Gutiérrez Solana, eterna España Negra
José Gutiérrez Solana (1886-1945). Dibujos
3 mayo, 2013 02:00Máscaras con peleles, 1928-1930
España, país atrasado, lleno de supersticiones atávicas, vagos, pícaros y maleantes. De verdad que uno no sabe si Azorín era un profeta o si son ciertas las teorías hindúes del eterno retorno. Y por más que los historiadores contemporáneos hayan llegado a la conclusión de que el de la España negra es un mito, de que los niveles de alfabetización o renta per cápita no eran en el XIX muy diferentes de los de otros países europeos, la visión de nuestro país construida por la generación de pintores y escritores que lee la pérdida de las últimas colonias en clave de melancólica resignación se ha impuesto a lo largo del siglo XX... y vuelto con vigencia en este nefasto comienzo del XXI.
Si bien el término lo inauguran Darío de Regoyos y el poeta belga Emile Verhaeren, La España negra (el reconocimiento de la identidad española en lo decrépito, lo fúnebre y lo violento) es el tema central de la obra de Gutiérrez Solana, que en su faceta gráfica presenta ahora, acertadamente, la Fundación Botín en Santander. Hay que aprender de los errores del pasado, suele decirse, y Gutiérrez Solana es un buen ejemplo, más que para estudiar esos errores, supuestos unos, ciertos los otros, para ver cómo fueron cometidos y, en algunos casos, construidos.
Suele caracterizársele como un artista singular, que, a pesar de conectar con los estilos de su época, se mantiene al margen de las corrientes de las vanguardias, fiel a un estilo propio que enlaza, evidentemente, con Goya y sus pinturas negras, pero también con El Greco y Velázquez. Pero el mayor nexo hay que buscarlo en la literatura y, más concretamente, en el movimiento realista y naturalista del XIX. La propuesta de la comisaria, María José Salazar, se centra en los temas clásicos, tanto de su obra como de la sociedad del 98: la fiesta, la religión, la muerte y las clases bajas del entorno urbano.
La visión de la ciudad en Gutiérrez Solana participa del sentimiento de pérdida del concepto tradicional de ciudad. Raymond Williams estudió ampliamente la evolución de los valores de naturaleza y cultura, ciudad y campo en la literatura inglesa, pero ese es un fenómeno general al desarrollo de la sociedad industrial en todos los países. A la ciudad, a la nueva ciudad, se le atribuyen los defectos del hombre, mientras el campo preserva los valores tradicionales. El rápido crecimiento de las ciudades trae la sustitución de las callejuelas medievales por las nuevas vías trazadas a tiralíneas; la aglomeración de los recién llegados en barrios sin ordenación ni condiciones higiénicas, la contaminación del aire y las aguas, el ruido que sustituye a los sonidos tradicionales. Y la dolorosa aparición de una clase social, el lumpen, arrojada a la miseria. En la representación de ese submundo, los dibujos de Gutiérrez Solana empeñan un trazo fuerte y grueso, que expresa rapidez y energía y una descripción descarnada. Los arrabales son el entorno preferido de sus obras y las figuras de prostitutas, tascas y mendigos, mostrados en su dignidad personal, el tema predilecto.
Pero la ciudad no deja de ser un añadido moderno al mundo que de verdad le atrae: el de lo rural y sus viejas tradiciones y miedos. La exposición recoge algunos de los tipos populares retratados por él, representaciones del viejo poder institucional: el cura, el maestro de escuela. Son siempre rostros angulosos, marcados por las arrugas, con el ceño marcado. No exactamente de mirada torva, pero si sombría. Los tipos populares representan la memoria, el "lo que queda"a lo que toda mirada nostálgica (y la de Gutiérrez Solana lo es, sin duda) necesita agarrarse.
En esa visión tradicionalista encajan los tres grandes temas de Gutiérrez Solana: la fiesta, la religión y la muerte. La primera está magníficamente representada en una amplia (quizá algo excesiva) sección dedicada al carnaval y la máscara, que siempre han sido pequeños reductos de libertad y la verdad que conlleva. Enlaza con la tercera en los retratos de las gentes del toreo: la fiesta y la muerte unidas en el rostro del torero o el picador que se mal gana la vida de pueblo en pueblo. Las dos últimas, la religión y la idea de la muerte que ésta construye, ponen el colofón a la muestra, presentadas como un "ajuste final de cuentas" que ha sido siempre la vana esperanza del desvalido.