Susurros en el desierto
El festival '21,39 Jeddah Arts' y la bienal de escultura 'Desert X AlUla' coinciden en Arabia Saudí. Recorremos las propuestas de creadores locales e internacionales unidos para poner en el mapa artístico al país
18 febrero, 2020 07:10La Supercopa, el Dakar, el Saudi Tour, la Titan Series, combates de boxeo y carreras de caballos de máxima categoría… Arabia Saudí tiene bien asentada ya su estrategia de sportswashing y, al poco de haber levantado la prohibición de celebrar conciertos pop, empieza a practicar el artwashing con la colaboración de las más comerciales estrellas y con especial foco en el festival Invierno en Tantora, en AlUla (Enrique Iglesias actuará allí el día 21). Sin embargo, en el lavado de cara por medio de las artes visuales, que siempre será mucho menos efectivo que la adquisición de apoyos mediante la compra de armamento a Estados Unidos y a países europeos –entre ellos, como saben, España, que le vende también infraestructuras–, va con mucho retraso respecto a los vecinos emiratos, que empezaron antes a crear una red de museos, bienales y ferias con considerable proyección internacional. Y apenas se ha atrevido a intentar la importación de marcas y de figuras. Lo hace difícil la práctica inexistencia de infraestructuras: no hay ni un solo museo de arte contemporáneo en el país (aunque se planea uno en Riad), que cuenta solo con dos galerías comerciales de peso, Hafez y Athr, ambas en Yeda, y un par de centros para organizar muestras en condiciones: en Yeda, el Saudi Art Council y, en Dhahran, el imponente Ithra, o King Abdulaziz Center for Wold Culture, financiado por la petrolera Aramco. (Pronto se inaugurará en Yeda otro centro privado de alto nivel, el Hayy: Cretive Hubb, puesto en marcha por el emporio Abdul Latif Jameel).
Es posible que las autoridades gubernamentales, que controlan directamente o a corta distancia toda actividad artística no subterránea, teman un posible boicot por parte de creadores extranjeros no dispuestos a pasar por alto la intolerable represión de cualquier forma de disidencia (recuerden a Jamal Khashoggi), la censura, el sometimiento de las mujeres, la imposición de la sharía, la criminalización de la homosexualidad, el maltrato a los trabajadores inmigrantes o la crueldad de la guerra contra Yemen. A finales de enero se inauguraron dos importantes eventos artísticos, 21,39 Jeddah Arts y Desert X AlUla en los que se detecta la seria problemática a la que se enfrentan los intercambios artísticos internacionales iniciados desde allí.
A pesar de los esfuerzos realizados hasta ahora para dar a conocer el arte saudí en el exterior, con protagonismo de la organización privada Edge of Arabia –que ha tenido como principales objetivos Reino Unido, Estados Unidos y la Bienal de Venecia–, parece que el nuevo Ministerio de Cultura antepone como primera meta la creación de una mínima base para potenciar el turismo cultural y la “creatividad” como motores de diversificación de la economía, según la Visión 2030 del príncipe heredero, Mohamed bin Salman. Se ha establecido el Misk Art Institute, que tendrá una sede estupenda, para facilitar la producción artística y “hacer posible la diplomacia cultural y el intercambio”; se financiarán residencias para artistas –coordinadas por la galería Athr–; se organizará una bienal en Riad… En mi visita pude comprobar el optimismo con el que el medio cultural contempla este futuro próximo después de los años más duros de aislamiento y de vacío más allá de la entrega de no pocos artistas y un puñado de galeristas/coleccionistas, pero también cómo unos y otros se imponen, sin reconocerlo abiertamente, la autocensura y la tolerancia implícita hacia el régimen dictatorial.
