Cristina Cerezales Laforet
La escritora acaba de publicar Ulises y Yacir (Destino), una novela que ahonda en el drama migratorio.
La última novela de Cristina Cerezales Laforet (Madrid, 1948) es un relato intimista que simboliza el drama de los refugiados a través de
una historia de aventuras protagonizada por dos adolescentes que proceden de culturas muy distintas. Ulises es de Madrid, pertenece a una familia acomodada y sus problemas pasan por decidir si sale a la calle con el balón o con el monopatín. Mientras tanto, Yacir vive en casa de Dorotea desde que naufragó la patera en la que iba a bordo cuando cruzaba el Estrecho desde Marruecos. Logró sobrevivir junto a su madre gracias a la ayuda de Yamal, un vendedor de cerámica con un pasado difícil en el que descubrió que poseía la gran capacidad de sentir la presencia de personas del pasado. La hija de Carmen Laforet regresa a la novela con una historia llena de símbolos, en la que cada elemento tiene su propio significado. A través de diálogos intensos y muy narrativos, la autora teje
un relato esperanzador que reivindica el poder de la amistad. Las reflexiones filosóficas y la mitología, tan características en la trayectoria de la autora, vuelven a estar muy presentes en
Ulises y Yacir (Destino), el sexto título de Cristina Cerezales.
Pregunta.- En esta novela, las vidas de Yacir y Malika bien podrían representar el drama de los refugiados. No obstante, se aborda desde una perspectiva optimista a través de la amistad de dos niños. ¿Hay motivos para creer en la esperanza?
Respuesta.- Sí, aunque
estamos en un momento muy difícil, pero yo siempre tengo esperanza. Decidí que fueran adolescentes porque es la edad de la rebeldía, en la que los niños se están convirtiendo en adultos y comienzan a replantearse todas las cosas de la vida.
P.- La espiritualidad es un elemento muy importante en
Ulises y Yacir. ¿Qué papel cree que tiene o debería tener en el asunto de los refugiados?
R.- Cada uno tendrá su forma de solucionar sus conflictos interiores con respecto a los refugiados. Pero son ellos quienes tienen la dificultad de que les acojan y les den la oportunidad de desarrollarse, y eso forma parte de la solidaridad. Si, además, tienen un apoyo espiritual, les ayudará, pero no es la solución definitiva para ellos. Es un asunto que compete a las instituciones europeas, que son las que tienen que actuar.
Tienen que abrir las puertas y quizás después habrá una acogida individual, pero antes debe solucionarse desde un nivel político.
P.- Toda la obra es un compendio de reflexiones sobre el paro, la enfermedad, las pérdidas humanas, la distancia, la inmigración, la religión… ¿Cómo consigue abordar todo sin que la trama se diluya?
R.- Es lo que componía mi vida mientras escribía la novela en Barbate. Allí estaba la realidad del paro y también la de la inmigración, porque allí también llegaban las pateras. Por eso, he creado mis personajes bajo un elemento espiritual que ayudara a estos jóvenes a vivir sin angustia.
P.-No obstante, la ciencia también ocupa un lugar importante en esta reflexión.
R.- Sí, son cosas complementarias, no antagónicas.
La ciencia no debe desbancar la espiritualidad ni al contrario. Uno no puede salvarse sólo con una de ellas.
P.- La mitología también es una constante en su obra.
R.- En este caso, viene por el nombre de Ulises. Es un componente anecdótico dentro de la novela que sirve para que Dorotea le plantee por qué lleva ese nombre y le anime a descubrir qué representa en la historia.
P.- ¿Qué importancia tiene en su narrativa? ¿Qué simbolizan en esta novela los poderes de Yamal y Yacir?
R.- Forma parte de la fantasía que a mí me gusta meter en los relatos y al mismo tiempo simboliza los trastornos mentales que yo he visto en gente cercana. Yo misma
de pequeña veía a un hombre que supuestamente estaba sentado en frente de mí y en realidad no existía. Unos lo llaman trastorno y yo en mi novela lo planteo como una capacidad. Quería establecer esa diferencia en el caso de Yacir, que se siente raro por tener estos poderes, y en realidad no tiene por qué ser una cosa mala.
P.- Precisamente, Ulises y Yacir son niños diferentes, que no se comportan como la mayoría. ¿Existe una reivindicación de la infancia desmarcada de las nuevas tecnologías?
R.- Sí, el personaje de Dorotea rechaza todo esto para que los niños vivan las cosas directamente. En un pasaje, le dice a Ulises que no tiene televisión porque si la tuviera, no habría leído todos esos relatos. Muchas veces,
la televisión o las tablets les alejan de la situación real que están viviendo. Lo quería destacar porque yo misma a veces querría que los jóvenes que están a mi alrededor apagaran esos aparatos y empezaran a vivir.
P.- Respecto al hecho de que Yacir y Malika culpabilicen al mar de su accidente, ¿podríamos extrapolarlo a la realidad?
R.- Sí, porque
siempre estamos buscando culpables a nuestros problemas. El mar es como es, sigue su curso, y el accidente que ocurre en la novela no es culpa de nadie. Nosotros, que tenemos capacidad de razonar, tenemos que tratar de evitarlo, aunque a veces es imposible porque la naturaleza es terrible.
P.- Parece que esta novela vuelve a la primera,
De oca a oca, en el sentido de que todas las circunstancias, en este caso familiares, conforman un entramado. Dorotea como nexo de unión entre todos los elementos que se disponen a su alrededor. ¿Es una técnica buscada?
R.- En realidad, es algo que está dentro y, sin quererlo, aparece.
Los escritores nos repetimos muchísimo: hay situaciones que vuelven o al menos son parecidas a las anteriores, y se repiten con personajes distintos y en circunstancias distintas que se resuelven de la misma forma. Esa forma es la que está dentro de mí.
P.- En esta novela se aprecia un lenguaje visual potente y está llena de espacios sugerentes llenos de color. ¿Hay una incursión de su etapa como pintora?
R.- Por supuesto. Cuando circulo por los paisajes, estoy viendo todos los colores que el mar tiene, cómo cambian los grises… Lo he contemplado tanto para reflejarlo en la pintura que, sin darme cuenta, también aparece en las novelas. Todo el color, la sensación de soledad del paisaje y, en definitiva, todo lo que he transmitido en los cuadros está presente a la hora de escribir.