Manuel Rivera
Metamorfosis,(Parca), 1961
Parece ser que andaba un día Rivera en Granada de camino al cine cuando una pequeña ferretería atrajo su atención. Diversas herramientas parecían flotar en el espacio del escaparate, unidas por un entramado de mallas metálicas. Dicen que no cabía el pintor en sí de asombro. También dicen que esta anécdota marca un auténtico punto de inflexión en su carrera.Siempre resulta interesante contemplar a Manuel Rivera. Procedentes de una colección particular alemana, las doce obras que integran esta muestra abarcan un espacio temporal de cuatro años, de 1958 a 1962. Esto es, desde bien entrada la fresca y fértil conexión de los militantes del grupo El Paso hasta dos años después de su ruptura. Hablamos pues del período de las Composiciones y de sus primeras Metamorfosis, obras que le concederían prestigio internacional en las grandes citas artísticas mundiales, y precedentes inmediatos de las grandes series de Espejos que le encumbran como uno de los grandes representantes del arte español de la segunda mitad del siglo XX.
Son las Metamorfosis una serie singular, tenebrosa pero repleta de luz, de blancos y negros enfrentados en estremecedor diálogo. Las composiciones de Manolo Rivera tienen un espacio reservado al llanto, un lugar donde habita el desgarro silencioso y amargo. Puede que tengan, como han dicho los críticos, la esencia de una España enquistada de lágrimas, de dudas y sombras; pero tienen también el sol y la vida, el grito y la fuerza y la luz más cegadora.