¿Qué pensaría cualquiera de nosotros si de pronto descubre que existe una persona exactamente igual a él? No un clon ni una réplica, sino exactamente una versión idéntica de nosotros mismos, sólo unos meses anterior, que niega nuestra individualidad y conoce esa parte oscura e inconfesable que se agazapa en todo corazón humano. En esta premisa indaga el escritor francés Hervé Le Tellier (Paris, 1957) en La anomalía (Seix Barral), una inquietante y adictiva exploración que da una vuelta al eterno tropo literario del doble en la que un avión exactamente igual a su predecesor aterriza tres meses después del primero con su pasaje y tripulación misteriosamente duplicados.
Poeta, matemático y periodista, además de narrador con casi una veintena de libros publicados, la literatura de Le Tellier, presidente desde 2019 del grupo de experimentación literaria OuLiPo —fundado en los 60 por Raymond Queneau y por el que han pasado nombres como Italo Calvino, Marcel Duchamp, Georges Perec o Jacques Roubaud— destaca por una ironía afilada y humorística y los juegos lingüísticos y metaliterarios, nada muy proclive a los lectores masivos. De ahí su sorpresa con este Premio Goncourt, al que acompañaron candidaturas a los otros galardones principales como el Renaudot o el Médicis. “Pensaba vender unos 20.000 ejemplares, como siempre, como mucho 40.000, pero nunca imaginé superar el millón de ejemplares”, confiesa el escritor, que asegura no saber “qué hacer con este éxito”.
Pregunta. Su novela ha logrado ser el segundo Goncourt más vendido de la historia tras El amante de Marguerite Duras, y ya va por su tercera edición en España. ¿Qué ha supuesto para usted el premio y qué cree que ha logrado enganchar tanto a los lectores?
Respuesta. El éxito me sorprendió porque es un libro muy distinto de los que suelen ganar este tipo de premios. Desde luego, el Goncourt, además del prestigio, es una gran oportunidad, sobre todo para mis libros precedentes, que tendrán más traducciones y lectores. Pero el encuentro de La anomalía con el público precedió al premio y se debió al boca a boca en un contexto de librerías cerradas en Francia. Mi idea era hacer un libro adictivo que planteara un juego con lógicas narrativas que engancharan al lector. Sin renunciar a la calidad literaria, eso nunca, no me prohibí en ningún momento jugar con los códigos del best seller.
P. El relato alterna las vidas de diferentes personajes, pasajeros del avión, ¿cómo fue esa selección y qué temas le interesaba tratar?
R. Lo que me interesaba fundamentalmente era imaginar cómo varios individuos iban a reaccionar frente a una confrontación con su doble. Escogí ocho personajes con respuestas emblemáticas, desde el sacrificio a la colaboración, pasando por la indiferencia, el odio o el asesinato. Además, construí la novela de manera que cada uno de los personajes encarnara su propio género literario, lo que permite a los lectores entrar en una novela policiaca, una romántica, otra más de introspección, otra de ciencia ficción… Pienso que esta dimensión tan extraña del libro unido a que la novela sea fácil de leer le ha permitido alcanzar el umbral de los lectores poco habituales.
"Si un escritor no piensa que es un impostor, malo. Tenemos que poder dudar constantemente de nosotros mismos"
P. En este grupo destaca el personaje del escritor, Victor Miesel, con el que introduce la metaliteratura, pues publica un libro llamado La anomalía que es todo un éxito ¿Cuánto hay de mirada irónica en su retrato mundo literario?
R. Ironía hay mucha, sí. Cualquier autor debe aprender a disociar el éxito comercial de un libro y su valor literario. Tengo amigos que escriben obras excelentes y no tienen éxito y otros que escriben libros malos y venden muy bien. Incluso ahora, pese a estar muy agradecido, no pienso que el valor literario de esta novela sea suficiente para explicar su éxito, se trata de algo más. Llevo 30 años escribiendo y tengo la clarividencia de saber que las lógicas del mundo del libro son opacas. He visto algunos espantosos llegar muy alto y viceversa. Muy inteligente es aquel adivinar qué libro tendrá éxito y cuál fracasará. Creo que todo autor debe tener el síndrome del impostor. Si un escritor no piensa que es un impostor, malo. Tenemos que poder dudar constantemente de nosotros mismos. De hecho, el éxito de este libro me da un poco de miedo.
