Isidoro Valcárcel Medina en su casa en Madrid. Foto: Sergio Enríquez-Nistal
Es una leyenda dentro del arte español, uno de los máximos representantes del arte conceptual y un referente para muchos artistas hoy. Isidoro Valcárcel Medina es un artista que dice no a las convenciones del mundo del arte y sí a un arte para ser vivido, abierto al debate y la participación. Lo vemos en De ayer a hoy, el proyecto que presenta mañana en el MUSAC de León, que convierte el museo en foro crítico y político. Arte contra el sistema y a favor de las ideas.
Aunque, por encima de todo, es un Bartleby. Un maestro del escapismo. Desde los años 60 ha procurado escaquearse de todo cuanto ha podido hacerle caer en las redes del sistema del arte. No tiene galería, ni hace retrospectivas y rehúye de que sus obras engrosen colecciones. Hasta cuando se lanzó a escribir poesía, a sus veinte, los títulos eran más largos que los versos. "Soy un hombre normal, aunque no habitual. En vez de seguir un camino trazado voy por otro, sin sometimientos y con autonomía. Aunque no invento nada, ese camino está ahí, es una opción. Digamos que camino por otra acera, que está mal asfaltada pero hay menos tráfico; es más difícil pero más tranquila".
Sosiego, precisamente, es lo que se respira en su estudio en el centro de Madrid, donde estos días vive atento al viaje migratorio de las aves. Formado en Arquitectura y Bellas Artes, ha preferido siempre vivir de las reformas de edificios y viviendas, no del arte. "Es un principio, lo que hay que aceptar si no quieres recibir ningún tipo de presión", añade. Nada cuelga de las paredes salvo una T gigante, una de sus obras, aunque arquitectónica: una mesa abatible que abre el espacio a la cocina. "¡Aunque ya me gustaría que fuese una T de Tàpies!", bromea. Justo al lado, una pila de CD's está coronada por Rodríguez y su Searching for a Sugar Man, otra leyenda de un hombre aparentemente invisible. En el otro extremo, un prototipo del carrito "Boby 3" de Joe Colombo, recoge todo lo que necesita para trabajar: lápices, gomas, tijeras, reglas, folios... Con ellos ha hecho películas, piezas sonoras, acciones, textos y libros de artista. Porque él, dice, a lo que se dedica es a provocar ideas.
Pájaro en su órbita
A sus 77 años sigue fiel al espíritu que lo convirtió en un pionero del arte conceptual en España. Hoy es un mito. Empezó pintando, como todo artista de su generación, volcado en el informalismo, aunque eso le duró meses. De la figuración pasó a la no figuración, de la abstracción al formalismo, a una expresión geométrica y de ésta al minimalismo hasta llegar a la desmaterialización de la obra de arte. "Siempre he buscado actuaciones que no estuvieran acordes a la norma y a lo repetitivo. Pensaba: ‘¿esto es lo que hacen? Pues ya sé lo que no tengo que hacer'. ¿Para qué repetir? Hay que cambiar, ya no como estrategia artística, sino como petición íntima, por diversión. Pero, ¡ay amigo! Todo sea que lo que se te ocurra caiga en gracia. Entonces estás perdido y tienes que buscarte otra cosa. Ese es mi modus vivendi", explica.-Viendo hoy el apego que tienen hoy los artistas por lo conceptual, ¿no se ha estirado demasiado el chicle? -Se ha abusado y se sigue abusando, como todo aquello que cae en manos generalistas. Es decir, que se pone de moda eso de sacarle punta al arte conceptual. Hay cierta degradación del conceptualismo, pero a veces ese estirar el chicle te reconcilia con el clasicismo. El pintor de paisajes y bodegones, por ejemplo, es más auténtico y más actual que un sobador que se dedica a rizar el rizo.
Oficina de gestión
-¿Cómo era el arte conceptual en aquellos años 60?-Empezó de forma muy idealista, como otros movimientos. Era el predominio de la idea sobre el objeto. Aunque siempre digo lo mismo: el arte conceptual es una parcela del arte conceptual, porque todo arte es conceptual, sólo que hay un momento en que se extrema. De hecho, no hay obra más conceptual que Las Meninas. El artista conceptual de los 60 no es que descubriera nuevos mundos, sino que se quedó con la esencia de los viejos. Seguramente, porque no sabía pintar como Velázquez. En mi caso, no me interesaba dominar la técnica, sino intentar controlar la idea.
-¿Entendían lo que hacían?
-Había un pequeño núcleo que sí era partícipe del movimiento, pero también una inmensa mayoría que ni siquiera se molestaba, y cuando era el caso, reaccionaba de manera radical. Me refiero a eso de 'esto lo hace mi hijo' y frases tan manidas. Aunque eso fue pasando y fue llegando la indiferencia. Ahora es, sin duda, peor. Porque tiene gracia eso de contar el número de visitantes de las exposiciones, como si eso fuera algo. La inmensa mayoría no vive su visita, no es una masa comprometida.
-Y hoy, ¿qué es el arte conceptual? ¿Ha cambiado mucho?
