A los hombres de bien en España no les da por organizarse cuando los fascistas salen a las calles a lanzar sus consignas oscurantistas -ahí están las bravas de Femen para sacarnos los colores a los demócratas más pusilánimes-; pero qué piña hacen nuestros varones más testosterónicos si se trata echar por tierra el movimiento feminista por la incoherencia de una de sus integrantes.
Aún habrá que explicárselo: Leticia Dolera -la cineasta que ha despedido a Aina Clotet de su serie por estar embarazada- no es el feminismo. Nadie es el feminismo: no hay, no debe haber, ninguna diosa tricéfala que nos ilumine hasta erradicar el sexismo que llevamos dentro. No hay, no debe haber, representantes absolutas de la revolución por la igualdad, porque las personas somos falibles, pero los valores no. Esto es un diálogo entre todas. Mejor les dejamos a ellos el juego perverso de las jerarquías: miren que en la lógica machista, pura cuestión de poder, el pez grande se come al pequeño.
La libertad, la autosuficiencia y la feroz emancipación intelectual que propone el feminismo nos llevará, también, a desquitarnos del hambre adolescente de ídolos, de la necesidad bisoña y desorientada de mitos. Pero el capitalismo crea profetas para vender compulsivamente camisetas. Libros. Películas. Series. Y hay quien sabe aprovecharse de las olas del mercado para engordar la cartera, con más o menos talento, con el pretexto de la justicia social. En este punto es fundamental nuestra mirada de ciudadanos críticos para diferenciar entre genios, activistas y estafadores. A veces es difícil: no sólo están juntos y revueltos, sino que priman los del último grupo. Ya saben: la pela es la pela.
A Leticia Dolera se le exige pulcritud moral porque ha hecho del feminismo su negocio y su leitmotiv. Porque ha redondeado su marca surfeando en el Me Too. Porque ha vendido ejemplares de Morder la manzana como churros y ha conseguido financiación para dirigir una serie en Movistar por su severa matraca monotemática: venga, que yo lo sé hacer, que os voy a enseñar a rodar en feminista. Dolera se ha beneficiado monetariamente de la causa pero, en realidad, ¿qué ha perdido por ella? Estar al servicio de un ideal requiere ciertas renuncias. Requiere sobreponerse a espinosas contradicciones. Ser feminista no es un paseo por el campo: cuesta quebraderos de cabeza, enemistades, tiempo y dinero. Ser feminista iba de ser incómoda para los demás, claro, pero también para una misma.
Sin embargo, a la primera de cambio, a Leticia le ha dolido el bolsillo. Es humano, a la vez que una buena oportunidad para apretar los dientes y dar ejemplo. Por respeto a sí misma y a sus pregones, y, sobre todo, por respeto a los adeptos que no pagan ya por consumir su trabajo, sino por consumirla a ella. Seamos honestos: a nadie le interesa ni su libro ni su serie en sí mismos. El público los solicita porque están hechos por Leticia Dolera. Son los riesgos que tiene que el personaje supere a la creadora. Vivimos en la era del autor, no de la obra.
Esta polémica vuelve a evidenciar que la cuestión de clase entronca directamente con la cuestión de género; y que la precariedad y el machismo deben ser combatidos a la vez, porque las primeras en caer en cuanto hay problemas económicos somos las mujeres. Para qué hablar de la salud financiera de la industria cultural: es un páramo. Para qué hablar de lo que cuesta insuflar fuelle a cualquier proyecto artístico: una movida hercúlea. De acuerdo, pero, ¿a qué precio vamos a revitalizar al sector? ¿Al precio de pisotear los derechos laborales de las mujeres?
Lo cierto es que, como hemos aprendido de las enseñanzas feministas de Dolera, debemos estar con la víctima. Y la víctima, que nadie se confunda, es Aina Clotet, una mujer despedida por estar embarazada. Una mujer a la que no se le han dado opciones. Una mujer que renunció a otro trabajo para participar en esta serie. Una mujer a la que se le dijo que Movistar + conocía de la problemática del seguro, de la póliza y del padre que no los parió a todos -y fue engañada-. Una persona, en definitiva, vulnerable por su condición de mujer. Qué necesario no perder -por nuestras simpatías hacia la directora- el “hermana, yo sí te creo”. Leticia, ¿la crees tú?