Durante siglos, los artistas se han comunicado por escrito con clientes, colegas, amigos, amantes y familiares, críticos y galeristas. Que sus cartas se hayan conservado tras su muerte nos indica el aprecio del que gozaron entre los conocedores como herramienta de documentación e interpretación de la obra, y entre los aficionados como expresión del culto a la personalidad creativa: no tanto por lo que las misivas pudiesen contar sino por su cualidad de objeto tocado por el genio que se convierte en reliquia, en fetiche.
El valor de las cartas asciende de acuerdo a la celebridad del artista y de lo jugoso de su contenido, y estas que ha prestado Anne-Marie Springer al Museo Thyssen van bien servidas en ambos requerimientos, a juzgar por el precio por las que el Estado las ha asegurado: casi un millón de euros.
La supervivencia de la correspondencia requiere casi siempre una traición. Hay cartas escritas para ser leídas por todos, como las de Carl Gustav Carus o Asher B. Durand sobre el paisaje, o tan impersonales que pueden ser espiadas sin sonrojo; pero aquellas que incluyen confidencias o expresión de sentimientos nunca pretendieron abandonar la esfera privada.
Son estas violaciones de la intimidad las que interesan a Springer, que comenzó en 1994 a coleccionar cartas de amor
Son precisamente estas violaciones de la intimidad las que interesan a Anne-Marie Springer, que comenzó en 1994 a coleccionar cartas de amor de celebrities del pasado para la hija que tuvo con su entonces esposo, Nicolaus, heredero del magnate alemán de la prensa Axel Springer. Francesca Thyssen, compañera de colegio de la coleccionista en Suiza, propuso a nuestro museo la organización de la exposición tras visitar su archivo en Gstaad donde, por cierto, acaba de comprar una mansión Borja Thyssen. Puestos a cotillear…
La muestra está dividida en dos: una parte en la sala Balcón y el resto repartido en algunas de las de la colección permanente, con especial concentración en la de los impresionistas franceses, nacionalidad de Springer y de la mayoría de los artistas elegidos, entre los que figuran Géricault, Manet, Cézanne, Rousseau, Gauguin, Léger...
Se trata de una pequeña selección de cartas, una treintena de las más de 2.000 que ella ha reunido, para las que Clara Marcellán, conservadora de arte moderno en el museo, ha intentado buscar en él pinturas que pudieran relacionarse –no con todas: por ejemplo, de Frida Kahlo no tienen obra aquí–, en virtud de su autoría y/o de los asuntos a los que se refieren, como los cuadros de Rubens que admira Delacroix en una de sus misivas.
Al visitante le puede resultar complicado detectar las conexiones. Coinciden los autores pero muchas veces no las fechas, por lo que las palabras del pintor pueden estar muy alejadas de la imagen acompañante, y si la epístola en cuestión no es de las que podemos escuchar (QR mediante) en voz de los profesores y alumnos de la Escuela de Arte Dramático, tendremos que acudir al catálogo para leer las transcripciones completas, porque en las cartelas hay solo fragmentos. En cualquier caso, la caligrafía, las ilustraciones, la composición o los papeles nos dan ya relevantes indicios de temperamentos y de maneras gráficas.
Una de las piezas más valiosas es una carta de Van Gogh en la que anuncia a Émile Bernard la serie de girasoles. Es de las poquísimas fuera del museo del pintor en Ámsterdam, que ha montado en torno a ellas una web extraordinaria y completísima. Y esto me lleva a una cuestión clave: la conservación y difusión de estos valiosos materiales.
En bibliotecas, archivos y museos del mundo existen colecciones especializadas en cartas de artistas. Destacan las de la Smithsonian Institution, el Getty Research Institute, la Morgan Library, la Stiftung Im Obersteg (en el Kunstmuseum Basel), la Fondation Custodia / Collection Frits Lugt o, en nuestro país, la Fundación Lázaro Galdiano, en la que se lamenta el “extravío” de las 174 cartas de Eduardo Rosales que se llevó para su estudio un director del museo, Enrique Pardo Canalís.
En España no hemos valorado lo suficiente la correspondencia de los artistas y son pocos los que tienen la suya publicada
En España no hemos valorado lo suficiente la correspondencia de los artistas y son pocos los que tienen la suya publicada, generalmente gracias a museos o fundaciones. El Prado ha sacado a la luz las cartas de Goya a Martín Zapater y las de José y Federico de Madrazo. A veces, los garantes de esos acervos no facilitan su pleno conocimiento. El Museo Sorolla ha sacado ya tres volúmenes de la correspondencia del pintor pero quedan muchas cartas en su “archivo familiar” que son de acceso restringido.
Hace poco el Museu Picasso de Barcelona pudo “abrir” las 700 cartas a Sabartés que le fueron confiadas a condición de protegerlas durante 50 años de las miradas indiscretas. La Fundación Dalí tiene digitalizada toda su correspondencia pero no la pone en línea. La Fundación Miró editó un primer volumen con la del mallorquín en 2009… y hasta hoy.
Tenemos buenas recopilaciones de cartas de Juan Gris (Acantilado), de Manolo Millares/Eduardo Westerdhal (La Fábrica) o de Eugenio Granell (Alvarellos). Pero queda casi todo por hacer. De las 10.000 cartas del fondo Santos Torroella en Girona está brotando petróleo.