El videoarte es el medio más extendido entre los artistas saudíes y ha transformado las prácticas artísticas contemporáneas
Yeda, ciudad desarticulada e intransitable, es la segunda del país en tamaño pero la primera en importancia económica; también en actividad artística, gracias en gran parte al empeño de los dos socios de la galería Athr, que funciona desde 2009 casi como una kunsthalle. Son Mohammed Hafiz, CEO de Al-Sawani Group, cadena de grandes almacenes y tiendas de moda y lifestyle, que vende también marcas occidentales a través de franquicias, y Hamza Serafi, curioso personaje que aúna las condiciones de coleccionista, artista y mayor accionista de Makkah Construction and Development Co, empresa participada por los Bin Laden y por Alwaleed bin Talal, el príncipe saudí más rico, que ha transformado radicalmente en las últimas décadas el entorno de la Kaaba, en La Meca, gestionando además allí hoteles y apartamentos (la peregrinación o hajj sigue siendo una fuente de ingresos nada desdeñable para el país). Athr significa algo así como “vestigios” pero, aunque algo hay en el ideario de la galería y, sobre todo, en no pocos de los artistas con los que ha trabajado, de reivindicación del pasado –modos de vida, cultura, paisaje–, su horizonte es un futuro de expresión en libertad que se vislumbra aún a lo lejos.
Nuevos aires para la cultura
La motivación inicial de estos dos coleccionistas para crear la galería fue la de dar visibilidad dentro y fuera del país al arte saudí, que ni siquiera alcanzaba a llegar a la feria más cercana, Art Dubai. Están detrás o cerca de toda iniciativa de promoción internacional. Por ejemplo, en España, donde sabemos casi nada de la creación de aquel país, dos de sus artistas han expuesto en la galería Sabrina Amrani (Manal AlDowayan, que participa en 21,39 Jeddah Arts, y Ayman Yossri Dayban) y hace pocas semanas se pudo ver en Casa Árabe una muestra de Nasser Al Salem (uno de los artistas en Desert X AlUla), impulsada por la embajada de Arabia Saudí y comisariada por Maya El Khalil, que fue directora de Athr durante unos años (2009-2016), y que comisaría I Love You Urgently, la exposición central de 21,39 Jeddah Arts.
La galería Athr se ubica en un área comercial –tipo pequeño polígono en medio de la ciudad– y tiene dos plantas y una azotea en la que se celebran ahora fiestones de inauguración realmente multitudinarios, con asistencia mayoritaria de jóvenes –el 60% de la población del país tiene menos de 30 años– que aún están estrenando la posibilidad de relacionarse con personas de diferente sexo, de bailar y de pasarlo bien sin ser recriminados por la ya extinta “policía religiosa”. En la actualidad, la galería revisa la corta historia del videoarte saudí a través de una exposición digna de museo que es, con diferencia, la mejor que he visto en estos días en Yeda. Al igual que ocurre en otros países islámicos sin cimientos artísticos contemporáneos y con una difícil relación con las imágenes, en Arabia Saudí hubo y aún hay en el arte un gran peso de lo artesanal y lo matérico, de la geometría, la caligrafía y los diseños tradicionales, pero según narra esta exposición que incluye obras que hasta ahora no habían visto luz pública, la Guerra del Golfo supuso un detonante para que los creadores empezaran a interesarse por el audiovisual como herramienta comunicativa; y se familiarizaron con ella, en un primer momento, a través de las redes sociales y YouTube, que funcionaron durante muchos años como el único “espacio público” de encuentro, expresión y, hasta cierto punto, debate. Hoy, el videoarte podría ser el medio más extendido entre los artistas saudíes y ha transformado las prácticas artísticas contemporáneas. Son nada menos que 45 artistas –muchas mujeres entre ellos– los seleccionados en Durational Portrait: A Brief Overview of Video Art in Saudi Arabia y, en conjunto, nos transmiten de una manera muy reveladora cómo se ha ido consolidando en poco más de veinte años una mirada analítica y crítica sobre asuntos sociales (solo lateralmente políticos) que siguen siendo motivo de fricción, con un lenguaje visual ya sí actual e internacional.
