Cuando hablamos de Viejo Mundo nos referimos básicamente a los vinos de Europa, mientras que el término Nuevo Mundo abarca los vinos de América, Sudáfrica y Oceanía; regiones con menos tradición histórica en el cultivo de la vid, pero tanto o más interesantes que los anteriores por ser, a menudo, radicalmente distintos tanto en matices como en pensamiento.
Si bien esta particular “Guerra de los Mundos” merecería un artículo extra (y lo haremos), lo primero que hay que saber es que los vinos del Viejo Mundo son, en general, más clásicos; tienden a ser más frescos, más sutiles y terrosos, y para ello se apoyan en una filosofía new age de maderas moderadas. La crianza actual en Europa es más delicada y se acompaña de niveles de acidez superiores, marcados por climas, en general, más frescos. Son vinos menos robustos, con graduaciones alcohólicas más bajas, que se pueden tomar sin necesidad de un plato al lado.
Por su parte, en el Nuevo Mundo la extracción y el color se consideran atributos positivos. Debido a las condiciones climáticas, suelen presentar mayor producción de azúcares (y por tanto mayor graduación alcohólica), más color, menor sensación de astringencia, aromas más intensos, estructuras más corpulentas y menor nivel de acidez, que responde a una mayor maduración polifenólica. En estas regiones gusta “amaderar” los vinos. Los aromas terciarios son, a veces, demasiado obvios. Vainillas y mermeladas a tope. Son vinos, en definitiva, más propicios para acompañar la comida.
Mientras que el Viejo Mundo mira al suelo y se obsesiona con el terroir, el Nuevo Mundo mira a la uva y presume de carácter varietal. Con estas diferencias interiorizadas, si quieres viajar a Australia, Chile, Argentina, Nueva Zelanda o Estados Unidos sin salir de la copa, hemos preparado una ruta de vinos por algunos de los bares y restaurantes madrileños que apuestan por estas exóticas regiones vitivinícolas. Toma nota.
Sudamérica, en Berria Wine Bar
“Para nosotros el Nuevo Mundo conforma una parte importante de la bodega, calculo que será el 40% de la misma. Nos interesan los productores clásicos de Estados Unidos, Argentina, Chile y Nueva Zelanda, pero también tenemos una parte bastante amplia de pequeños elaboradores”, asegura Tomás Ucha Altamirano, jefe de sumilleres de este templo madrileño del vino situado junto a la Puerta de Alcalá.
“Compramos directamente a la bodega y lo traemos a España para trabajarlo por copa o por botella con la idea de mostrar a la gente cosas nuevas. Actualmente nos estamos centrando en Sudamérica porque encontramos similitudes con Europa: vinos con poca intervención y respeto al viñedo, que contrastan con lo que se ha hecho siempre en Nuevo Mundo para seguir una vertiente contraria que nos resulta especialmente interesante”, señala el sumiller.
Sudáfrica, en Gaytán
Situado en el número 205 de la calle Príncipe de Vergara, Gaytán es un punto de encuentro gastronómico donde el chef Javier Aranda logra alcanzar la excelencia a partir una experiencia culinaria distinta, elaborada en vivo, a los ojos del comensal. Una sala con una gran cocina ovalada despierta la curiosidad del cliente, quien disfruta del trajín de los cocineros mientras saborea recetas llenas de tradición y vanguardia, cuyos toques viajeros abordan también la propuesta de vinos.
Firmada por el sumiller Juan Díaz, la extensa carta de vinos cuenta con 200 referencias que y, por supuesto, no se limita solo al territorio nacional. Entre interesantes referencias de blancos, tintos, espumosos, generosos y dulces, nos llaman la atención las referencias sudafricanas. “En un intento de poder ofrecer un poco de todo, nosotros buscamos el referente de cada zona. Por ejemplo, una pinotage de Sudáfrica o una malbec de Argentina".
Sin embargo, comenta Díaz, lo curioso es que el consumo está mal repartido. "Tanto el español como el extranjero quieren vino español, pero estos últimos se sorprenden al ver vino de fuera. Todavía hay mucha gente que piensa que solo se hace vino en España o en Francia, ni siquiera saben que la vecina Portugal elabora excelentes vinos a un precio de lo más competitivo”.
Líbano, en De Vinos
En la calle La Palma, en el concurrido barrio de Conde Duque, la taberna De Vinos es una parada obligada para quienes busquen una buena selección de vinos por copas. Instalada en lo que en otros tiempos fuera una tienda de ultramarinos, este acogedor espacio apuesta por una selección de denominaciones de origen poco conocidas y etiquetas de autor que van cambiando periódicamente para sorprender a la clientela.
Entre joyas enológicas de Jerez o Champagne, la vista se nos va hacia una referencia del Líbano. “Es el gran desconocido, a pesar de que Líbano cuenta con alrededor de 29.000 hectáreas de viñedos y una treintena de bodegas que avalan la producción vitivinícola de este pequeño país”, asegura Yolanda Morán, dueña y anfitriona de De Vinos.
No le falta razón. El Líbano está viviendo un importante auge económico tras décadas de conflictos armados, y exporta anualmente más de siete millones de botellas de unos vinos cada vez más apreciados en el mundo. “Puede que Líbano sea la región productora de vinos más antigua del mundo, allí se encuentra la tierra de Canaán donde, según la Biblia, vivió Noé, considerado el primer viticultor de la historia”, destaca Morán.
Argentina y Chile, en Cedrón Wine Bar
“La gente del vino tiende a codiciar los grandes nombres del Viejo Mundo, cuando en el Nuevo también hay grandísimos representantes”, expone Gustavo Radiciotti, propietario y encargado de Cedrón, el wine bar con acento argentino del barrio de La Latina que, en muy poco tiempo, ha conseguido llamar la atención de los amantes del vino de la capital.
“En Argentina, muchos viticultores como Seba Zuccardi, los hermanos Michelini o la gente de PiPa en Paraje Altamira, están haciendo desde hace ya muchos años un trabajo muy grande de descubrimiento del terroir argentino, sobre todo en Valle de Uco, en Mendoza, donde se han cansado de hacer calicatas, análisis de suelo, y prueba y error, no sólo con microvinificaciones, sino también con crianza en contenedores alternativos como los huevos de hormigón”.
Lo mismo ha sucedido del otro lado de la cordillera, en Chile, donde, según Radiciotti, se hacen vinos extraordinarios que buscan la elegancia en climas más fríos. Es el ejemplo del Valle del Malleco, donde se han plantado cepas de ciclo corto como la chardonnay o la pinot noir. “Nosotros trabajamos un proyecto muy bonito que se llama Baettig, a partir de los viñedos más australes del país, que dan una chardonnay muy volcánica, de mucha tensión. Y lo mismo ha hecho en Argentina, en Chubut, la gente de Otronia”.
Se trata de una respuesta a las ganas de los viticultores de explorar sus países y sus orígenes pero, sobre todo, al cambio climático, puntualiza el sumiller de Cedrón Wine Bar: “Donde las madureces son cada vez más altas y avanzan más rápido obtenemos vinos más alcohólicos y menos frescos. En el Nuevo Mundo todavía quedan regiones vírgenes sin explorar, en las que obtener vinos de clima auténticamente más frío, más frescos y ágiles, que a todos los que trabajamos y disfrutamos con este producto nos encantan”.