Recuerdo del humor de Cassen en el año berlanguiano
"¡Qué fregao, madre, qué fregao!".El infortunado Plácido Alonso se lamentaba y se desesperaba por no poder llegar a tiempo para pagar la letra de su motocarro, absorbido como estaba por el trasiego de la hipócrita y caritativa campaña de Nochebuena en beneficio de los pobres, sin que ni Quintanilla (José Luis López Vázquez) -el hijo de Quintanilla, el de las serrerías-, ni ningún otro responsable de la organización se apiadara, en el inmenso barullo de incomunicación, de su situación crítica.
Aunque no estaba en sus iniciales previsiones, Luis García Berlanga eligió finalmente al tarraconense Casto Sendra Barrufet "Cassen" para protagonizar Plácido (1961), una de las mejores películas del cine europeo de todos los tiempos, presentada en el Festival de Cine de Cannes y nominada al Oscar a la Mejor Película en Lengua No Inglesa.
En el año del centenario del nacimiento de Berlanga y en el sexagésimo aniversario de la realización de la película, hoy mismo se cumplen los treinta años de la muerte de Cassen (1928-1991), un gran actor cómico surgido de abajo -como le gustaban al director valenciano-, muy popular en la España de los años 60 gracias a la televisión, que debutó en el cine con Plácido y ni siquiera sabía conducir el motocarro.
La carrera cinematográfica de Cassen se torció muy pronto hacia películas comerciales de bajo nivel que, en su conjunto, reforzaron su popularidad y la continuidad de su trabajo sin añadirle gloria ni prestigio. Pero lo cierto es que Cassen dejó para la historia otras cuatro interpretaciones memorables que en este año berlanguiano permiten hablar de algo interesante: las conexiones y parentescos del cine de Berlanga con el de otros destacados directores españoles.
Estas películas, que imposibilitan, junto a Plácido, dejar en el olvido el talento cómico de Cassen, son Atraco a las tres (José María Forqué, 1962), Furia española (Francisco Betriú, 1975), Pasodoble (José Luis García Sánchez, 1988) y Amanece, que no es poco (José Luis Cuerda, 1988).
El cómico televisivo
Desde abajo. Cassen empezó a trabajar como botones en el Diario Español de Tarragona, donde luego se desempeñó como publicitario y comenzó a publicar sus chistes, participando en su ciudad en concursos radiofónicos de humor e, incluso, actuando en un circo.
Esa escuela básica de comicidad se prolongó en revistas musicales -que llegaría a escribir y dirigir- y en actuaciones personales en salas de fiestas. Debutó en el Teatro Romea y, a partir de ahí, ya entró en el circuito de los teatros más populares de Barcelona (Apolo, Victoria, Poliorama, Calderón…) y del resto de España, interpretando sus propios "shows" y comedias de dramaturgos españoles y extranjeros hasta el año mismo de su fallecimiento. Su leyenda dice que llenó la plaza de toros de Tarragona con una de sus actuaciones.
Si las giras teatrales con piezas de humor de éxito masivo le dieron a conocer y mantuvieron su fama entre el gran público, la televisión en blanco y negro remachó y consolidó su enorme popularidad durante los años 60 mientras el cine, por supuesto, redondeaba la jugada.
Con su cara de niño bueno que juega a ser malote y su sonrisa de pillo, Cassen se coló en los hogares de los españoles de esos años actuando con sus números cómicos en los más difundidos programas de variedades de la pequeña pantalla. Se reía de sus propias gracias, practicaba un humor blanco aunque de doble intención -lo habitual entonces-, interpretaba diálogos rápidos y contaba velozmente chistes breves, a veces en formato de cortos sketchs guionizados, en los que llegó a darle la réplica Carmen Crespo, su mujer y madre de sus cinco hijos.
Con su presencia corpulenta pero escueta, casi sin cuello, y con voz entre afónica y rota, Cassen despertaba simpatía y se entregaba a provocar la risa con todo un despliegue de recursos no sólo verbales o mímicos: también cantaba, se disfrazaba, se travestía, hacía imitaciones y cantaba.
