Cuatro años después de su último largometraje de ficción, Katmandú, un espejo en el cielo (2011) la directora Icíar Bollaín (Madrid, 1967) regresa a los cines con El olivo, una bellísima fábula sobre la destrucción del paisaje y la economía españolas a partir de una adolescente (Anna Castillo, la revelación del año) empeñada en recuperar el olivo que sus padres vendieron años atrás para montar un negocio (que se ha arruinado). Tras filmes como Te doy mis ojos (2003) o También la lluvia (2010), la directora nos narra el viaje de la protagonista, Alma, junto a su familia, su arruinado tío (Javier Gutiérrez) y un amante despechado (Pep Ambrós) para recuperar el árbol de la recepción de una multinacional. Un viaje quijotesco que sirve a la directora para construir su filme más poético que sirve como metáfora de una España arruinada en la que aún queda esperanza. Pregunta.- La idea del árbol milenario y la barbarie urbanística podría dar lugar a un tópico, ¿cómo aborda un filme con ecos de Frank Capra? Respuesta.- La película tiene varios peligros como la relación de la niña con el abuelo que podría haber quedado en plan Heidi. Tiene un tono de fábula pero al mismo tiempo es muy real. Para huir del arquetipo nos fijamos en los personajes para crear seres originales e individuales. Me gusta mucho Anna Castillo, tiene un carisma que no quieres dejar de mirarla. Y el chico no es el típico chico guapo, es un chico muy normal. Javi Gutiérrez le da mucha intensidad a su personaje. Hay que cuidar mucho los detalles para que las cosas sean en sí mismas. P.- Vemos a unos personajes víctimas de la crisis, que también cometieron algunos de los errores del boom. ¿Culpables o inocentes? R.- Los responsables mayores son quienes tenían el poder y no han pagado ni mucho menos tan caro por sus errores como los ciudadanos normales. Pero no son personajes blancos o negros, nos movemos en una escala de grises. Ellos quisieron participar de esa euforia y lo han pagado muy caro. La realidad es que unos se han empobrecido y otros se han arruinado. No creo que pueda hablarse de las mismas culpas aunque muchos cometieran errores. En este caso, lo puedes entender. Venden el olivo porque quieren independizarse y tener un negocio propio. No lo hacen para enriquecerse ni para tener un coche último modelo. Es gente normal, ni mala ni buena, que cayó en esa trampa de que el mercado era infinito cuando era todo un poco ficticio. P.- Anna Castillo se erige en protagonista absoluta con su volcánica personalidad. ¿Quería hablar de que hay esperanza en los más jóvenes? R.- Es un personaje que no se queda quieto, que no quiere renunciar y eso me gusta. La inacción no lleva a nada. Por el simple hecho de ponerse en marcha se demuestra que tiene razón y todo comienza a moverse. El propio viaje mismo es el resultado de que las cosas cambian. Yo la veo como un Quijote con un caballo de hierro y dos escuderos. P.- Para más inri, el olivo está en Alemania. ¿Quería mostrar el complejo español ante la maquinaria alemana? R.- ¡Complejo con motivo! Es una elección que tiene mucho que ver con la idea del propio viaje. Hay olivos en Madrid o en la Costa Azul pero así los llevábamos un poco lejos. Cuando hablamos de Alemania, siempre surge ese conflicto político entre otras cosas porque les debemos un pastizal que vete a saber cuándo vamos a pagar. Todo esto está dicho con humor, con ironía, no se pretende hacer de Alemania ninguna bestia negra, hay más ironía que crítica. También vemos otra Alemania con la gente que les ayuda. Y ese lenguaje corporativo que es el mismo en todas partes.
Anna Castillo y Manuel Cucala en una escena de El olivo