Pase lo que pase de ahora en adelante, Rafael Nadal terminará el año como número uno del mundo. El español se aseguró el privilegio de acabar 2017 en la cima de la clasificación después de sufrir para derrotar en su estreno en el Masters 1000 de París-Bercy al coreano Chung (7-5 y 6-3) y llegar a octavos de final, donde este jueves le espera Pablo Cuevas (6-7, 7-6 y 6-2 a Albert Ramos). Así, el campeón de 16 grandes tiene muchas razones para sentirse satisfecho: a los 31 años, y tras dos cursos en blanco (2015 y 2016), cerrará la temporada en lo más alto por cuarta vez en su carrera (2008, 2010 y 2013), las mismas que Novak Djokovic y solo una menos que Roger Federer. [Narración y estadísticas]
“Hay espacio para mejorar, pero creo que estoy listo para tratar de hacerlo”, dijo Nadal tras la victoria, atado ya el número uno mundial hasta 2018. “Estoy en una buena dinámica, jugando bien toda la temporada. Hoy no jugué perfecto, aunque tampoco estuvo mal y esa es la buena noticia”, insistió el balear. “Ahora ya puedo dejar atrás todo lo relacionado con el ranking y centrarme en otros objetivos”, cerró el español.
“Teníamos claro que no sería un partido fácil, era un encuentro muy importante”, le siguió luego Toni Nadal, tío y técnico del tenista. “Chung es muy rápido, con buena mano. Le pega muy bien a la bola, aunque necesita mejorar su consistencia”, prosiguió. “A Rafael le ha faltado soltura para no tener agarrotada la mano”.
“Era un estreno atípico”, reconoció Carlos Moyà, uno de los entrenadores de Nadal. “Siempre le cuesta encontrar ritmo y sensaciones. Chung es un rival incómodo y había mucho en juego. Era un partido debía ganar sí o sí”, añadió el ex número mundial. “Le sirve para jugar bien contra Cuevas. Es lo que le ha pasado muchas veces este año: se ha dado la opción de competir de nuevo tras jugar normal el primer día y luego ha terminado ganando el torneo. Con Rafa siempre es una cuestión de ir día a día y partido a partido”.
La rapidísima pista cubierta de Bercy potenció el juego de Chung y le quitó argumentos al de Nadal, nivelando el cruce. El coreano arrancó el partido como un relámpago, presionando y atosigando a su contrario con pelotazos a las líneas, profundísimos todos. Mandando 2-1 y saque en el marcador, Chung sufrió un colapso provocado por Nadal, que como cavando trincheras no pudo reaccionar se decidió a dar un paso al frente en agresividad. En consecuencia, el mallorquín le propinó un 4-0 de parcial a su contrario (de 1-2 a 5-2), desperdició esa ventaja incomprensiblemente (5-5) y le ganó la primera manga al resto.
Metiéndose dentro de la pista para devolver los segundos saques del coreano, un síntoma de decisión estar siempre por delante de la línea, Nadal fue resquebrajando la confianza de Chung, que nunca dimitió del partido por muy mal dadas que le vinieron. El balear, claro, acabó poniéndole el broche a un día importante con un tenis más o menos cortante, el que dicen los libros técnicos que se debe usar sobre pista rápida.
La actitud de Nadal durante toda la tarde (celebraciones extraordinarias en sus aciertos y gritos desaforados para castigar sus errores) fue la de un jugador consciente del peso del partido. Finalizar la temporada como número uno, por supuesto, no es un tema menor. Tener la seguridad de jugar con esa tranquilidad las dos citas restantes (París-Bercy y la Copa de Maestros) le permite centrarse en otro de sus grandes objetivos, que es competir bien bajo techo para intentar ganar un Masters 1000 que no tiene (tampoco Miami y Shanghái) y el título más importante que le falta en su meteórica carrera, el que se jugará en Londres desde el próximo 12 de noviembre junto a los otro siete mejores tenistas del curso.
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