Códigos fruto del azar
P. Central en el libro es la cuestión del doble, ampliamente tratada en la literatura desde Platón, ¿qué le interesa de este mito?
R. Es cierto que es un tema muy recurrente en la literatura, pero en la gran mayoría de textos que hablan de los dobles, éste no es absoluto. En Platón, por ejemplo, es el espejo, pero no hay confrontación. En los mitos del Talmud, el gólem es un ser distinto al hombre que le da forma y en la novela de Dostoyevski El doble, éste es alguien que el narrador piensa que es su doble pero que no se le acaba de parecer, y de hecho es el único en notar esto. Esta figura está muy presente en la literatura, también a través del clon, pero nunca había leído nada que hablara de una confrontación absoluta. Pese a esto nunca tuve la sensación de renovar el tema, los temas se espabilan muy bien sin mí, sino de tratar un tema que tendría ganas de leer: ¿Qué haríamos enfrentados a quien, de alguna manera, es nuestro propio yo?
"No hay nada mágico en el amor, aunque es fantástico decir que lo es, porque no tenemos todos los elementos para entender por qué no lo es"
P. En este sentido, todos tenemos secretos inconfesables y una conciencia muy marcada de nuestra individualidad, ¿qué supondría saber que somos, digamos, “fotocopiables”?
R. No cambiaría nada en realidad. De hecho, ya somos códigos. Tenemos un ADN que es el resultado del encuentro de un espermatozoide y un óvulo en un segundo concreto. Así que somos el fruto de un azar determinado, valga la paradoja. No somos fotocopias, sino mezclas de dos copias, nuestra madre y nuestro padre. Tengo una visión bastante mecánica del mundo, lo reconozco, que pondero con esa gran importancia que atribuyo al caos. Incluso en el amor. No entendemos por qué alguien nos gusta, pero hay bases ajenas a nosotros como las feromonas. No hay nada mágico en ello, aunque es fantástico decir que lo es, porque no tenemos todos los elementos para entender por qué no lo es.
Enfrentados a sus dobles, de quienes les separan solamente las experiencias de tres meses de vida, los personajes de Le Tellier adoptan múltiples estrategias que representan toda la paleta de emociones humanas. Unos intiman y colaboran con sus otros yoes, otros los toleran con ciertas reticencias y algunos no quieren saber nada de ellos. ¿Y el escritor, qué haría? “Compartiría el contenido de mi nevera y podríamos alternar mis dos casas. También a mí hijo, que tiene 25 años y es adorable, seguro que no le importaría tener dos padres. Pero en cambio tengo una pareja que mi doble no tocará, ni le pondrá un dedo encima”, bromea el escritor, que apunta que, en el fondo, lo que nos plantea este dilema es “que cosas de nuestra vida son negociables y cuáles no”.
Explicar lo que no entendemos
P. El libro plantea varias hipótesis para explicar la extraña duplicación del avión, como esa de Nick Bostrom que dice que somos una simulación informática de una civilización más desarrollada, ¿estamos preparados para creer algo así, que es el mundo una ficción?
R. Hay un fenómeno bastante sorprendente, que es que todo el universo obedece a ciertas leyes matemáticas que permitirían hacer una simulación de él describiendo todas las situaciones posibles que se irían construyendo de forma constante. Me gustaba esta idea del caos no determinista. No tengo la respuesta sobre el hecho de que seamos o no una ficción. Pero creo que, aunque estemos enfrentados a esa posibilidad, aunque la ciencia nos llevará a pensar que hay un 90% de posibilidades de que lo seamos, esto no cambiaría nada para nosotros. Seguiríamos naciendo, viviendo, sufriendo y no aceptaríamos creer que somos otra cosa que seres biológicos, porque no podemos aceptar la finitud en la que vivimos.
"Aunque la ciencia nos dijera que somos una ficción, nunca aceptaríamos creer que somos otra cosa que seres biológicos"
De hecho, apunta el autor, “tenemos decenas y decenas de mecanismos mentales, ideas y artilugios para enfrentarnos a esta invasión de dudas. Podemos llamarle Dios, permanencia —la ilusión de que a través de nuestros descendientes escapamos de la muerte— o creer que como escritores o creadores nuestras obras nos sobrevivirán”. Ilusiones, al cabo, porque insiste Le Tellier en que, “nunca es el caso, cuando la vida se para, se para. Los escritores muertos que tuvieron éxito en vida no saben que han desaparecido de las bibliotecas y Verlaine no sabe que lo estudian en la universidad”.
