No todo es cipotudo: las escritoras protagonistas de 2016
Ficción en forma de novela o de relato corto; seis mujeres hechas verbo. De la resurrección de Lucia Berlin al nacimiento de Alicia Kopf.
29 diciembre, 2016 01:36Noticias relacionadas
Son tan buenas que duelen. Tienen el verbo ecuménico -con el que fantaseaba Shakespeare- e incluyen la mirada femenina, sus universos domésticos y salvajes, sus rebeldías, sus platos rotos, su violencia, su ternura, su tedio. Han llenado el 2016 de ficción -de novelas y relatos cortos- y han dejado al lector sin género con la cara rota, como en medio de una resaca triste, como el primer día después del amor de verano. No se las puede homogeneizar, hacerlas bola y describirlas en bloque: son animales imposibles, con alas o con escamas, con bronquios o con colmillos. Vértigo y aterrizaje. Lo entenderán si las miran de frente, como a un ser nuevo, y olvidan el umbral falocéntrico que arrastra tradicionalmente la literatura. Es estúpido: claro que no se parecen a ningún hombre. Y a ninguna otra mujer.
Sara Mesa. Mala letra
A Sara Mesa (Madrid, 1976) la vaticinó Rafael Chirbes -"literatura de alto voltaje trabajada con precisión de orfebre"- y todos la elegimos después, sin oponer mucha resistencia; como quien confirma de cerca, al tacto, un amor platónico. Después de lo fulgurante de Cicatriz, este 2016 llegó Mala letra (Anagrama), que es una biblia incorrecta sobre cómo afrontar la culpa, esa costra inherente al ser humano: relatos cortos que son como un chasquido de dedos, como una bofetada, como un beso veloz en un taxi.
Mesa chirría porque se confiesa "escéptica ante el buenismo". ¿Debe un chico discapacitado físico asistir a una clase de educación sexual? ¿Puede lamentar una adolescente atormentada por su tía desear que la lámpara le caiga sobre la cabeza? ¿Qué hay de justicia poética en el viejo coronel franquista que, ya demente, aprieta un cuello invisible y grita “puta roja”? La escritora -que no es ostentosa, no es cursi, no es fácil y no es retorcida; sólo hierática y cruda- nos hace preguntas de las que no queremos saber la respuesta. Dentro tenemos un niño rebelde: un diminuto cabrón subterráneo al que no le da la gana de escribir con buena letra.
Paulina Flores. Qué vergüenza
Paulina Flores (Chile, 1988) es el descubrimiento del año. Qué vergüenza (Seix Barral) es su primer libro: nueve relatos de clase media baja, cuentecitos de gente amarga que no se doblega, que no se echa a morir, que sobrevive a los hastíos. La escritora se vuelve violentamente verosímil en todo lo que pronuncia: puede decir las palabras de amor de un pederasta -"estoy loco por vos; tenés sabor a protector solar; me gustás de aquí a Plutón"- y hacerte sentir una cría confusa entrando al mar en la noche; o puede darte un consejo de madre ante la fatalidad amorosa: "Andá, preparáte un baño y olvídate del asesino ese".
Escribe desde el escalón urbano, bebe de Flannery O' Connor y, si su escritura no es reivindicativa, es porque lucha por ser como la vida misma: "No escribo sobre cómo deberían ser las mujeres tras la revolución feminista, sino sobre cómo son ahora las mujeres, y algunas son muy machistas". Discurso social, cuentecitos luminosos. Cuartos llenos de secretos. Y de moho.
Lara Moreno. Piel de lobo
Moreno (Sevilla, 1978) escribe una novela que se parece a ti, que te recuerda a cualquiera. Una separación, una familia con un secreto, abusos, una madre a la fuga en plena supervivencia, el refugio lejos de una ciudad. Piel de lobo (Lumen) es un libro más sobre "lo que deja huella en el hombre" que sobre "la huella que deja el hombre": un manifiesto acerca de lo cotidiano. Pero también un golpe sobre la mesa que denuncia la debilidad en la que la sociedad machista ha colocado a la mujer. El hombre no es un lobo solo para el hombre: también -más- para ellas.
