Parecía una buena idea. Había que intervenir de urgencia antes de dejarlo desaparecer. Estaba arruinado, golpeado, arrastrado. Irreconocible. El más lamentable de todos los Ecce Homo necesitaba ser resucitado cuanto antes. Debían asear y repintar, buscar nuevos métodos, un discurso que devolviera la ilusión a la parroquia y, sobre todo, una cara creíble. Un acto de fe. Una cara a la desesperada, que aplicara cuidados paliativos contra la desaparición. Para resucitar aquello era imprescindible una restauración integral y sólo ella podía hacerlo. Cuando las ruinas llegan al cuello, todo parece una buena idea contra el olvido. Era diferente a lo anterior y aunque nunca tuvo la valentía de actuar en algo tan delicado, su ambición cubrió su inexperiencia. Tampoco importó si sus ungüentos milagrosos deformaban el rostro original. Por un momento, pareció que corregiría el desastre. Salió chiste.