Se llega a más personas con un insulto que con una botella, salvo que caiga sobre los jugadores del Barça. El método actoral de Dani Alves alcanzó este sábado la gloria en un minuto que contiene casi todas las miserias del fútbol, empezando por un aficionado loco, y terminó mostrando al mundo la cara oculta de Dios: “La concha de tu madre, hijos de mil putas”.
El catecismo blaugrana puede cambiar de pontífices, siempre que se mantenga el dogma de la infalibilidad: la latente superioridad conceptual y estética sobre las demás formas de interpretar el fútbol que les mantiene, normalmente, unos centímetros por encima del suelo. “Siempre que gana el Barça me parece justo”, dijo este sábado su vicepresidente Jordi Mestre. La victoria del fútbol sobre la barbarie, de nosotros contra ellos, del bien sobre el mal, culminada por las ofensas al público valenciano de un chico brasileño en cuyo fichaje se escamotearon supuestamente millones de euros y de otro argentino (su divinidad) condenado a cárcel por fraude a la Hacienda Pública: detalles que aconsejarían un mínimo decoro en el comportamiento. Es lógico que Neymar caiga al suelo y pida justicia, ¿pero de verdad tenían los de alrededor que fingir un bombardeo?
Si, si, una botella de agua EXPANSIVA. pic.twitter.com/BzX1BWObNf
— Juan Carlos Gómez (@jcgomez_2006) 22 de octubre de 2016
La presunción de inocencia no alcanza al cretino que arrojó la botella, pero tampoco a la difusión del método actoral de Alves, refutación del espíritu deportivo y estampa icónica del victimismo culé. Mestalla debe cerrarse por ese energúmeno. Y no se debe ganar un partido (con ayudas arbitrales) en el minuto 93 y restregar impunemente la victoria al pueblo mandándole a tomar por culo antes de escenificar la onda expansiva del polietileno en varios metros a la redonda.
Andrés Iniesta nunca se habría tirado, pero no estaba ya en el campo para dar ejemplo. En los años de formación artística de Alves, siempre había un hombre que mantenía la brújula moral del equipo: su capitán, Carles Puyol. Se podía ser más culé y catalán que nadie sin menospreciar al resto y se podía jugar en el mejor equipo del mundo sin ser un genio con la pelota. Coraje noble, furia y respeto al contrincante: no a las celebraciones ostentosas, no a la teatralidad pusilánime, no a la arrogancia intelectual de un club que pretende ser más que un club. Un anticuerpo para la altanería.
Si algo bueno dejó la bomba de racimo y plástico en Mestalla fue ver a Busquets sereno entre la onda expansiva, curado ojalá de su histrionismo juvenil, hermano del de Alves. “A Undiano le dará vergüenza volver a ver este partido un día”, dijo un furibundo García Pitarch en la agitada tarde levantina. No se equivocaba, pero se olvidó de citar a Neymar, Messi, Suárez y Mascherano. Quizá no tenga sentido exigir ‘seny’ de pura cepa a futbolistas del otro lado del charco, pero llevar a UNICEF en la camiseta y presumir de cantera y valores, del ‘ADN Barça’, debe corresponderse con una cierta altura moral. Hubo un cretino en la grada y varios actores tramposos en el césped. “Siempre que gana el Barça me parece justo”, dice su vicepresidente. El problema, en el fondo, es exactamente ése.