Alberto Corazón, el pintor de signos que diseñó la imagen de España en la Transición
La Real Academia de San Fernando le dedica una exposición al conocido diseñador en la que enfrenta sus pinturas con las obras de Goya, Echevarría o los bronces egipcios
10 octubre, 2023 02:30En 1978 Alberto Corazón (Madrid, 1942-2021) decide abandonar el arte. Su participación en la Bienal de Venecia de 1976 junto a Tàpies, Saura o el Equipo Crónica y la negativa de la propia bienal de acoger una muestra oficial de un país gobernado por una dictadura, terminó con sonados enfrentamientos entre los diferentes grupos de artistas y críticos. Corazón opta por centrarse en el diseño gráfico y editorial, que absorbía por completo su exigencia creativa hasta que un encuentro con una obra de Giotto, diez años después, despertó de nuevo su deseo por volver a la pintura. Sustituyó entonces la fotografía por los lápices y los portaminas de grafito blando, las acuarelas Rembrandt, los óleos y los acrílicos.
“Regresar no es volver, es hacer un nuevo camino”, escribió entonces, y es que su pasión por la pintura también comienza con un encuentro fortuito con un pequeño lienzo de Caravaggio cuando tiene 26 años: una pequeña Cesta de frutas en la Pinacoteca Ambrosiana de Milán. En ese momento su interés por el bodegón se vuelve casi obsesivo y lo retoma desde un nuevo lugar, más maduro y reposado, articulándolo como un espacio para la libertad creativa y la complicidad con el espectador. “El bodegón es el menor y más tópico de los géneros pictóricos. Pero precisamente en esa falta de intención, en la absoluta modestia de la propuesta, está ofreciendo un nuevo espacio en el que lo único que importa es la pintura en sí misma”.
Ahora la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, institución en la que ingresó como académico de número en 2006 y a la que incorporó la disciplina del diseño, le dedica una exposición titulada precisamente Regresar no es volver en la que pone en diálogo 45 piezas del artista y diseñador, en su mayoría bodegones realizados en acrílicos y carboncillos, pero también bajorrelieves en bronce de 1990 en adelante, con piezas clásicas de su colección. Corazón se refleja en Goya, Echevarría, los bronces egipcios fundidos en la Baja Época y en el período ptolemaico o en Ramón de Castellanos. Este regreso lo comisaría su viuda, Ana Arambarri, quien busca generar un espacio de diálogo entre su obra y los diferentes periodos históricos que le han influido y a los que hace referencia constantemente en los títulos de sus obras como Cesta de frutas de Caravaggio (2016) o Recordando a Matisse (1995).
Su pasión por la pintura comienza con un encuentro fortuito con un pequeño lienzo de Caravaggio
Este camino de vuelta lo conforman una abrumadora abundancia de gestos ávidos y composiciones inteligentísimas donde el bodegón se reinterpreta a sí mismo desde una fascinante libertad. Corazón expande su pulsión pictórica en los anversos y reversos de los lienzos o en diversos papeles donde los acantilados o los paisajes nocturnos se reducen a expresivas síntesis gráficas llenas de pasión y movimiento.
En su discurso de ingreso en la Academia pronuncia las siguientes palabras: “Pintar es, para mí, de forma creciente, pulsión, más o menos controlada, según épocas, pero pulsión: una energía que te arroja hacia dentro. El diseño es, también, de forma creciente, estrategia, algo que te arroja hacia afuera y que, por tanto, provoca una más intensa visibilidad. Lo propio de lo artístico es la experiencia personal y lo propio del diseño es la aceptación del encargo, es decir, lo no personal”.
Esta exposición salda una deuda que la Real Academia tenía con el diseñador y artista y es la de homenajear su faceta como pintor que tantas veces ha quedado eclipsada al lado de su importante legado y su reconocimiento con multitud de premios internacionales en el campo del diseño gráfico. Corazón ha inventado la imagen corporativa de la España posfranquista en inolvidables logotipos como los de la ONCE, SGAE, Paradores de España o trenes de cercanías de Madrid y en tantas míticas portadas de libros de Visor de Poesía o de su propia editorial. Pero del mismo modo en que en sus diseños resonaba la historia del arte y de la pintura, en su pintura también late la semiótica: los signos y los símbolos de los que Corazón no se puede desprender, pues articulan indivisiblemente su lenguaje.
En muchas de sus obras vemos palabras escritas o arañadas en la materia pictórica como incisiones atávicas, rastros de los alfabetos neolíticos primigenios, ruinas antiguas que se abren paso entre pinceladas de color. Un personal primitivismo que declina en motivos sencillos como una caja, una tumbona, una casa o un matorral. Las piezas dedicadas a los embarcaderos o a los barrancos realizadas en sanguina y carboncillo son sobrias y exquisitas, mientras explotan en un fascinante juego pirotécnico de líneas caóticas, puntos y rayas que sorprendentemente devienen forma. Un juego no aleatorio, sino resultado de una pausada contemplación que cambió su percepción del arte “la creación es un acto de inteligencia y no hay creación sin conocimiento”, afirmaba. Acompañamos a la pintura de Corazón en su camino a su pulsión más íntima, la de la vuelta a casa.
Artista en lo cotidiano
Su labor no tuvo límites. Paradores, la ONCE, la Biblioteca Nacional o el Cercanías, Alberto Corazón es el autor de muchos de los logos que hoy forman parte de nuestro día a día. Fue también activo editorialmente –en 1964 funda Ciencia Nueva– y diseñó portadas de revistas y carteles.