Mohammed Hafiz y Hamza Serafi, que en contextos artísticos más articulados serían reprobados por claros conflictos de intereses pero que aquí son poco menos que héroes, fundaron además en 2013, junto a otros patronos, el Saudi Arts Council, una entidad en teoría independiente (bajo el protectorado de Jawaher Bint Majed, una princesa de la familia real) que organiza 21,39 Jeddah Arts un pequeño festival de exposiciones que ha alcanzado su séptima edición y que tiene su epicentro en la sede del Council. Con el patrocinio del banco suizo UBS, la firma de joyería Van Cleef & Arpels –las marcas de lujo hacen lucrativo negocio en Arabia Saudí– y la ciudad de vacaciones Amaala –“The Riviera of the Middle East” se publicita para el turismo–, se han montado allí dos exposiciones. La primera, más pequeña, revisa los proyectos en Arabia del arquitecto alemán Otto Frei (Premio Pritzker 2015). Frei fue contratado por los Saud, entre 1966 y 1986, para diseñar algunos de los edificios más programáticos e icónicos para el régimen, como el Centro de Conferencias Mecca, la Oficina Real, Consejo de Ministros y Consejo de la Shura y el Club Diplomático, los tres en Riad, o el Palacio de Deportes de la Universidad Rey Abdulaziz en Yeda. Algunos de esos edificios se han perdido ya y, afirman los comisarios Georg Vrachliotis (director de la colección de arquitectura del Instituto de Tecnología de Karlsruhe) y Maya El Khalil, es de justicia recordar y poner en valor hoy tanto la aportación del arquitecto a la cultura constructiva del país como la importancia de estas obras para la comprensión, fuera de Arabia, del conjunto de su legado.
En esos años, por cierto, otro arquitecto, el español Julio Lafuente, trabajaba para el Ayuntamiento de Yeda. Su misión, en los setenta, fue poner en marcha un programa de escultura pública para el que reclutó a algunos de los artistas más reputados del momento, como Joan Miró, Jean Arp, Alexander Calder, Jacques Lipchitz, Victor Vasarely o Henry Moore, junto a otros menos relevantes. Lo malo es que, al tiempo que creaba landmarks que fijaran referencias en el rápido crecimiento de la ciudad –avenidas, plazas, jardines o fuentes–, Lafuente, que no era artista, se confió a sí mismo nada menos que doce de las esculturas. Una buena parte del conjunto de obras fueron trasladadas recientemente a un museo al aire libre en la Corniche o paseo marítimo, con el fin de subrayar el supuesto signo artístico de una urbe que tiene en realidad solo un museo (privado, muy poco conocido y muy poco visitado) que merezca tal nombre, aparte de dos o tres edificios antiguos con colecciones irrelevantes: The Abdul Raouf Khalil Museum, casi una ciudad –con sus calles, plazas y edificios– en la que este empresario y espía reunió una gigantesca colección de antropología, artes decorativas y libros. Allí, con museografía grotesca, conviven piezas de extraordinaria antigüedad o valor y la chatarra, el peor kitsch o tremebundas pinturas orientalistas.
Un Pritzker en el desierto
El pensamiento experimental de Otto Frei, o Mr. Tent (Señor Tienda), como fue apodado, es explorado en el Saudi Arts Council por medio de fotografías y planos en un montaje que emula sus orgánicos trazados, y se pone en relación con la muestra principal, I Love You, Urgently, que trata “cuestiones en torno a la sostenibilidad medioambiental” y “formas alternativas y simbióticas de habitar nuestro planeta”: su interpretación de los procesos de auto-organización natural –estructuras de células y huesos, redes de araña, vórtices acuáticos, burbujas, dunas de arena– serían útiles herramientas para enfrentarse al reto del cambio climático. La muestra, que se extiende a un pequeño edificio recuperado en Al Balad, el centro histórico de Yeda, cuenta con veinte artistas, la mayor parte de ellos saudíes y algunos de la región del Golfo; solo hay dos europeos, Cristiana de Marchi (vive en Beirut y Dubai) y Duran Lantink, un diseñador de moda.
