Una exposición monográfica en Madrid de la artista mexicana Frida Kahlo (1907-1954) es todo un acontecimiento. Es una propuesta de síntesis, en la que una imagen fotográfica de Frida te recibe desde lo alto de la escalera de acceso al edificio de la Casa de México, y en cuyos escalones puedes ir leyendo, según subes, frases de su Diario.
El hilo conductor de la muestra es un trazado en paralelo entre el arte y la vida como núcleo indisociable: dos elementos intensamente unidos en Frida Kahlo. En 1944 Frida comenzó a escribir su Diario, que tendría continuidad hasta su muerte en 1954, en el que los dibujos y el aliento pictórico se combinan con la escritura, fijando así en unidad los ecos y acontecimientos de la vida y el arte.
Para ella, el trabajo artístico y vivir eran una misma experiencia. Su vida fue muy compleja y difícil, con todo tipo de acontecimientos muy dolorosos y negativos, pero siempre mantuvo su deseo de vivir a través del arte. Esto escribió en su Diario: “La pintura me completó la vida, perdí tres hijos... Todo eso lo sustituyó la pintura.”
Procedentes en su mayor parte del Museo Dolores Olmedo de México, se han reunido 31 obras, que se unen en la presentación a 91 fotografías, una instalación con facsímiles de hojas del Diario de Frida colgados desde el techo, y dos vídeos documentales datados en 1938 y 1941 en los que entre otros podemos ver a Frida, Diego Rivera, León Trotsky y su esposa Natalia, o André Breton. Vida y arte unidos ante nuestra mirada.
Su vida fue muy compleja y difícil pero siempre mantuvo su deseo de vivir a través del arte
Con la excepción de la litografía Frida y el aborto (1932), al parecer la única que la artista realizó con esa técnica, las obras que podemos ver, casi todas de pequeño formato, son pinturas y dibujos.
En el montaje se articulan en cuatro secciones, que se van intercalando con las fotografías, los vídeos y los documentos. Sus títulos son: El retrato del otro: Tradición y modernidad; Dualidad: vida y muerte; Alas rotas: dolor y esperanza; y Naturaleza viva: identidad e intimidad.
Como puede apreciarse, con ello se subraya la contraposición de lo uno y lo otro, de algo y su contrario, sin duda un rasgo bastante central en el trabajo pictórico de Frida Kahlo.
En las obras vamos viendo la autoafirmación del lenguaje pictórico de Frida, desde sus inicios más formalistas hasta los pasos que la llevarán a esa fusión de lo que vemos externamente con todo lo que se agita en su interior. Y siempre con un acento que subraya dónde se está: en la mexicanidad y en lo que experimentan las mujeres.
Creo necesario destacar especialmente la importancia de algunas de las pinturas reunidas, a través de las cuales podemos llegar a una visión de ese lenguaje pictórico interior, tan profundo, que Frida transmite. Me refiero Retrato de Luther Burbank (1931), Hospital Henry Ford o La cama volando (1932), Unos cuantos piquetitos (1935), La columna rota (1944), La máscara de la locura (1945), Autorretrato con Changuito (1945), y El sol y la vida (1947).
En todas ellas vemos registros y ecos de experiencias vividas, a los que se les da un giro para ir desde dentro a fuera, desde el espacio plano, asediado por las dificultades y el dolor, hacia la posibilidad de elevación: a pesar de todo, ir hacia arriba, poder volar, algo a lo que se alude con el título de la exposición. Y esa forma de concebir la pintura brota en diálogo con la necesidad de ir más allá, de concebir la vida como un proceso de liberación.
"Yo sufrí dos accidentes graves en mi vida, uno en el que un autobús me tumbó al suelo… El otro accidente es Diego", escribió Frida
La vida de Frida fue, en verdad, intensamente convulsa. Ya en la infancia, contrajo una poliomielitis en 1913 y fue sufriendo después diversas enfermedades y lesiones. En 1925, con sólo 18 años de edad, viajaba en un autobús cuando se produjo un violento choque con un tranvía, lo que le produjo unos daños corporales que marcaron para siempre su existencia: fracturas en la columna vertebral, en la clavícula, en las costillas y en una pierna en once lugares distintos.
Aunque en aquel momento se pensó que esos daños le podrían causar la muerte, salió adelante, pero eso sí: quedó afectada para siempre y tuvieron que realizarle 32 operaciones quirúrgicas a lo largo de su vida.
Es entonces cuando comienza a pintar. Y unos años después: en 1928, conoce a uno de los grandes nombres del arte en México: Diego Rivera (1886-1957), con quien se casaría en 1929. Y esa relación también determinaría intensamente su existencia.
Tras una situación más o menos estable, todo se complicaría a partir de las relaciones extramatrimoniales de Rivera, lo que llevaría a su separación en 1935 y al divorcio en 1939. Pero en noviembre de 1940 vuelven a casarse de nuevo. Esto es lo que ella misma manifestó: “Yo sufrí dos accidentes graves en mi vida, uno en el que un autobús me tumbó al suelo… El otro accidente es Diego.”
No quedarse hundida en la caída, es imprescindible volar. Unida a un dibujo, esta es la anotación que podemos leer en uno de los facsímiles del Diario de Frida presente en la muestra: “Pies para que los quiero / si tengo alas para volar.” Frida Kahlo: volar de la vida al arte.