Sheela Gowda, sencilla sorpresa
El centro Bombas Gens de Valencia expone la obra de la artista india, que ha sabido combinar la tradición de su país con el minimalismo
23 diciembre, 2019 05:40Es la primera vez que la obra de Sheela Gowda puede verse en España. Viene directa de la Fundación Pirelli HangarBicocca de Milán con la que el centro de arte Bombas Gens de Valencia ha coproducido esta exposición. Formada en las universidades de Baroda y Visva-Barahti de Santiniketan, en India, y en el Royal College of Art de Londres, Sheela Gowda (Bhadravati, India, 1957) ha sabido ensamblar con naturalidad en su trabajo las tradiciones con los modos de vida contemporáneos de su país, utilizando una deriva hacia la abstracción y el Minimal Art. Estudió pintura pero, tras su paso por Londres, su obra fue ocupando poco a poco el espacio tridimensional, y aunque hoy su trabajo se ultime principalmente en instalaciones, no ha abandonado del todo lo pictórico.
Ha pasado por muchas de las grandes citas internacionales –Bienal de São Paulo, Venecia, Kassel…–, y en Remains (Restos), esta interesante exposición, se han condensado trece propuestas que van de principios de los años noventa a la actualidad. Es un montaje en el que la obra de Gowda dialoga con el impresionante espacio valenciano de una manera tan familiar que parece como si le perteneciera, como si siempre hubiera estado allí. Los materiales se despliegan de tal forma que se adhieren a la memoria del pasado industrial del lugar, siendo parte de un presente en suspenso.
Gowda ha sabido ensamblar con naturalidad la tradición india con una deriva hacia la abstracción y el minimalismo
Ese interés por los materiales, sus usos y su historia, su disposición y su capacidad para modificar su naturaleza –vías de actuación surgidas con el postminimalismo– están ahí, en un estado de mutación permanente. Y esas actuaciones se abren para introducirse en unos márgenes en los que la forma y su materia adquieren una dimensión especulativa y sensorial y, en cierta medida, también experiencial. Sorprendente. Porque lo sorpresivo viene aquí dado de manera cadenciosa, hasta tal punto que acaba siendo esperado, natural, hasta corriente. En el trabajo de Sheela Gowda aquello que resulta asombroso es de magnitud tan sencilla que lo extraordinario acaba situándose en la propia posición del espectador como hacedor, como constructor, como autor mismo, más allá de la artista.
En estas instalaciones, las resonancias de los procesos de producción industrial son tan palpables como las referencias a los medios artesanales y artísticos, pareciendo, todo, una misma cosa. Así es como poética y política se hibridan para avanzar hacia espacios de reflexión silenciosos, lentos, cercanos y abarcables. La obra And… (Y…, 2007), realizada con hilo, agujas y pigmento rojo (kumkum), marca una línea serpenteante que se mueve en el espacio poniendo a prueba la ley de la gravedad. Al mismo tiempo, la presencia de la línea y lo que entraña, revela un potencial mágico que se desenvuelve orgánicamente libre en un espacio de volubles interacciones. Es desde esta pieza donde los procesos y el delicado trabajo con los materiales, así como su disposición y ordenamiento, comienzan sus recorridos multidireccionales que van de lo simbólico a lo político, de lo identitario a lo económico, y de lo conceptual a lo sensitivo e íntimo.
En la instalación Kagebangara (2008), barriles de alquitrán, planchas, placas de mica y lona se emplazan en un lugar que parecería inapropiado. Sin embargo, la ordenación de los materiales, la composición y el color, se acomodan acompasados para bordear las formas y pasar de lo concreto a lo abstracto. Sheela Gowda consigue así llegar al encuentro con los límites del arte, este que a través de la forma sencilla en la narración quiere contar sin decirlo todo, a partir de asociaciones de significados diversos dados solo por insinuaciones. Y de este modo es como se potencia el protagonismo de un espectador activo en las exploraciones.
La delicada pieza Mortar Line (Línea de mortero, 1996), da salida de nuevo a una línea, esta vez sujeta al suelo por adoquines de estiércol de vaca y pigmento rojo, de nuevo. Aquí, lo que antes fuera un dinámico serpenteo, se convierte en un ligero deslizamiento. La organicidad del movimiento encauza procedimientos de manualidad ancestral y, en cierto sentido, también espiritual. Las referencias a lo vernáculo, a los hechos, las costumbres y creencias se amalgaman para dar pie al encuentro con la vida desde el arte.
La reducción en los procesos, la sencillez constructiva y la fragilidad que muestra este trabajo, aparecen también en otras piezas extraordinarias como In Pursuit Of (En pos de, 2019), consistente en grandes cuadrados negros tejidos con pelo, en los que se humaniza a Malévich. También en las no menos impresionantes instalaciones What Yet Remains (Lo que aún permanece, 2017), y Margins (Márgenes, 2011). Con su gran formato, todas estas piezas abrazan al espectador. Abren nuevos huecos en el vacío y los llenan de presencia humana. Emociones y experiencias en las que el tiempo parece detenido por formas de hacer arte, en ellas se da un encuentro con lo cotidiano y, de alguna manera, se insinúa nuestro inestable acomodo en el mundo.