A los 27 años, y después de una carrera marcada por el éxito prematuro (número uno mundial con 20), Caroline Wozniacki celebró el título más importante de su carrera en Singapur, donde derrotó 6-4 y 6-4 a Venus Williams para convertirse en maestra de maestras y cerrar las críticas a las que ha estado expuesta durante todo este tiempo: la danesa, que nunca ha ganado un Grand Slam (dos finales perdidas en el Abierto de los Estados Unidos, en 2009 y 2014), al fin tiene un gran trofeo en su currículo, el que premia su extraordinario 2017 y el que definitivamente confirma que lo suyo no fue un espejismo.
“Sé que lo he hecho bien, que he tenido una gran carrera”, dijo luego Wozniacki, que terminará 2017 como número tres mundial. “Estoy muy orgullosa de mis logros y estoy orgullosa de haber sido capaz de abrirme camino para pasar de ser una niña pequeña a una de las mejores tenistas del mundo. Muy pocas personas pueden decir eso”, prosiguió la danesa. “Estar aquí sentada con el trofeo significa mucho para mí. Es una gran manera de terminar el año”.
Sorprendentemente, Wozniacki abandonó su habitual tenis conservador para jugar al ataque contra Venus. La danesa pegó con intención cada golpe y buscó hacer daño con sus tiros, en lugar de limitarse a meter una bola más que su rival dentro de la pista, algo que siempre ha explotado a las mil maravillas en todo tipo de situaciones. La consistencia, claro, es básica e importante. Aplicarla contra la estadounidense, una jugadora que aborda sus encuentros tirando de línea en línea, hubiese sido posiblemente un error.
La número seis mundial había perdido los siete precedentes con Williams. En esos partidos solo logró arrebatarle un set (Auckland 2015). En consecuencia, necesitaba reaccionar, hacer algo diferente, explorar una alternativa para no terminar como históricamente, inclinada contra la estadounidense. La forma que tuvo Wozniacki de responder al desafío fue impecable: sin ser una especialista en competir con el cuchillo entre los dientes, sin estar demasiado cómoda viviendo con el riesgo colgado de la raqueta, la danesa se atrevió a fabricar pelotazos afilados. Y funcionó.
A Venus, que ganó el torneo en 2008, le aguantó el amor propio hasta el final. Superada desde bien pronto, la estadounidense se encontró con todo perdido en poco menos de una hora (4-6 y 0-5) y firmó un intento a la desesperada de darle la vuelta al cruce que casi le sale bien (dos roturas de saque seguidas, para servir por el 5-5). Ahí, sin embargo, aparecieron de nuevo los colmillos de Wozniacki, la nueva campeona de la Copa de Maestras, una tenista fabulosa que llegó a plantearse la retirada (finales de 2016) y que ahora mira con hambre al futuro que tiene por delante.
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