Publicó varios discos interpretando sus textos humorísticos, que se vendían y se difundían extensamente por las emisoras. ¡Es broma!: todo el mundo conocía esta coletilla con la que cerraba sus chistes, título, a su vez, de uno de sus espectáculos teatrales y de uno de sus discos. En YouTube y en la web A la Carta de RTVE podemos recuperar algunas de sus actuaciones televisivas de la época, que nos traen el perfume y el tono de la España del desarrollismo franquista y sesentero y de los parámetros de sus clases medias y populares.
Un atraco muy chapucero
Sin duda Plácido le trajo a Cassen la inmediata posibilidad de rodar Atraco a las tres (1962), película de la por entonces fértil factoría de comedias populares de Pedro Masó, que coescribió el guión con el valenciano Vicente Coello, uno de sus más frecuentes y más productivos libretistas, amigo de juventud de Berlanga. En la película de José María Forqué -donde Alfredo Landa tuvo su primer papel relevante-, Cassen es Martínez, el conserje del Banco de los Previsores del Mañana, cuyos empleados, liderados por el resolutivo Galindo (López Vázquez), perpetran un calamitoso y fallido atraco a sus propias oficinas, malogrado por la coincidencia, a la misma hora, con un robo ejecutado por ladrones profesionales.
La trama delictiva se sustenta sobre el fondo de un sainete costumbrista, no ajeno a una de las fuentes de inspiración del cine berlanguiano, que sirve para bosquejar un cierto panorama social. El aroma de la película, igualmente, engarza con el de la comedia italiana neorrealista -otra fuente o conexión de Berlanga- y, en lo relativo a la preparación chapucera y ejecución desastrosa de un atraco, recuerda a la formidable Rufufú (1958), de Mario Monicelli.
Nada quiere decir a los efectos concretos de la valoración de esta película -una de las grandes comedias clásicas del cine español-, pero tampoco es irrelevante que Rafael Azcona, coguionista de Plácido y de otros nueve largometrajes de Berlanga, escribiera después cuatro películas para José María Forqué y cinco para Pedro Masó.
Ni Plácido ni Atraco a las tres sirvieron a Cassen para permanecer en la onda de una comedia popular con ambición crítica o/y de calidad, que tampoco tenía tantos cultivadores en esos años.
En los 60, sus pasos de cómico televisivo y teatral se dirigieron o fueron conducidos hacia un tipo de comedia ligera y de consumo, no pocas veces de tintes machistas y pseudoeróticos, con cierta asiduidad producidas o dirigidas por Ignacio F. Iquino, su infatigable e incombustible paisano tarraconense (de Valls), afincado, como Cassen, en Barcelona.
Naturalmente, algunas de esas comedias, con títulos tan elocuentes como El mujeriego, 07 con el 2 delante (Agente: Jaime Bonet), El terrible de Chicago, La tía de Carlos con minifalda, La liga no es cosa de hombres o Busco tonta para fin de semana -¡qué tiempos, madre mía!- le dieron, como ya se ha dicho, trabajo, dinero y, desde luego, más fama.
Furia española y Pasodoble
Fue en 1974 cuando Cassen tuvo una oportunidad de cambiar de vía con el catalán (ilerdense) Paco Betriú y la tremenda e inusitada Furia española. Betriú había recibido clases de Berlanga en Madrid, en la Escuela Oficial de Cinematografía (EOC) y coescribió su película -ojo al dato- con José Luis García Sánchez.
Furia española es, por cierto, el título del imponente libro en dos volúmenes que las filmotecas española y valenciana han publicado, con edición de José Luis Castro de Paz y Santos Zunzunegui, para estudiar, como reza su subtítulo, la Vida, obra, opiniones y milagros de Luis García Berlanga (1921-2010), cineasta.
En Furia española, Cassen es el bigotudo, putero y poco lúcido Sebastián, cobrador en un barco turístico del puerto barcelonés y extremo forofo culé que, en su pensión-burdel, se encela con Juliana (Mónica Randall), la hija de su compañero Amadeo -nombre del personaje de Pepe Isbert en El verdugo-, una muchacha con aderezos ortopédicos en una pierna y muchas ganas de casarse, que gasta bragas y sostén con los colores del Barça cuando se entrega a su pretendido.
