Yo cerré mi restaurante
Yo cerré mi restaurante, yo cerré mi restaurante, yo cerré mi restaurante… cuesta decirlo, y qué bueno es autodecírnoslo y recordarlo a menudo. La Gabinoteca, recuerdos bonitos, preciosos mezclados con otros agrios, como fermentados.
Pero lo mejor es haber vivido una situación así. Ese día que echas el cierre para siempre, lloras y entran de golpe todas las dudas del mundo. Dudas de tu capacidad de cocinar, de gestionar, de proponer hostelería con sentido… Pero lo mejor que la debilidad tiene es en lo que te conviertes, en lo que dejas detrás. Inevitablemente sueltas emociones cercanas a la confianza y te apropias de otras en una dirección diferente. Mutas, varías y cambias, para mí a mejor, siempre a mejor.
En La Gabinoteca tenía gente dándome golpecitos en el hombro y diciéndome lo guapo y bueno que era todo el tiempo, pero en el momento que no les aporté (yo y la propia experiencia del sitio) desaparecieron todos, nos quedamos solos.
Al principio me frustré, me daba pena y pensaba “pues esos que van de amigos, no lo son de verdad”, pero pasaron unas semanas y entendí que así es la vida y así debe de serla. Y es que, tanto aportas a los demás, tanto te devuelve la vida: es una regla fantástica en el fondo, si no sería terriblemente injusta.
Por eso, en cualquier ámbito, tanto familiar, laboral o de amistad tenemos el reto de parar y pensar en lo que hemos aportado cada día. La Gabinoteca, dejó de aportar, la habíamos descuidado, nos habíamos volcado en la apertura de Fismuler y la gente lo sentía claramente. La culpa era únicamente nuestra, la habíamos desatendido, tanto el espacio como la cocina, como el espíritu humano, y esos momentos son los que te ponen los pies en el suelo y te das cuenta de que no es muy sano todo lo que está pasando con la cocina y gastronomía estos últimos años.
Ahora vivimos en un momento en que los cocineros parecemos estrellas del rock, entrevistas, tele, congresos... ¡una locura! No debemos olvidar que nos dedicamos al sector servicios, lo que viene siendo a servir, con todo lo bonito que conlleva y la simbología que hay en ello: atender, cuidar, mimar, amar, cocinar, sonreír, agradecer…. Aún así, parece que ahora la sociedad nos sirve a los cocineros en pos de engrandecer nuestro ego, ¡un drama!
Haber cerrado La Gabinoteca me hace recordar dos cosas todo el rato: 1º. que no me flipe; que hoy estas arriba y mañana muy abajo; que no tengo ninguna llave del éxito ni mucho menos; que la hostelería es muy complicada y hay que seguir teniéndole muchísimo respeto al negocio que hay detrás. Y 2º. que cada día te expones; cada día abres la puerta del restaurante y da igual lo que hiciste en el pasado; cada cliente lo es todo; da igual las estrellas Michelin o las veces que hayas ido a MasterChef. La vida tiene esta regla que hace que sea una vida dura pero excitante, ilusionante, que nos hace vivir enchufados todo el rato porque gracias a La Gabinoteca ahora sí sé que te puede ocurrir lo contrario.
Mi padre, que es muy de frases, siempre vivió con una suya y la llevaba de corazón consigo demostrándolo todo el rato:"Cada día es la inauguración”, nos decís todo el rato. Qué bonita intensidad de forma de ver la vida. Gracias Papá.