Garbiñe Muguruza apareció en la sala de prensa de la Copa de Maestras de Singapur con la misma ropa que llevó en su partido ante Karolina Pliskova. Tras caer con la checa en uno de sus peores encuentros de la temporada, por el que pasó de puntillas y sin hacer ruido, la española no fue al vestuario y tardó menos de cinco minutos en ir a hablar con los periodistas, cuando lo normal es que las jugadoras se tomen un tiempo para al menos ducharse y enfriar la adrenalina de la competición.
Garbiñe no quiso.
Con el rostro medio descompuesto en una escala de tonos blancos, la número dos respondió las preguntas de la prensa y se fue a descansar pensando en el escenario al que debe sobreponerse este jueves: Muguruza está obligada a ganar a Venus Williams (2-3 en el cara a cara) para alcanzar las semifinales del torneo, y la única manera de asaltar el cruce con garantías es borrar rápidamente lo que sucedió el martes.
La campeona de dos grandes llegó a la habitación de su hotel entrada la madrugada. Durante el corto trayecto en coche intentó olvidarse de lo que ocurrió con Pliskova, trató de no darle vueltas a una dolorosa derrota que mal canalizada puede hacerle mucho daño porque el tiempo para reponerse antes de jugarse el pase a las semifinales con Williams (menos de 48 horas) no da para cerrar cicatrices profundas. En cualquier caso, la conclusión a la que llegó cuando se agarró a la almohada para dormir fue evidente: Garbiñe puede perder de nuevo, como es lógico, pero no con la sensación de estar hundida desde el primer minuto del duelo.
La Muguruza que jugó con Pliskova fue una tenista sin alma que ni siquiera llamó a Sam Sumyk, su entrenador, para que bajase a la pista en un intercambio a intentar echarle una mano, a ver si entre los dos conseguían ponerle remedio a lo que estaba pasando en el cruce. La Muguruza que se medirá a Venus tiene que ganar para no despedirse del torneo y poner fin a sus aspiraciones en Singapur (la de convertirse en la primera española campeona de la Copa de Maestras y la de acabar el año como número uno, ahora mismo en manos de Simona Halep), pero lo primero es recuperar la garra competitiva que ha convertido el 2017 en el mejor año de su carrera.
Venus, que derrotó a Jelena Ostapenko en el tercer partido más largo en la historia del torneo (3h13m) para mantener sus opciones de seguir adelante, ha perdido los dos últimos encuentros con Muguruza (en la final de Wimbledon y en cuartos de Roma). A los 37 años, y sin tener cuentas pendientes con nadie tras una vida rebosante de éxitos, la estadounidense aceptó sufrir hasta el extremo con la letona, cuando quizás lo más fácil habría sido dejar que su oponente consiguiese la victoria. Eso demuestra hambre, algo que pone en peligro a Garbiñe: si la española no reacciona estará metida en un buen problema.
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