Esta mañana me he levantado con mariposas en el estómago y cuando he llegado al calentamiento Jelena estaba muy nerviosa. Le he preguntado cómo se encontraba y me ha dicho que no quería hablar con nadie. He sido jugadora y sé lo que eso significa: un enfado como ese quiere decir que estás como un flan. Lógicamente, había que cambiarlo de alguna forma.
A ella le gusta mucho bailar y siempre calienta con los cascos puestos. Le he dicho que compartiese la música conmigo y que pusiese 'Despacito'. Ha empezado a sonar la canción en el altavoz de su iPhone y le he pedido que me enseñase lo que había aprendido de su profesor de baile. Hemos empezado a bailar, ha sonreído un poco y se ha relajado bastante. A partir de ahí, le ha cambiado la cara, ha calentado bien y todo ha ido en la buena dirección.
Es muy importante afrontar cada partido de la misma manera. Si se le da mucha importancia se genera un estrés innecesario y eso había que evitarlo a toda costa. No es la forma de afrontar una final de Grand Slam. Le he repetido que era un partido más, que no tenía nada hecho, que debía empezar desde el principio. Y eso es lo que ha hecho.
Cuando ha ganado he sentido muchísima emoción, incluso se me han saltado las lágrimas sentada en la grada. Lo comparo a cuando gané yo aquí en dobles. Cuando ha metido el último golpe ganador me he levantado para celebrar la victoria y ha sido igual que mi punto de partido en ese dobles de hace años, la misma sensación de alegría incontrolable.
Para mí supone muchísimo a nivel personal. Tras el partido, me he cruzado con Marion Bartoli en el vestuario y me ha dicho que lo disfrutase, que esto es para toda la vida. Y tiene toda la razón del mundo. Desde hoy, y pase lo que pase, siempre podré decir que he sido entrenadora de una campeona de Roland Garros.