La muestra se beneficia de una cuantiosa subvención del Ministerio de Cultura –“bastante más de la mitad del presupuesto”, es la información más precisa que pude obtener–, lo que obliga a estudiar de cerca sus motivaciones. Llama la atención este apoyo a la sensibilización sobre la conservación de la naturaleza cuando Arabia Saudí es uno de los países que sistemáticamente impiden la adopción de acuerdos más ambiciosos en las cumbres del clima, como ocurrió también en la COP25 de Madrid. Un informe difundido en octubre por The Guardian afirmaba que Aramco, la petrolera estatal, encabeza la lista de las veinte empresas de combustibles fósiles que acumulan un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero. También choca que este gobierno árabe haya asumido la presidencia de la cumbre del G20 para 2020, fijando como sus ejes principales el cambio climático y el empoderamiento de la mujer (¡!).
Medio cultural contempla con optimismo el futuro próximo después de los años más duros de aislamiento y de vacío
La crisis medioambiental no está realmente en la agenda pública, pero tampoco en la artística. Casi ninguno de los artistas seleccionados venía ya trabajando sobre estos temas y han respondido al encargo con desigual convicción. Afirma la comisaria que todos lo han hecho desde vivencias y emociones muy personales pero pocos logran dotar de enjundia artística a sus, en general, ambiguos mensajes. En algunas de las obras se adivinan posiciones disidentes respecto al sistema político-religioso pero nunca encontrarán una acusación directa o una abierta exposición de una opinión. Y la comisaria amplifica esa indeterminación evitando a su vez subrayar las potencialidades subversivas en su mínimo texto para el catálogo, en cartelas o en la presentación a la prensa de las obras. Pero, según ella, estos artistas “son activistas en el sentido de que lanzan un llamamiento a la acción”.
Todos afirman que el Ministerio no ha hecho ninguna objeción al tema o a las obras. Pero hay que entender que la amenaza sobre la libertad de expresión es muy real y que, aun contando con que todo gobierno considera en el fondo políticamente inofensivo al arte, hay artistas entre rejas. El más célebre es Ashraf Fayadh, que formó parte de Edge of Arabia. En 2015, acusado de apostasía, fue sentenciado a muerte por decapitación. Unos meses después, debido a la presión internacional, se rebajó la condena a ocho años de prisión y 800 latigazos. El poeta y artista había sido detenido por la policía religiosa después de haber mantenido en una cafetería una acalorada discusión (¡sobre creación actual!) “promoviendo el ateísmo y difundiendo ideas blasfemas entre los jóvenes”. Las muchas mujeres artistas, que como es lógico aspiran a una total igualdad e independencia respecto a los hombres, tienen que tener especial cuidado, pues el príncipe heredero ha acompañado las medidas que relajan moderadamente el sometimiento femenino con campañas de detención de feministas. Y no hablemos de la homosexualidad, que ni de refilón asoma en las artes. Observadores más cercanos de la escena cultural saudí (Melissa Gronlund, para The Times) apuntan que muchos de los artistas que se atrevieron a ser críticos en el pasado han sido absorbidos por la nueva maquinaria cultural estatal, anulando la posibilidad de disensión.
Así que, ¿cómo abordan estos artistas los padecimientos que infligimos al planeta? Algunos han adoptado una perspectiva científico-poética, como Farah K. Behbehani, que taladra una canción marinera tradicional, con escritura kúfica, en una enorme hoja de papel; incluye, para referirse a la polución en el Golfo, partículas de plástico con las que dibuja en el suelo y toma como referencia formal la estructura del esqueleto de los radiolarios, microorganismos que forman parte del plancton. Daniah Al Saleh también recurre al universo organicista para reclamar, en una instalación que combina escultura y vídeo, la fuerza de la comunidad; al igual que Ayman Zedani, que relata en un atrayente audiovisual la historia del petróleo a través del prototaxites, un hongo arcaico, sin hacer apenas alusión al dramático impacto medioambiental de la mayor industria de su país. Otros cantan, con esa nostalgia por la riqueza cultural previa a la era del petróleo ya mencionada, a los paisajes perdidos (Nojoud Alsudairi, con una obra textil sobre el Wadi Hanifa) y a las formas de vida tradicionales en vías de desaparición (Sultan bin Fahd, que crea un alfabeto con las marcas de los camellos y un canto con las llamadas de sus pastores, contraponiendo ese mundo al del plástico y la fabricación en serie).
