Me temo que con el paso del tiempo, sumergido en un medio profesional como es el del arte moderno y contemporáneo, he perdido la perspectiva del espectador común y, por consiguiente, dónde debo colocarme como crítico. Porque entiendo la labor de este como un intermediario entre obra y público, cuya equidistancia es fundamental: tan cerca del público como para asumir sus perplejidades y tan cerca del artista como para sentirse cómplice de su desafío.
En ese intento es fácil fracasar por excesivamente pedagógico o excesivamente hermético, pero esa es la tensión en que siempre discurre quien pretende desmenuzar lo extraño sin cancelarlo. Y una obra como la que ahora presentamos es extraña. Tanto porque utiliza los recursos más dispares, ninguno de ellos acomodados al marco del arte tradicional, como porque su propósito: defendernos del hurto de la memoria, es un propósito desmesurado. Y esto aunque Memoria es una palabra que en España tiene hoy un peso específico: la Memoria Histórica, cuyo mismo concepto es polémico, la memoria familiar, que tantos autores están rescatando, y la memoria de los meses terribles que acaban de pasar y cuyas lecciones no deberíamos olvidar.
Esta muestra es una declaración de principios éticos y estéticos. Una propuesta de arte conceptual clásico
Concha Jerez (Las Palmas de Gran Canaria, 1941) pertenece al grupo de artistas conceptuales de primera hora: un grupo con una amplia presencia de mujeres, mucho mayor, por cierto, que en el panorama general del arte de la época. Pienso en Eugenia Balcells, Àngels Ribé, Fina Miralles y Esther Ferrer, entre otras. Y por supuesto, en Muntadas, Francesc Torres, Pere Noguera, Isidoro Valcárcel Medina, Juan Hidalgo y Nacho Criado, y otros muchos que participaron en la exposición Fuera de formato de 1983. Es de señalar que muchos de estos nombres (y el arte conceptual, en general) han sido reivindicados por la cultura oficial en los últimos años con galardones que, en algún caso, han convertidoa perfectos desconocidos del gran público en figuras imprescindibles. Estos vaivenes del canon contribuyen tal vez al escepticismo que en ocasiones se cierne sobre el valor de lo artístico.
En la última década, Concha Jerez ha recibido todos los reconocimientos, incluido el Premio Velázquez de Artes Plásticas, en 2017. Esta exposición del Reina Sofía, Que nos roban la Memoria, es la culminación de un largo recorrido y tiene algo de ocasión especial y como tal se ha acometido. Consta de cuatro intervenciones pensadas específicamente para las cuatro escaleras del edificio Sabatini del museo, más la exposición ubicada en diversos espacios –Sala de Bóvedas, Sala de Protocolo y Planta 3–. En ellos podemos ver una selección de obras que cubren un amplio arco temporal: desde sus “escritos autocensurados”, de mediados de la década de 1970, hasta la instalación intermedia Espectros de silencio (2001-2017).
Aunque las instalaciones de las escaleras son estrictamente actuales, se articulan perfectamente con el resto de su obra, que siempre ha girado en torno a temas como la política, los medios de comunicación y lo silenciado. Con una importante formación musical, sus contactos con Philip Corner le hicieron valorar el presunto silencio.También sus primeros pasos como artista objetual fueron desviados hacia la performance y el interés por los procesos –más que por los resultados–, a consecuencia de su contacto con Fluxus.
En el “gran contenedor de memoria”, como Jerez llama al Museo (que albergó muchos años un hospital) la artista eligió las escaleras como no-lugares, el terreno ideal para hablardel olvido. Me gusta especialmente la instalación de las escaleras de mano cruzadas en el hueco vertiginoso, como una visión fractal de ese artilugio que es un símbolo en sí mismo. También la intervención en que cuelgan pequeñas jaulas con audios de relatos personales, como una metáfora de la preservación y fragilidad de la memoria. Y como decía, estas obras se engarzan con las que en las salas consisten en manuscritos, libros y noticias de prensa concienzudamente tachados. Conecta ese denodado trabajo de autocensura con la instalación, en otra sala, titulada El lado oscuro del espejo (1994-1997), con sus pupitres de hierro, lámparas de estudio, fotos y grabaciones carcelarias y luces de emergencia.Todo un clima de opresión y encerramiento, social y personal, que se inicia en tiempos de la dictadura pero reaparece cuando nos encontramos ante la memoria de la misma.
Concha Jerez utiliza una serie de materiales que ha convertido en característicos de su lenguaje: cristal, metal, metacrilato. Todos ellos fríos y aún más cuando están oxidados y fragmentados. También es característica su utilización, desde muy temprano, de audios y referencias sonoras, especialmente presentes en la larga trayectoria artística compartida con José Iges. Fue también pionera en España del uso de tecnología en el medio artístico, a partir de sus video-creaciones.
En definitiva, Que nos roban la Memoria es una declaración de principios éticos y estéticos. Una propuesta de arte conceptual clásico e incluso de poesía conceptual. La distancia que en todo momento mantiene la obra con el espectador y el ambiente lóbrego que la rodea construyen poderosos interrogantes acerca de quiénes y por qué nos roban la memoria.