Dora García, augurios cumplidos
La artista lleva a la galería Juana de Aizpuru la performance 'The Prophets', que lleva en marcha casi quince años y que ahora regresa a Madrid, con otra forma, junto a otras dos instalaciones
9 noviembre, 2020 09:18“(…) 19.00 h. Espacio Uno, MNCARS, Madrid. Dos hombres jóvenes y atractivos comienzan a repartir fotocopias del papel, como la que ahora mismo tiene usted en la mano, a los visitantes (…)”, es una profecía que se cumplió en 2005. Con ella Dora García (Valladolid, 1965) empezó la performance The Prophets, que lleva en marcha casi quince años y que ahora regresa a Madrid, con otra forma, junto a otras dos instalaciones. Esos jóvenes no se pasearán –esto podría ser una predicción– por la galería. El futuro que anunciaban parece haberles sobrepasado. Ellos, que estaban inspirados en Dustin Hoffman y Robert Redford en Todos los hombres del presidente, estarán ausentes. No lo está el cartel de la película, que cuelga de una de las paredes convertido en un reflejo fantasmal. Ya no se puede controlar lo que va a pasar, si es que alguna vez se pudo. Los profetas, y nosotros también, nos hemos dado cuenta de que aquello que se creía seguro, es incierto.
“La verdad os hará libres”, se puede leer apenas en la medalla conmemorativa de la CIA –acostumbrada a fabricar mentiras– que se expone y funciona como un oxímoron, una contradicción en los términos. Aquello que los profetas adelantaban era una ilusión, lo que iba a suceder no era más que un guion previamente escrito, una partitura que les obligaba a actuar de una forma u otra y convertía a los espectadores, a nosotros, también en actores: el futuro se había pensado en el pasado. Las normas y las reglas, las instrucciones, lo que ocurre una y otra vez, el calendario y las agendas, permitieron a Dora García escribir esas 147 profecías cumplidas que ahora se muestran como si fueran un archivo o, mejor, una novela.
Las normas, las reglas, el calendario y las agendas, permitieron a Dora García escribir esas 147 profecías cumplidas
Los profetas estarán ausentes, como también lo estará –este vaticinio puede no cumplirse– la mujer que lee los poemas de Alejandra Pizarnik sobre un disco blanco en El laberinto de la libertad de las mujeres (2019). La potencial lectora podrá decidir cómo hacerlo: susurrando, a media voz o gritando. La voz reverberará en la sala, como las formas hacen eco en la instalación, porque el círculo se repite también en la portada del poemario y en el dibujo de la pared. Incluso, puede que la lectora tome la misma posición, incómoda, que la mujer trazada dentro de la rueda de grafito. Esta mujer es un eco también, repite la imagen de la diosa mexica Coyolxauhqui, asociada a la luna, y que fue desmembrada por su hermano, Huitzilopochtli, vinculado al sol. Este mito se ha interpretado como un relato de cómo el matriarcado fue sustituido por el patriarcado en la sociedad azteca. Las palabras “posición, mundo, voz” concluyen la obra escritas sobre el suelo y dan pistas al espectador sobre su posible sentido. Esta performance en potencia forma parte de un proyecto más amplio en el que la artista investiga sobre la revolucionaria Aleksandra Kollontai, que defendió la libertad de las mujeres y planteó el amor como una relación igualitaria entre camaradas. Los textos de Kollontai han sido fundamentales en el desarrollo de algunas líneas del pensamiento feminista. Traducidos muy pronto al español, fueron muy influyentes en México y también aquí.
La exposición se completa con la instalación Arena, Lo inadecuado, que recupera el escenario que utilizó en la Bienal de Venecia de 2011 y lo cierra con dos expositores en los que se lee: “A partir de ahora el autor sigue solo”. Pero, ¿quién es el autor? ¿Está también ausente? Quizá, como Roland Barthes adivinó, la muerte del autor, supone el nacimiento del lector, y esa tarima esté esperando a que nos atrevamos a cruzarla.