Alfredo Alcain, del pop castizo a la geometría
La exposición que le dedica el MARCO de Vigo incluye más de 80 piezas en las que resuenan ciertos vínculos temáticos con Galicia
13 febrero, 2022 04:15Alfredo Alcain (Madrid, 1936) pinta aún a diario, por las mañanas. No quiere perder esa disciplina nunca, dice, el único modo de ser pintor. La exposición 1965-2021 que presenta el museo MARCO de Vigo nos permite una privilegiada mirada sobre los 57 años de trayectoria a medio camino entre la tradición y la modernidad que, a pesar de haber recibido el Premio Nacional de Artes Plásticas (2003) y el Premio Tomás Francisco Prieto (2010), aún permanece en un discreto plano en la memoria pictórica colectiva.
Alquimista de géneros y estilos, se forma en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y se integra en el ambiente figurativo madrileño de los años 60 y 70 convirtiéndose en uno de los exponentes de la pintura pop española; un pop sarcástico “castizo” que plasma las mercerías y los escaparates de Madrid, no desde el consumo americano sino desde la nostalgia y que junto a Luis Gordillo, Eduardo Arroyo o el Equipo Crónica se constituye movimiento por descarte.
En su tránsito hacia la ‘no figuración’ Alcain pasa de ser un 'flâneur', un paseante que se inspira en lo cotidiano, a un asceta
Su pintura evoluciona desde el hiperrealismo pasando por el pop hasta la abstracción geométrica, etiqueta de la que él mismo reniega: “¿Acaso un poliedro no es figurativo?”. Las etiquetas no encajan bien con Alcain, excepto una: la de pintor. Un pintor-pintor de temas discretos y rotundos, en la búsqueda constante de nuevas posibilidades pictóricas y del placer de trabajar despacio, con la única urgencia de la pintura misma.
“Los cuadros siempre se alimentan unos de otros”, afirma Alcain, y es que en sus lienzos parece estar contenida la historia del arte en pequeños guiños, dislocaciones, grafías que toma de Paul Klee, por ejemplo, o de Juan Gris o de Cézanne o de Morandi. Bebe directamente del cubismo, del impresionismo, del barroco, sabiendo mantenerse invariable en una identidad propia. Desde los ochenta se produce un enfriamiento en el tono de su pintura y comienza a incorporar relieves de madera y objetos encontrados de la vida cotidiana que terminan saliendo del lienzo. Expande lo pictórico hacia la escultura, pero continúa su búsqueda a través de múltiples técnicas. El assemblage e incluso el petit point –un punto de inflexión interesante que reactiva la investigación volumétrica precubista para dar paso a la simplificación gráfica– y muy especialmente, el arte gráfico en el que alcanza altas cotas expresivas mediante su uso del aguafuerte y la serigrafía.
La exposición del MARCO, comisariada por Miguel Fernández-Cid, incluye más de 80 piezas de escultura, pintura, grabado y dibujos en las que resuenan ciertos vínculos temáticos con Galicia. Un chuletón hiperrealista sobre una tabla de cocina de la propia casa del pintor recibe al visitante y apunta lugares comunes. La muerte, o la ironía de su existencia, podría ser otro. Las primeras piezas, ya en sala, son tres autorretratos, su única incursión en la figura humana. Dos de ellos recogen la fecha de su nacimiento como si fuera la de su muerte y en el tercero se representa con 8 años en un pupitre de colegio de la España franquista.
A partir de ellos la exposición se polariza en dos ejes casi cronológicos en los que sus grandes narrativas están presentes: las naturalezas muertas, la abstracción geométrica y el autorretrato, con una mención especial a sus esculturas, tanto las maquetas arquitectónicas como sus hilarantes Butanitos, muñecos compuestos de objetos encontrados. Cabe destacar una de sus series de bodegones más icónicas Cézanne petit point, basada en el cuadro de este autor titulado Frutero, mantel, vaso y manzanas (1879). En ella reinterpreta una y otra vez esta obra, descomponiendo el bodegón en un infinito juego de posibilidades de armonías de color, como hiciera Cézanne. La número LXXXVI (1985) de la serie, que se incluye en la muestra, fue pensada como un rompecabezas y es una de las más representativas por su fuerza cromática, complejidad y ritmo.
En su tránsito hacia la “no figuración” Alcain pasa de ser un flâneur, un paseante urbano que encuentra motivos en lo cotidiano, a un asceta, un pintor de taller disciplinado que trabaja la abstracción como una escritura automática en una deriva de redes, tramas, anagramas, celosías, arabescos. Su pintura geométrica resuena llena de ritmo a través de sus composiciones en movimientos ascendentes y helicoidales, además del uso de tintas planas de colores vivos, flúor incluso, en un ejercicio caleidoscópico, cinético, que infunde vida a las formas. Un exquisito alarde de geometría y lirismo.