Gonzalo Hidalgo Bayal
"Me nutro más de lo que leo que de la realidad"
El escritor extremeño publica Nemo (Tusquets).
No recuerda Gonzalo Hidalgo Bayal (Cáceres, 1959) el origen de Nemo, su última novela publicada en Tusquets, en donde vuelve a retorcer, a jugar con el lenguaje, a dispersar paronomasias y retruécanos, para levantar una historia de inexplicables y solapados silencios. Es la historia de Nemo. A Nemo le llaman Nemo en el pueblo al que llega decidido a no decir una palabra. Los lugareños, que gustan de las conversaciones eternas, buscarán la causa de su mudez voluntaria. Y de todo esto dará cuenta un escribano comunal, encargado de consignar lo que les ocurre a los vecinos. Si se le pide un punto de partida de esta novela, Hidalgo Bayal cita Paradoja del interventor, la historia de aquel que perdía un tren y terminaba dando vueltas por una ciudad sin nombre.
Pregunta.- En una entrevista de 2013 por La sed de sal dijo que andaba en otra novela pero que estaba perdido y no sabía por dónde continuar. ¿Era Nemo?
Respuesta.- Sí, era esta.
P.- ¿Y acostumbra a tener varias novelas abiertas?
R.- Decir varias quizás es decir mucho. Pero en cierto modo sí; hay una que me duró mucho tiempo, El espíritu áspero. La empecé en 1985 y se publicó en 2009 y era una novela difícil, voluminosa, que se me escapaba por todos los laterales. Y de vez en cuando la aparcaba y me ponía con otra. Así que, salvo mi primera novela, todo lo he escrito en paralelo a aquella.
P.- Alguna vez ha dicho que disfruta mucho inventando historias, y que alguna le costó dejarla porque no quería dejar ese disfrute. ¿Qué opina de toda esa retórica del sufrimiento de ciertos escritores? ¿Se la cree?
R.- Yo eso del sufrimiento y el temor ante el folio en blanco no lo he sentido nunca. Hay una distinción que establece Ferlosio en Las semanas del jardín, que está incluido en Altos Estudios Eclesiásticos, entre genitum, la inspiración, lo que viene dado por los dioses, y factum, que es lo elaborado, lo hecho a propósito. Yo quizás tienda un poco a lo primero, a depender de ocurrencias, de inspiraciones repentinas. Si vienen, bien, y si no vienen, tampoco no pasa nada.
P.- Usted trabaja sus novelas con calma, y no publica demasiado. ¿Alguna vez se ha sentido presionado por los ritmos que parece establecer el mercado?
R.- La verdad es que ni me agobio yo ni me han agobiado nunca de Tusquets. Supongo que esa presión la sentirán quienes venden mucho, que no es mi caso.
P.- ¿Aboca esta España al silencio y el recogimiento?
R.- A mí desde luego que sí. El otro día estuve viendo lo de la formación del Congreso, las mesas, los juramentos... y hay un exceso grande de política de declaraciones, de réplicas y contrarréplicas. Uno de los capítulos de Nemo está escrito pensando en esto precisamente. El narrador está oyendo hablar, en la bodega, a tres personajes, y las voces de unos y otros se superponen y terminan por solaparse. Esa sensación yo la tengo en la política, pero también en el día a día. Ese hablar sin atender, sin escuchar. Yo me considero más oyente que hablante.
P.- Ese parece un requisito necesario para el escritor.
R.- Probablemente lo sea, sí. Al final uno se nutre del exterior y también de la experiencia propia, que es indistinguible de lo exterior... en mi caso, sin embargo, creo que me nutro más de lo que leo que de la realidad.
P.- ¿Siente que no puede renunciar a cierto culturalismo, a lo puramente libresco en su escritura?
R.- Sí, y no sé hasta qué punto este culturalismo proviene de mis deficiencias narrativas. La verdad es que me gusta que haya intensidad poética en el estilo, en la prosa, y cierta exigencia intelectual. Esto me interesa.
P.- ¿Cómo mantiene el estilista el equilibrio entre forma y fondo?
R.- No lo busco... pero sí que veo que lo importante para mí es cómo se cuentan las cosas. Si a mí no me suena bien musicalmente no me interesa, no me gusta. En algunos talleres en que participo digo que lo importante, al escribir, es poder responder por cada palabra, por cada frase. Quizá se debe a que tengo cierta formación métrica, acaso por toda la poesía que leí en mi juventud.
P.- ¿Ya no lee tanta? ¿Por qué?
R.- Sí que leo, pero apenas nada de poesía actual. Sigo releyendo a mis clásicos, pero creo que era mejor lector de poesía hace cinco o diez años o veinte años.
P.- ¿Percibe que hoy abunda cierto adanismo, que hay quienes desprecian la tradición simplemente porque no la conocen?
R.- Algo de eso hay, sí. A mí desde luego, como lector, me interesa el pasado, pero también lo presente. Hay quien presume de no leer a los contemporáneos, yo no estoy en eso tampoco. Uno se nutre de lo lejano y de lo cercano. Me interesa leer tanto a autores locales, extremeños, por ejemplo, como argentinos, norteamericanos o irlandeses. A mí en realidad lo que me falta es tiempo para leer todo lo que interesa. Me pasaría el día leyendo pero a veces me obligo a escribir, porque si no me parece que estoy perdiendo el tiempo. Es cierto que me consuelo pensando que soy un escritor lento.