-Desde la silla, la foto de la silla y la definición de la silla de Joseph Kosuth, paradigma del conceptual en aquella época, se ha abierto mucho más el campo. Se pueden hacer obras que bastan con ser contadas. Por ejemplo, te puedo contar que fui a un museo a hacer la cola para ver una exposición justo el último día antes de que acabase, el día del reventón. Llegué a las 9 de la mañana y fui dejando pasar a todo el que llegaba, de modo que siempre era el último, hasta que una empleada de la institución nos dijo que no hacía falta que hiciéramos más cola ya que no podríamos entrar. No tengo documentación ni casi espectadores. Simplemente llego y te lo cuento. Tú te lo crees, o no, lo cuentas a su vez, o no. Eso es para mí el conceptualismo hoy, que ha alcanzado una sutileza extraordinaria. Hablo de la reducción al máximo del factor "obra", no de su inexistencia. Eso no quiere decir que la obra deba ser exclusiva, ni que se no se haya hecho producido antes. A veces, revisas cosas ya hechas y les das un nuevo significado. Haces un refrito.
Hoy igual que ayer
Eso mismo, "una experiencia encuadrada dentro del género del refrito", es lo que dice haber hecho en el MUSAC con el proyecto De ayer a hoy. Ese ayer nos lleva hasta 1991, cuando Valcárcel Medina presentó Sugerencias de un forastero al plan general de León, propuestas para intervenir espacios públicos de la ciudad que entonces estaban pendientes de un plan urbanístico. Entre ellos, los entonces descampados de Eras de Renueva, donde hoy se alza el museo. "En aquellos terrenos entonces vacíos pensé construir un parque, una huerta urbana, un centro comercial subterráneo... Ahora presentamos aquellos proyectos junto a fotos de lo que esos terrenos han acabado siendo hoy. Para conseguir la documentación trabajamos desde 2013 con asociaciones como Agenda de desmontajes, y habrá reuniones con el vecindario en el museo. Es un proyecto abierto a la ciudad, donde yo paso a un segundo plano y el MUSAC deja de ser un espacio expositivo convencional", dice.Agenda de desmontajes trabanando en De ayer a hoy, MUSAC
De ahí en adelante vendría su Oficina de gestión. Una referencia del arte judicial (1974), la Ley del arte (1992), tremendamente sarcástica, que propuso al Congreso de los Diputados y 2000 d. de J.C. (1995-2000), una enciclopedia de hechos secundarios con la que reflexiona sobre la medida del tiempo. En otra está enfrascado ahora, cuenta aunque sin desvelar detalles, un diccionario personal del uso de la lengua española. Vuelve, así, a preguntarse ¿Qué es un archivo?, un déjà vu en sus trabajos.
Aunque hay otra pregunta que circula constantemente en todos sus proyectos, los de ayer, los de hoy y los de mañana ("espero que en el futuro venga lo mejor", dice): ¿Cuál es el lugar del arte? "Está por doquier, como decían los clásicos. El arte es, sencillamente, el espíritu con el que se afrontan las situaciones. Ni más ni menos. Una actitud. Ser consciente de lo que quieres y de lo que no. No hay campo limitado para el arte". "No" es, de hecho, su respuesta favorita. "El no es comprometido. Me niego a jugar con las reglas que no me dejan cambiar. Lo que me interesa es la negación constructiva, negar la realidad con una evidencia incuestionable. Sí, ya sé que todo esto es un revoltijo de ideas, que puedes decir, ‘¿pero en qué quedamos?', pero ese enredo es el que me encanta".
O lo que es lo mismo, tocarle las teclas a las instituciones. "No criticar desde fuera, sino desde dentro". Eso mismo hizo en el MACBA cuando le pidieron una obra para la colección. Pintó de blanco un muro blanco, con un pincel del 8, pero cobrando como un pintor de brocha gorda. "No me importa estar en un museo, pero a mi manera, no almidonado en los sótanos. Si se almacena, ya no hace daño. Prefiero vendérsela a alguien que juega a lo mismo que yo".
-Entonces, ¿vende obra?
-Sí. Es absolutamente mentira eso de que no vendo obra. Toda mi vida he vendido cosas, aunque muy pocas, porque no son golosas. Mis precios son ridículos viendo los que se estilan. El arte hoy está supersobrevalorado, pero eso es lo que les interesa a los políticos. Siempre tiene que haber pintores que vendan su obra a precio de oro. Si no, ¿qué pinta el poder?
-Y el espectador, ¿qué pinta?
-Le tengo un respeto absoluto, pero no cedo un ápice por él. No me interesa el espectador pasivo, el que ni deglute, ni digiere, ni disfruta. Lo único que le pido es atención.
-Y la Bienal de Venecia, ¿qué? ¿Iría?
-Por supuesto que no. Siempre he dicho lo mismo: si hay que ir a limpiar voy encantado, pero ir allí como profesional ni hablar.
-Entonces, ¿qué entiende por éxito?
-Debe ser un latazo. ¡Defiéndete del éxito!, creo que decía Dalí. Grandísimo pensamiento, a poder ser, a priori. Siempre por adelantado.