La escritora describe a cámara lenta. Sus temas y sus intereses son los del realismo sucio. Su final, las preguntas. ¿El fracaso de una vida es la misma vida o vivir es hacerlo contra el fracaso? Lanza la bomba desde el silencio. Desde la calma. Desde la contención. Todos a sus puestos.
Paula Bonet. La Sed
"Quiero arrancarme al causante de mi clausura, mi histeria y mis vómitos. Aquél que continuamente va apuntando todo lo que hago mal, todo lo que podría haber hecho mejor". Aquí, en La Sed (Lunwerg), Paula Bonet (Villarreal, 1980) ya no es la artista aplaudida por su habilidad técnica con la acuarela y el dibujo, por sus niñas hermosas de narices diminutas. Ahora pinta y escribe con las tripas. Ha roto con sus juegos luminosos, con su marca comercial. Teresa, la protagonista, vive en un trayecto despechado, se cuela por agujeros que aguanta con vino y viajes, se sobrepone. Lu-cha.
No está sola: lleva a los hombros las lecciones de Clarice Lispector, Sylvia Plath, Siri Hustvedt, Anna Ajmátova, María Luisa Bombal o Sara Herrera. Hay una herida, una dependencia, una palabra áspera. Un suicidio del 'yo' antiguo. Un riesgo, una catarsis, una reconstrucción. Pedazo a pedazo.
Lucia Berlin. Manual para mujeres de la limpieza
Si Paulina Flores era el descubrimiento, Lucia Berlin es el redescubrimiento. Ha pasado de ser una "escritora para escritores" al dulce ácido con el que sueña el gran público. Como el aire que asir. Murió en 2004 y ahora goza de una segunda vida literaria. De una resurrección en carne de libro por parte de la misma industria que un día la subestimó. Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara) son Dolores, Eloise, Lu, o hembras sin nombre que arrastran hijos, matrimonios fracasados, que son enfermeras, limpiadoras, profesoras, que le pelean al alcoholismo y a los dolores de espalda, que convierten los traumas en una pequeña inspiración.
No es necesario -como intentan muchos, con su umbral falocéntrico- compararla con Carver o Chéjov. Berlin es un relato con patas: un ser eterno, afilado, nervioso, real, un animal de coladas y compras, una mujer que hablaba con otras mujeres y se forjó una trinchera segura, un paraíso a salvo de la crítica. No lloriquea. No en público. “La gente pobre está acostumbrada a esperar: la Seguridad Social, la cola del paro, lavanderías, cabinas telefónicas, salas de urgencias, cárceles, etcétera”.
Alicia Kopf. Hermano de hielo
Entre la autoficción y el ensayo, esta novela. Hermano de hielo (Alpha Decay) es más que el libro que explora el autismo, que avanza en paisajes blancos y lucha por la descongelación. Venía avalado por el premio Documenta 2015, el Llibreter 2016 y El Ojo Crítico de la Narrativa 2016, pero ha demostrado lo mejor en su resonancia interna. Hay aquí límites que cruzar constantemente: el de la realidad y el deseo, el de la proximidad afectiva y la lejanía legendaria, el del silencio y el del gran silencio.
"La discapacidad se suele entender como aquello que impide a un individuo ser autosuficiente y, por lo tanto, tener destrezas por las que los demás —la sociedad— quieran pagar. Aunque viéndolo así, en el sentido económico, muchos nos podríamos incluir en esa categoría. También hay gran cantidad de discapacitados que cobran nóminas muy abultadas; discapacitados emocionales severos, cretinos de distintos niveles que dirigen empresas y países". Dice Enrique Vila-Matas que Kopf (Gerona, 1982) ha escrito un libro que "en otro país, habría cambiado el curso de la historia". Pero seguimos en este.