Kara Walker, carrusel de sombras perversas
The black road
10 julio, 2008 02:00The black road, 2008
Curiosamente, después de la Biblia, el libro más vendido en el siglo XIX en Estados Unidos fue La Cabaña del Tío Tom, escrito por la autora abolicionista Harriet Beecher Stowe. Curiosamente también, uno de los best seller más populares en este mismo país desde su publicación en 1936, es la novela protagonizada por Scarlet O’Hara Lo que el viento se llevó, una historia creada por la periodista Margaret Mitchell e inmortalizada en la gran pantalla por Victor Fleming. Ambos relatos, amplificados exponencialmente por el cine y su trascendencia, convierten los padecimientos de los esclavos negros en tierras norteamericanas en un dechado de estereotipos edulcorados, una sarta de felices idealizaciones amoldadas a la conciencia de los dominadores. Desde la gestación de esta nación como estado moderno, la segregación racial siempre ha supuesto un factor diferenciador. De hecho, su propia idiosincrasia patriótica se construye sobre ese condicionante social indefectible. Los blancos por un lado, los negros por otro. En medio, un terreno compartido -atestado de escrúpulos- de subyugación, desesperanza y humillaciones.El trabajo de la artista Kara Walker (California, 1969), tras una postiza ingenuidad aparente manifestada a través de siluetas recortadas, pretende destapar con su directa sencillez los capítulos más olvidados de la esclavitud, intrahistorias que muestran cómo el abuso (muchos de ellos sexuales), la impiedad o la violencia eran abyectas acciones cotidianas con las que los opresores desahogaban algunos de sus instintos más bajos con los oprimidos.
Esta creadora, considerada por la crítica internacional como uno de los valores más reputados de la actualidad -no en vano ha sido galardonada recientemente con el premio Whitney que cada año reconoce la trayectoria del artista estadounidense más importante del momento-, presenta ahora en el CAC Málaga su primera exposición individual en España, The Black Road, una intervención realizada ex profeso en el espacio central del museo a la que se suma una animación con su característico estilo de teatro de sombras. Los significados ambiguos de la película, por su carácter ensoñado, son quizás más sugerentes que los perfiles sobre los muros.
La muestra, sin ser extensa, tiene la virtud de ser representativa del estilo y las maneras comprometidas de Walker. Sus recursos expresivos son elementales, casi pueriles, y están concebidos a partir de una delicada mínima expresión de las formas; el discurso, por el contrario, es vehemente. Su repertorio artístico, bien madurado en los conceptos y arropado por un mensaje firme, se nutre de crudas narraciones para adultos que toman la desarmada apariencia de un cándido cuento infantil. En cambio, sus dibujos, que parecen fábulas inocuas, son hirientes parábolas que encierran detalles dramáticos. Crónicas desarrolladas con sordina y una sutil mirada crítica, que carecen de ironía pero que están sobradas de perversión. Testimonios verdaderos (una de las figuras de la instalación hace referencia a un episodio real, una mujer embarazada a la que le quitaron el feto y luego colgaron de un árbol) que al margen de su veracidad o verosimilitud, conmueven por su legitimidad, por el modo tan irrebatible con el que destapan las tropelías pertrechadas contra los de su raza durante decenios.