en estos cincuenta años de existencia. El título de la obra: Cincuenta de cien, de Melini y León. Un texto muy bien desarrollado y excepcionalmente interpretado por Rodrigo Murray, un descubrimiento y una epifanía. El "libro" (Murray y Cien años de soledad) se pasean en escena, de un lado a otro del espacio escénico relatando las historias por las que ha tenido que pasar hasta llegar ahora a los cincuenta y dos años con una vitalidad que se parece mucho al tiempo eterno. El texto teatral tiene su dramatismo, su tensión necesaria, su palabra exacta, y ha encontrado al protagonista de su vida en este actor mexicano que encarna al "libro" como si él mismo lo hubiera escrito. Al final, el público estalla en aplausos y el éxito está asegurado: divertir y aprender. El ingenio triunfa una vez más y la obra teatral y su texto se contagian del contenido del "libro" hasta el punto de que en muchas ocasiones parece una extensión de Cien años de soledad, con su mismo ritmo -o música parecida- y con su mismo tempo literario.
Se estrenó en la FIL de Guadalajara hace dos años, cuando cumplió cincuenta la primera edición de Cien años de soledad. Entre ficción y realidad hay una conjunción de elementos que hacen verosímil el hecho teatral. Yo lo vi en el Teatro Chico en Santa Cruz de La Palma, hace unos días, y al día siguiente se estrenó en Madrid con un éxito total, en aplausos, en atención del público y en tensión teatral.
Murray dijo al final de la obra en Madrid que un escritor en la isla de Las Palma, el día anterior, le había dicho que experimentó dos cosas muy grandes: hubo un momento en que ese espectador, el escritor, perdió el sentido de la ubicación y creyó que estaba lejos de La Palma (uno) y creyó, además, que el actor estaba actuando sólo para él, que no había más espectadores porque se había abstraído hasta tal punto que, hechizado por el monólogo del "libro", no se daba cuenta de otra cosa que no fuera la ejecución teatral de la obra. Lo sé bien porque ese escritor era yo, que sufrí esa magnífica experiencia una vez más en el teatro. En una cena amistosa y llena de risa que tuvimos después de la obra, les dije a Murray y a Arreola (Chema, mi amigo, el nieto de Juan José Arreola, un genio) que a veces el teatro me daba dolor de cabeza y me aburría. No sé si me daba dolor de cabeza porque me aburría o me aburría porque me daba dolor de cabeza. Tanto da. Pero que su interpretación del "libro" al cumplir cincuenta años de eternidad literaria me había hecho creer otra vez en el teatro. Celebramos esta experiencia el propio Murray, Melini, las productora Nelly Rosales, José María Arreola y yo, con un abadejo a la plancha, vinos varios, morena frita y tiempo. Caribe sin moscas ni mosquitos, al borde del mar, en la terraza de La Chalana, pegada al mar de Santa Cruz de La Palma, todo eso algo parecido al cielo durante el tiempo de amistad.
El proyecto nació en LibrosVivos, una idea del propio Arreola, que ha desarrollado obras en el teatro de Alfonso Reyes y del propio Arreola. Un exitazo.
La tentación vino a verme esa noche, en plana euforia teatral, porque Arreola y Nelly me invitaron a pensar en escribir un monólogo con muchos de los recuerdos de mi vida, episodios tan divertidos como cómicos "cometidos" en unión de amigos como Carlos Barral, Alfredo Bryce Echanique o José Esteban. En el Festival Hispanoamericno de Escritores, en la cena de despedida, les "regalé" a los escritores invitados un hecho de la vida de José Esteban que se mueve otra vez entre la realidad y la ficción. Se titula La noche negra de José Esteban en el aeropuerto de Moscú. Casi veinte minutos de narración que provocó carcajadas y aplausos del "público selecto" que asistía en silencio a mi narración durante la cena del cierre del Festival. En la noche siguiente, con Murray, Arreola, Melini y Nelly Rosales hablamos de todo eso y volví a contar parte de ese monólogo y algún otro pequeño retazo de otros recuerdos. Francamente, la tentación me llegó a tocar. Alguien dijo, provocador, que estaba "intentado copiar a Vargas Llosa" y yo, más provocador, contesté que él era infinitamente mejor novelista que yo pero que yo era bastante mejor actor que él. Bueno, habrá que probar mi aserto. Ya estoy entrenándome.