Paco León en el rodaje de Kiki, el amor se hace
El actor y director estrena Kiki, el amor se hace, una comedia coral que dirige y protagoniza, en la que aborda las filias y fobias sexuales y ahonda en varias crisis de pareja.
Pregunta.- ¿Se propone acabar con la represión sexual?
Respuesta.- Se podría haber abordado el tema de las filias sexuales desde la represión pero yo creo que esto está hecho desde la naturalidad. Aunque todas las historias parten de cosas sórdidas o de filias un poco truculentas, la película no se acerca al sexo de la moral judeocristiana, esta cosa de Buñuel o de Von Trier... Esta película tiene un punto de vista más francés, a lo Renoir, desde la frescura que es tal como yo lo veo. Aunque sean historias tortuosas en algún momento, la intención es naturalizar esa diversidad porque a todos nos pica algo. Hay tantas sexualidades como personas y en la diversidad está la riqueza. Es la variedad lo que hay que reivindicar.
P.- Vemos menos sexo en el cine, ¿son tiempos más puritanos?
R.- Depende de dónde mires. En los años 70 mi abuela no vivió una liberación sexual por muchas tetas que se vieran en el cine. Es ingenuo pensar que conforme van pasando los siglos se va hacia una apertura sexual sin retorno. Hay muchas cosas que se conquistan y otras que se pierden. De todos modos yo no quería hacer antropología sexual ni ninguna reivindicación con la película.
Paco León en el rodaje de Kiki, el amor se hace
P.- ¿Ha sido muy fiel a la película original?R.- En la película en la que está basada, The Little Death (2014), todas las parejas eran heterosexuales, muy fieles y muy burguesas y me parecía muy pobre. Tampoco quería tener yo la típica cuota gay que queda muy forzada. Por eso introdujimos ese trío y nos gustaba que fueran dos chicas y un chico porque normalmente son dos chicos y una chica: Jules y Jim, Soñadores, Dieta mediterránea... Buscamos esa variedad.
P.- ¿Dónde están los límites del sexo?
R.- En que todo sea consentido. A partir de ahí, te puedes restregar contra un árbol o lo que quieras. Ahora estamos en ese momento de la cocina y del paladar. Estamos en ese deleite del paladar y también estaría bien que existiera en lo sexual y buscar sofisticaciones. Igual que dicen que solo usamos el 20% de nuestra capacidad intelectual, eso se puede aplicar al sexo. Trabajando en esta película he descubierto todo tipo de filias: hasta gente que se pone con las faltas de ortografía. O gente que se pone con el número ocho. O a quien le gusta ver a personas pasando frío o muy abrigadas. No hay ninguna persona del mundo que no tenga nada que no se pueda convertir en un escándalo. Todo el mundo escandalizaría con su intimidad.
P.- Ese límite del consentimiento se pone en duda en la historia más arriesgada, la del cirujano (Luis Bermejo) y su esposa (Mari Paz Sayago). ¿Cómo aborda un asunto tan espinoso?
R.- Esa historia es la más oscura. Hay algo de Hitchcock, ese chalet de la Moraleja, esa silla de ruedas... Es una historia que está muy en la frontera. No es una cosa de Disney. Esto bordea muchos temas y yo agradezco que me hayan dado la libertad de elegir. Hay otras cosas que rozan los límites pero creo que no se pasan, que no hay mal gusto. La clave es que no se frivoliza, me parecería mal en una sitcom, pero nosotros lo filmamos como un drama social de Icíar Bollaín.
P.- Explora distintos ambientes sociales, pero los personajes no son muy distintos en su "rareza".
R.- No es lo mismo el chalet del cirujano y la caravana del feriante, pero no es esa cosa de "ay, qué mal lo pasan los pobres". Lo panfletario y lo reivindicativo me dan un poco de rabia y de dentera. Tampoco me gusta la solemnidad. Prefiero pecar de vulgar a pecar de solemne.
P.- Después de Carmina y amén decía que no tenía previsto iniciar una carrera como cineasta...
R.- Yo no quería y al final esto se está poniendo serio. La verdad es que me lo paso bien y llego a sitios a los que no llegaría como actor. Ser director es como ser un ventrílocuo. Me encanta trabajar con los actores y sobre todo los amateurs, porque hacen las cosas sin hacer muchas preguntas.
P.- ¿Se siente más seguro como director?
R.- Yo soy muy analfabeto cinematográficamente y en técnica también.
P.- Siempre da la impresión de hacerse el tonto y ser más listo de lo que quiere aparentar.
R.- Mi madre me lo decía: "Este, con la carita de tonto lo consigue todo". Prefiero pasarme de tonto que de listo. Es por honestidad. Mi deber y mi única obligación es divertirme. Esto me lo digo y me lo repito para convencerme porque no es tan fácil. Ese es el objetivo que tengo yo en la vida, hacer lo que me da la gana. Para mí los referentes nunca son cinematográficos, sino reales. En la vida real la gente no habla perfecto y se pisan las frases. Por eso trabajo sin guión y me lo monto yo a mi manera.
P.- ¿Trabaja sin guión?
R.- Yo sí tengo guión pero los actores no. Yo les digo todo lo que tienen que hacer y decir. Quiero que lleguen a un sitio pero tienen que llegar ellos. Esta es la manera de que esté todo más vivo. Si lo hacen Bergman, Woody Allen, Eloy de la Iglesia o Almodóvar, ¿por qué me voy a cortar yo?
P.- Hay algo muy Almodóvar en esa mezcla entre cotidanidad y la perversión del sexo, ese hombre masoquista que habla del futbito en Torrelodones...
R.- Me infiltré en una fiesta de fetish, bondage... que había aquí en un local de Lavapiés. Me fui allí tapado para que no me reconocieran. Me sirvió mucho. Yo me esperaba allí una cosa tipo Las edades de Lulú, unas grandes perversiones, y me encontré con gente que tenía unas conversaciones de lo más normal. "Me han quedado tres pero en septiembre me las saco" o "lo que más me gusta es el arroz con pollo que hace mi tía de Denia". Son gente campechana de lo más normal que tiene su vida y el contraste entre esa sordidez y la normalidad es muy gracioso. En eso hay una coincidencia con Almodóvar pero no es algo que vaya buscando. Cuando reflejas a esa gente de la calle en seguida surge ese efecto Almodóvar. Es algo muy nuestro que también vemos en Azcona o en Berlanga.
P.- ¿Temía que lo acusaran de vulgar?
R.- Me da mucha rabia ese prejuicio de la vulgaridad y he oído alguna crítica en ese sentido. Hay una falsa elegancia que es ridícula. Mi madre decía: "La elegancia no es no peerse, sino saber cuándo te tienes que peer. Porque hasta el duque de Windsor se pee". Yo en mi vida no soy nada escatológico pero me parece absurdo negarlo, que de repente se pierda esa faceta.
@juansarda