P. Ahora que cita a Dios, más allá de los aspectos científicos, de la posibilidad de que ocurriera algo así, destaca en el libro el papel de las religiones, primero con una serie de líderes inoperantes perdidos en dilemas abstractos y luego en su vertiente de fanatismo. ¿Cuál cree que es el peso de la religión en el mundo actual y en qué se traduce?
R. Está claro que sigue siendo algo muy importante para millones de personas. Siempre he pensado que la lógica de la auténtica fe religiosa es la guerra, porque no puede convivir con otra fe distinta o con la ausencia de fe. Me he plantado muchas veces cómo Dios lidia con la ciencia y creo que siempre nos apañamos para que nuestros saberes se adapten a nuestras opiniones, nunca al contrario. Es por esta razón que un personaje del libro dice eso de “pregúntate siempre por qué pensar lo que piensas te va bien”. La duda como norma es algo positivo, sin caer en el relativismo, claro. La ciencia no tiene por qué acomodarse con Dios, no tiene por qué ocuparse de esta hipótesis. Hay una frase de Sartre que dice “no busquemos explicar algo que no entendemos a través de algo que entendemos aún menos”.
Huyendo del miedo
P. Reflexiona en el libro sobre la capacidad del ser humano para reaccionar ante lo imprevisible. En estos tiempos de pandemia, ¿realmente somos capaces de responder acertadamente a cosas así?
R. No estamos formateados para responder a preguntas tan existenciales. Siempre encontraremos una vía para evitar sufrir demasiado o tener mucho miedo. Igual que procuramos no pensar demasiado en la muerte o que cuando tenemos una fobia evitamos remitirnos a ella. Yo odio los subterráneos, no puedo imaginarme estar atrapado en un túnel oscuro y húmedo, y no sirve de nada que un psicoanalista me explique que es un miedo relacionado con la vagina femenina, no quiero saber nada de este tema. Rehúso lo que me aterroriza y lo mismo hacemos todos los seres humanos. Ante estos dilemas aumentan los suicidios y las caídas en subterfugios como el alcohol o las drogas, todo lo que constituye nuestras vías de escape para evitar lo real.
"Rehúso lo que me aterroriza y lo mismo hacemos todos los seres humanos. Siempre encontraremos una vía para evitar sufrir demasiado"
P. El libro está recorrido por una ironía bienhumorada y una experimentación que son la seña del grupo Oulipo. ¿Qué significa para usted y cuánto influye en su manera de entender la literatura y en esta novela?
R. En OuLiPo no hay una postura de la literatura, sino tantas como oulipianos. A mí me gusta la literatura del olor, como, por ejemplo, Algo negro de Jaques Roubaud, tanto como las novelas de Alphonse Allais, Chesterton o Lawrence Sterne, donde hay un humor ácido, o las de Lewis Carroll, donde prima el absurdo. Este libro no podía entrar en un universo de oscuridad absoluta, porque la hipótesis propuesta es una hipótesis seria que no se puede tratar con seriedad. Así que hay varias historias dramáticas dentro de una historia que globalmente es de distancia y de humor. De hecho, me cuesta ser serio, pues si somos realmente una simulación, ¿por qué habría de serlo?
P. Al hilo de esto, sus novelas y relatos siempre saltan de un tema y género a otro, ¿ya sabe qué será lo próximo?
R. Ahora mismo no tengo tiempo para escribir, claro, pero ya he pensado en mi próxima novela. Será un relato histórico ambientado en una época que me fascina, el cambio del paganismo al politeísmo, y estará ambientada en el mundo latino del siglo II o III d.C. Me gustaría crear un personaje del estilo del Guillermo de Baskerville de El nombre de la rosa, alguien con el que nos identifiquemos por su modernidad. Planeo que sea una mujer envuelta en los mitos grecolatinos y que cree en ellos, porque siempre creemos en aquello que nos han enseñado, pero que al mismo tiempo pueda generar identificación en el lector por su personalidad. Es decir, algo tan complejo como lograr empatía con alguien cuya psique es completamente ajena, que todo lo que siente y cree nos resulta extraño. Veremos si lo consigo.