Mientras la cosa camina hacia el embarazo y la subsiguiente boda -que coincidirá con un partido decisivo contra el Real Madrid-, la película despliega un exhaustivo catálogo de personajes y situaciones del lumpen barcelonés. Si el esperpentismo acechaba tenuemente el cine de Berlanga, la película de Betriú, dentro de una deliberada estética feísta a más no poder, es un esperpento elevado a la enésima potencia destinado a mostrar el reverso explosivo de una ciudad y de un conjunto social decididamente alejado de los valores oficiales.
Fue temporalmente prohibida en los estertores de la censura franquista y su estreno fue aplazado un año tras ser sometida a veintiún cortes, pero lo que quedó tiene tal furia -precisamente- y virulencia que, incluso hoy -hoy más, quizá-, pondría a prueba al espectador más templado.
La tendencia al exceso se manifiesta igualmente en la notable Pasodoble, otro reto al buen gusto convencional, coescrita -atención- por Rafael Azcona y, de nuevo, José Luis García Sánchez, que la dirigió. La dupla de responsables no puede ser más berlanguiana. A estas alturas, no hay duda de que García Sánchez ha sido el director más berlanguiano del cine español, llevando siempre al exceso y elevando el diapasón del discurso del valenciano hasta rozar, en ocasiones, los límites del descontrol.
En Pasodoble, Cassen es Acacio, miembro de una desestructurada familia gitana que ha sido expulsada de su chabola y okupa (con k) una aristocrática casa-museo cordobesa, propiedad de un noble con el que la matriarca calé tuvo amores. El desgobierno libertario y el zafarrancho desaforado que se organizan con la llegada de los muy señoritos responsables de la mansión, de las autoridades, de la policía y de una "hija del pecado" -con un fraile y una monja de por medio- son de aúpa y alcanzan el más alto grado de ignición, sin descuidar una apostilla sobre la lucha de clases y las relaciones de poder.
El tema del libre albedrío
Cassen se despidió del cine con Amo tu cama rica (1992), una sobresaliente y exitosa comedia de Emilio Martínez- Lázaro que lanzó a Ariadna Gil, coescrita por el director con David Trueba y Martín Casariego, a partir de la primera novela de éste (Qué te voy a contar), publicada por Anagrama. La estética y tono de esta película, acaso un elegante intento de prolongación de la comedia posmoderna madrileña, nada tienen que ver con las anteriores, pero tal vez todo apuntaba, a la vista de los nombres citados, a una imprevista recuperación de Cassen por parte de otra generación y en otras coordenadas. Sin embargo, el actor no llegó a verla estrenada, pues falleció cinco meses antes, hoy hace treinta años, en Barcelona de un fulminante cáncer de colon.
El libre albedrío: "Lo bonito que es ese tema, viene aquí pintiparado". Don Andrés, el cura con bonete de Amanece, que no es poco, que conversa con nocturnidad y alto entusiasmo teológico sobre el libre albedrío con Gutiérrez, el cabo de la Guardia Civil (José Sazatornil "Saza"), en la ya mítica y de culto película de José Luis Cuerda, supuso el breve pero inolvidable testamento cinematográfico de Cassen en la órbita de una comedia cinematográfica de raíz española, deudora de una plural tradición literaria y teatral.
Hasta doce nombres de actores utilizados por Berlanga se pueden contar, por lo menos, en el elenco de Amanece, que no es poco. Pero ni eso, ni la coralidad de la película, ni el escenario pueblerino y rural, ni las chanzas sobre las fuerzas vivas, ni la proclamadas y ciertas deudas de admiración de Cuerda por Berlanga permiten etiquetar como plenamente berlanguiana a Amanece, que no es poco.
Ecos, atisbos, resonancias, rasgos, eso sí, muchos. Pero Berlanga nunca perdía el contacto con el realismo y su humor sainetesco y tantas veces grotesco queda lejos, a la hora de la verdad, de la aleación de absurdo y surrealismo verbal e iconográfico de José Luis Cuerda, aunque no borra su lejano parentesco. Decía Cassen/don Andrés en Amanece, que no es poco: "El libre albedrío, bien usado, no tiene ningún peligro". En ésas estamos. Vale.