La transformación del territorio centra el trabajo documental de Fahad vin Naif y Alaa Tarabzouni, que diseccionan una gigantesca cementera que se ha cerrado recientemente en Riad, sin que nos transmitan un punto de vista claro sobre el asunto. Similar desapego vemos en otro interesante retrato de espacios abandonados: los parques acuáticos –sí, en un país en el que el 50% del consumo de petróleo se dedica al desalado de agua, con colaboración de empresas españolas– en los que bucea Aziz Jamal. La energía colaborativa aparece de nuevo en el blando vídeo de Marwah AlMugait sobre la acacia como eje emocional de un grupo de mujeres rurales y en la escultura performativa y matemática de Omar Abduljawad. Otras obras no parecen tener siquiera relación con la ecología y hablan más bien sobre la allí difícil condición femenina (Manal AlDowayan, Filwa Nazer) y sobre no sé qué música de la luz en la arquitectura (Mohammed Kazem) o no sé qué liberación de la imaginación (Muhannad Shono).
California en Arabia
En septiembre de 2019 Arabia Saudí comenzó a expedir visados turísticos. La medida estuvo acompañada de algunas modificaciones en las normas de conducta que deberían facilitar la llegada de extranjeros: ya no estaría prohibido alquilar habitaciones de hotel para parejas no casadas o mujeres solas, sin su guardián masculino, y no sería obligatorio llevar la abaya (vestido negro y ancho, hasta los pies) o cubrirse el cabello. Hay muchos turistas dispuestos a soportar temporalmente algunas restricciones con tal de tener la posibilidad de visitar parajes exóticos, y una de las mejores bazas que tiene Arabia en la competición turística internacional, además del Mar Rojo, son sus desiertos. En AlUla, una Comisión Real se ha propuesto activar y promocionar el formidable paisaje, de belleza indescriptible, y la valiosísima área arqueológica (tumbas nabateas de Hegra) por medio de un evento artístico algo más internacional. Lo es sobre todo la marca Desert X, una joven bienal de escultura que arrancó en el desierto de Coachella (California) y cuya decisión de aceptar la invitación saudí para establecer algo así como una franquicia del evento le costó a su patronato la dimisión de tres de sus miembros, entre ellos el artista Ed Ruscha, que llegó a afirmar que tal colaboración sería como “invitar a Hitler a una reunión para tomar el té”.
A pesar de que la inserción de las obras en el espacio natural resulta fluida y bien dimensionada, el conjunto orquestado por el director artístico Neville Wakefield y las comisarias saudíes Raneem Farsi y Aya Alireza –que forman parte del Saudi Art Council– peca de frivolidad. Si bien las obras hacen siempre referencia, orillada más de una vez, a la historia de AlUla, las reelaboraciones de camas elásticas (Manal Al Dowayan), columpios (Superflex) o túneles (Nasser Al Salem), nos hacen pensar que estamos en un parque infantil. Las mejores obras son las de Muhannad Shono y Zahrah AlGhamdi que coinciden en hacer reptar sobre la arena formas elocuentes y consiguen dialogar de manera significativa con el mágico paraje.
Las mejores obras de Desert X alula son las de Muhannad Shono y Zahrah AlGhamdi que reptan sobre la arena y dialogan con el mágico paraje
La repercusión internacional de este Desert X no es desdeñable pero son necesarias otras plataformas para dar a conocer el destino. En el otoño pasado, la Comisión Real llevó al Institute du Monde Arabe una exposición sobre las riquezas arqueológicas del AlUla, que se enmarca en la estrategia diseñada por un equipo francés, la Agencia Francesa para el Desarrollo de AlUla (AFALULA), fruto de un acuerdo intergubernamental firmado en 2018.
Se planean pequeños museos in situ sobre geología e historia y ya se están abriendo resorts, restaurantes y atracciones, que funcionan sobre todo durante el festival Invierno en Tantora. La inmensa mayoría de saudíes jamás ha visitado AlUla y cabe preguntarse por el alcance real de la iniciativa, sobre todo a nivel internacional. ¿Dependerá de la futura trayectoria política de Arabia Saudí? ¿De sus intercambios comerciales? ¿Hasta qué punto es eficaz la diplomacia cultural?