Pepo Salazar: Belong anywhere. Meat floating job position, 2016

La Casa Encendida / Fundación Montemadrid. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Comisarios: Barbara Cueto, Maite Borjabad López-Pastor y Beatriz Ortega Botas. Hasta el 10 de septiembre

Cada vez son más los concursos de comisariado, tanto en espacios públicos como privados, dirigidos a jóvenes en los inicios de su carrera, Comisart de "la Caixa", las Ayudas Injuve, Se busca comisario de la Comunidad de Madrid, o iniciativas de galerías de arte como Nogueras Blanchard. Todas tienen en común que se presentan mediante convocatoria pública y que la edad de corte oscila entre los 30 y 40 años. Superada esa línea, el comisario independiente se encuentra solo ante el peligro. De entre todos ellos, Inéditos se lleva la palma: alcanza ya las 16 ediciones, publica un catálogo bilingüe y dota a cada exposición de 23.500 € para su montaje (además de los 3000 € de honorarios). Con sus exposiciones, siempre refrescantes, podemos tomarle el pulso a lo que se cuece entre las nuevas generaciones y de paso llevarnos algún nombre nuevo de regalo.



Las ganadoras de este año son tres mujeres con tres proyectos con títulos en inglés y con un pie, o los dos, fuera de España (Bárbara Cueto vive en Berlín, donde ha sido cofundadora de Vesselroom Projects, Maite Borjabad en EE.UU, y Beatriz Ortega ha estudiado en la Universidad de Ámsterdam y ya en Madrid ha puesto en marcha el espacio independiente de arte Yaby).



Arkadi Zaides: Capture Practice, 2014

Las tres propuestas son, además, duras de pelar y, cada una a su manera, requieren de un rato de visita y de un espectador con la cabeza despejada. Se recomienda seguir este orden: primera parada, Preferiría no hacerlo, de Bárbara Cueto, que toma su título de Bartleby, el escribiente (1853), el cuento de Herman Melville en el que un oficinista se rebela y responde a su patrón con esta frase hasta provocar su inevitable despido. El proyecto es, en definitiva, un canto a la resistencia, al gesto mínimo que puede llegar a provocar un cambio en contra de la productividad constante que nos exige el mundo actual. Está claro que el tema de la (auto)explotación nos preocupa, y mucho, y que en los últimos años lo hemos visto ir y venir por distintas exposiciones que han afinado el enfoque con variantes en sus puntos de vista. El mayor acierto, en este caso, es la selección de obras. Todas encajan a la perfección en el proyecto. Me quedo con los maniquíes repanchingados de Pepo Salazar, homus laboralis agotados y cabizbajos, y con el vídeo de Ben Rivers que cierra la muestra, situado en una sala aparte. Este último por pura envidia de su protagonista, que vive al margen de la sociedad y que pasea tranquilamente por el monte al levantarse, se tira un rato en el césped y se dedica a tareas de mantenimiento en su destartalado taller. Dejaría fuera la obra de Pilvi Takala, The Trainee (2008), no por falta de pertinencia en este contexto, sino porque la hemos visto tantas veces que la ya conocida becaria de la multinacional Deloitte y sus horas mirando al infinito en la oficina ha perdido fuerza. Y casi pediría un pacto inter-curatorial nacional para que no se vuelva a mostrar en los próximos 10 años.



La siguiente parada, Escenografías de poder: del estado de excepción a los espacios de excepción, de Maite Borjabad López-Pastor, es la más compleja de las tres muestras. Tiene mucho que ver con el perfil de arquitecta e investigadora de su autora, comisaria en el Art Institute de Chicago, y requiere mayor especialización del visitante. El ambiente está muy conseguido, la luz tenue y el audio del vídeo de Arkadi Zaides lo invaden todo, y parte de la idea de que el espacio no es algo inocente sino un escenario político donde se dan relaciones de poder. La comisaria ha reunido ejemplos de "espacios de excepción" de nuestra sociedad: lugares de conflicto (la frontera israelí-palestina, el Tribunal de la Haya), controles de seguridad de aeropuertos, embajadas o internet a los que llegamos a través de una selección de obras en las que el contenido político prima sobre lo estético.



La propuesta de Beatriz Ortega sirve de contrapunto a la anterior. En ella priman las formas frente al contenido. La sala es un bosque de pedestales con esculturas, obra gráfica y textil entre las que deambular. Es un proyecto arriesgado, porque el motor aquí son las sensaciones y la experiencia estética, que puede o no gustar, por encima de una tesis perfectamente articulada. Déjense llevar y atención a las obras de Carlos Fernández-Pello (un gurruño de espuma), el tapiz de Sophie Bueno-Boutellier y los retratos de Francesca Ferreri.



@luisaespino4