El calendario romano marcaba un fenómeno astronómico cinco días después de equinoccio de verano: la estrella principal de la constelación del Perro, Sirio o Canis maioris, era visible en el cielo justo antes del amanecer. Esto marcaba el comienzo de la época más cálida del año, que se identificaba con el nombre popular de la estrella: perrita o 'canícula', el nombre que seguimos dando a una fecha que abarca aproximadamente del 15 de julio al 15 de agosto.
Según recoge la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), la canícula corresponde al período en el que se alcanza estadísticamente la temperatura más alta del año. Como recordaba el meteorólogo José Antonio Maldonado en Meteored, no se le puede asociar una fecha de comienzo y final en base a la astronomía como hacemos con las estaciones. De forma natural, se han producido históricamente veranos en los que los picos de calor se han producido en fechas más cercanas a la primavera o el otoño.
No podría decirse, por tanto, que una ola de calor tardía como la cuarta del verano del 2023 que atraviesa en estos momentos España no entra dentro de la normalidad. Sin embargo, que la canícula sea la época más cálida del año implica que la concentración de olas de calor se produzca principalmente en la proximidad de estas fechas. Y este fenómeno ha quedado completamente desregulado con la proliferación de episodios de calor extremo cada vez más frecuentes y prolongados, y en meses cada vez más anómalos.
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Según los datos de la serie histórica que maneja Aemet, los veranos de los años setenta y ochenta no tendían a superar las dos olas de calor anuales, que tampoco excedían con frecuencia los cuatro o cinco días de duración. Esto facilitaba que se encuadrasen, tal y cómo predice la tradición. en los días de canícula. Eso no excluye las excepciones debidas a la natural variabilidad climatológica de la estación. Notablemente, en 1981 se registró una ola de calor en pleno junio, y en 1988 se produjo otra ya entrado septiembre.
A partir de los años noventa y con el cambio de siglo, la cantidad de olas de calor y su duración aumentan cada verano en España, pero siguen tendiendo a concentrarse en el entorno de la canícula. En 1994, 2001 y 2003 -el año en el que experimentamos una angustiosa ola de calor de 16 días, media canícula- hubo olas de calor adelantadas en junio. Y en 1991 y 2006 se presentaron a finales de agosto o en septiembre. En total, la tendencia es que los episodios de calor extremo significativamente alejados de la época de canícula sean aproximadamente tres por década. Sin embargo, esta estadística salta por los aires a partir de 2010.
Las olas de calor aparecen ya tempranamente en junio o a comienzos de julio en 2011, 2012, 2013, 2017, y 2019. Asimismo, se producen olas de calor tardías en 2011, 2015, 2016 y 2017, en las últimas semanas de agosto o las primeras de septiembre. Esto supone la triplicación del fenómeno en un proceso que se retroalimenta para elevar las temperaturas de forma generalizada. En 2022 la práctica totalidad de la canícula fue copada por dos olas de calor, del 9 al 27 de julio y del 30 de julio al 14 de agosto. Pero hubo una tercera temprana a mediados de junio que dio como resultado el año más cálido del siglo.
La quincena final de julio y la primera de agosto han tenido históricamente el "caldo de cultivo perfecto" para las altas temperaturas, explica Samuel Biener, climatólogo de Meteored. "Los días son muy largos, hay más horas de insolación, los vientos en esta época son débiles, las masas de aire cálido ascienden desde el norte de África... y la Península es un 'mini continente' que genera su propio calor en verano como su propio frío en invierno". Sin embargo, 2022 fue "excepcional" por el calor extracanicular. "Prácticamente, desde mayo a septiembre, se fueron sucediendo entradas de aire tropical continental muy potente para las fechas".
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Cada vez más prolongadas y extensas
En cuanto a la intensidad, la temperatura máxima alcanzada en cada ola podría inducir una idea errónea de continuidad: en 1975 ya se dieron 40,4ºC de máxima durante una ola de calor, no volvieron hasta 2004, se rozaron en 2012 y escalaron a 41,1ºC en 2017. Sin embargo, la ola de los setenta solo afectó a 14 provincias, las más cálidas tradicionalmente. Estos 40ºC, por tanto, supusieron una anomalía de 2,5 sobre la media.
Efectivamente, las zonas conocidas como 'sartenes de España' como el valle del Guadalquivir o Murcia baten esos récords con asiduidad sin que se declare la ola de calor, ya que la extensión territorial de estas temperaturas está acotada. Sin embargo, la extensión de los últimos episodios cálidos ha llevado temperaturas extremas a regiones que no deberían tenerlas, como el Pirineo o Baleares.
Las olas de 2022 "solo" registraron 38,1ºC de máxima, pero afectaron a 40 provincias, elevando la anomalía hasta los 4,5 puntos. "Un aviso rojo por calor en Mallorca o en el Ampurdán es algo bastante extraño, ¿no?", valora Biener en referencia a la ola de la segunda quincena de julio. Las mismas temperaturas máximas generalizadas que suponen 5 o 10 grados por encima de la media de los últimos 30 años en unas zonas implican un exceso de 10 a 15 grados en otras. "Eso es tremendo", concluye.