Canta, canta, canta, la palomita blanca, mientras mi alma llora. Y cantó Arnaldo Otegi en el ‘Salvados’ de Jordi Èvole, pocas semanas después de su salida del ‘maco’. Salió una mezcla de ‘Salvar al ‘gudari’ Otegi’ y ‘Entrevista con el vampiro’. Media ración de realidad periodística y otra media de teleficción novelera. Un tercer grado difícil e intenso. Innegociable. Obligatorio. Aunque solamente sea por ser la excepción que confirma la regla de una televisión de país bananero. Muchos pensarán que dar voz, o abrir el micro, al líder de la izquierda ‘abertzale’ es una salida de tono. Sin embargo, en esto mismo consiste, precisamente, la libertad de expresión. Y el periodismo libre, el necesario para lograr una programación adulta. A salvo de maniqueísmos.
Asiste uno a estos encuentros, eso sí, con la sensación de que le están enchufando, a chorro, la consabida limpieza de imagen del personaje de turno. Rodea a este ‘Salvados’, últimamente, un cierto tufo de exhibicionismo propio de ‘vedettes’ precuaternarias y al borde la extinción.
Empezó Èvole con una magnífica pregunta: “¿Estará viendo la dirección de ETA esta entrevista?”. ¡Olé! Y Otegi no pudo salir por peteneras. “No sé si La Sexta llega adonde ellos están. Es posible que sí”. Ahí quedó eso. De ETA como aplicados televidentes. Nunca lo habíamos visto así. Se los imagina uno zapeando frente a la pantalla, con los pasamontañas encasquetados a tornillo, y el concepto ‘share’ adquiere nuevas dimensiones. Qué horror. “¿Y algún juez?”, contrapreguntó, oportunamente, el entrevistador. “Soy consciente de que hay sectores en el Estado muy interesados en volverme a encarcelar”, aseguró Otegi, y ahí, precisamente ahí, en su segunda respuesta, marcó el tono del que no se bajaría durante la larguísima hora de entrevista.
Entre lo chulesco y lo sobrado. Amenazante. Encantado de conocerse. Pidiendo al personal, una y otra vez, un poquito de responsabilidad. A lo Fernando Tejero. Sin considerarse un terrorista. Reclamando un debate sobre la definición de terrorismo. Soltando machadas como “El día que ellos consigan que nosotros seamos como ellos, habrán ganado”, “He pasado seis años en la cárcel, pero hay compañeros, a los que envío un saludo desde aquí, que llevan mucho más tiempo” o “Policías nacionales y guardias civiles me piden hablar del futuro, ya que todos nos hemos pasado muchos pueblos” que estaban completamente fuera de lugar.
Otegi se ha convertido en un parque temático de sí mismo.
Es una Terra Mítica con pendientito hortera en el lóbulo de la oreja izquierda que reconoce, con la boca pequeña, haber hecho una autocrítica y reconocido el dolor causado. Se las da de Disneylandia con el pelo cortado a hacha que compara las llamadas telefónicas a los familiares muertos tras un atentado de ETA con la que él recibió, estando en la cárcel, cuando falleció su madre. Va de Parque Warner de sí mismo. Un Parque Warner que no duda en afirmar, cuando se ve entre las cuerdas, lapidarias sentencias del tipo: “Me parece que los debates semánticos no nos conducen a muchos sitios” o “A parte del Estado de hubiera conseguido que ETA siguiese matando”.
Poco desgaste ha tenido este hombre, la verdad. Va a resultar que el talego mantiene en forma más que cualquier ‘Gym Tony’. El Otegi de 2016 se mantiene exactamente igual que el Otegi de antaño, el de siempre. Otegi es un Dorian Gray ‘abertzale’, feo y sentimental. Al que no conmueve ningún recuerdo. Ni las acertadas y punzantes preguntas de Sara Buesa ni Aitziber López de Lacalle. Como tampoco lo hacen los episodios más sangrientos de la historia de ETA, atentado de Hipercor y asesinato de Miguel Ángel Blanco incluidos. Este Otegi pretende estar más allá del bien y del mal, y de la lógica de ETA, término que repite tan machacona como sospechosamente. Este Otegi es un Follonero (al que repregunta, una y otra vez, otro Follonero más pugnaz) que trae la cartilla aprendida. Todo él es cháchara y blablablá. Verborrea barata y engañosa. Cree que hay materia gris y humana suficiente como para construir una sociedad muy avanzada en ese rinconcito denominado Euskadi. Y en ese empeño va a estar lo que dure, lo que le dejen y lo que le aguante el cuerpo.
Y remata, tan pancho, con un “El que dejemos de hablar de ETA en los próximos años está en vuestras manos” que suena igual que un disparo.