La antropóloga forense que fue violada de niña y cazó al mayor pederasta de Reino Unido por su fimosis
'Escrito en los huesos' recoge la historia de Sue Black, cuyo talento analizando el esqueleto le ha llevado a resolver decenas de crímenes.
13 noviembre, 2022 02:06El esqueleto es el elemento más duradero de nuestro cuerpo. Éste es capaz de conservarse durante siglos, lo que le convierte en el custodio perfecto de nuestros secretos, los cuales permanecen silenciados hasta que llega alguien capaz de descifrar eso que algunos han llamado "la melodía de los huesos". La metáfora, concretamente, pertenece a Sue Black (Escocia, 60 años), antropóloga forense, anatomista y actual presidenta del Real Instituto de Antropología de Gran Bretaña e Irlanda.
Su trabajo de investigación logrando que el esqueleto cante secretos se recoge ahora en el libro Escrito en los huesos (Capitán Swing), todo un manual de antropología forense en el que desgrana sus conocimientos en materia y los entrelaza con los casos más importantes de su carrera.
Es complicado quedarse con uno. Ni ella misma es capaz. Sin embargo, sí que hay algunos que han dejado huella, ya sea por ser un hito en su carrera o por haberle causado mella en su biografía personal. En el primer grupo, se podría situar el caso de Richard Huckle, el mayor pederasta del Reino Unido —y uno de los mayores de la historia— y para el que el trabajo de Black fue fundamental para conseguir su condena.
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Richard Huckle cometió sus tropelías desde 2006 hasta 2014. En el momento de su arresto, la policía le acusó de haber abusado en el país de más de veintitrés niños de entre seis meses y doce años de edad. Más tarde, se descubrió que entre Malasia, la India, Singapur y Laos abusó de casi 200. Incluso había elaborado un manual para pederastas, con la intención de publicarlo en la dark web. "Este caso aberrante llegó a mis manos en 2015, después de que Huckle fuera acusado de noventa y un delitos de abuso a menores de edad", recuerda Black.
Se le encomendó la tarea de examinar diecinueve imágenes y casi ocho minutos de vídeo para determinar si todos ellas mostraban al mismo criminal o si, en cambio, podía descartarse a Huckle como el culpable de estos actos. "Puede que ocho minutos no parezcan mucho, pero para examinarlo hay que separar cada fotograma y, como cada segundo de vídeo contiene varios, es fácil acabar trabajando con más de cincuenta mil imágenes. Si, además, muestran abusos infantiles, ocho minutos pueden resultar insufribles", describe la antropóloga.
Tras un trabajo exhaustivo, Black y su equipo lograron confirmar que Richard Huckle era la persona que se veía en las imágenes del delito. A pesar de que no mostraba el rostro —he ahí el quid de la cuestión— la antropóloga forense pudo identificarle en las fotografías a través de un método de análisis que busca coincidencias en características anatómicas, como las venas del dorso de la mano y del pene, las zonas de pigmentación puntiforme (lunares) de las manos, los antebrazos, los muslos, las rodillas y los pliegues en los nudillos de los dedos y las palmas de las manos.
Entre el 1%
Además, en este caso, había una clave diferencial. Tanto la persona de las imágenes como Huckle sufrían de fimosis, dolencia que afecta al 1% de la población masculina no circuncidada. "La mayoría de los adultos que la tienen deciden operarse para descomprimir el esfínter. Huckle no lo había hecho, con lo cual era aún menos probable que el agresor fuera otra persona", sentencia —y sentenció en juicio— Black.
Gracias a su trabajo, el pederasta fue condenado a veintidós cadenas perpetuas y a un encarcelamiento mínimo de veinticinco años antes de poder pedir la condicional. Nunca lo hizo. Murió en prisión a los tres años de ingresar asesinado por otro preso.
El método que Black utilizó para confirmar la identidad de Huckle le valió, por este y muchos otros casos, una mención al mérito policial. Su experiencia ha demostrado que cada detalle cuenta a la hora de pillar al asesino, hasta unas pequeñas líneas de Harris en el radio y la tibia de un niño de ocho años.
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Las líneas de Harris son unas líneas, valga la redundancia, que se producen en los huesos largos cuando se da una interrupción temporal del crecimiento longitudinal del hueso, normalmente, a causa de una enfermedad. Un día, mientras trabajaba en el depósito de cadáveres, reparó en el caso que manejaba un forense, el de un niño de ocho años que se había suicidado. Su colega estaba buscando, a través de las radiografías, huellas de fracturas que pudieran indicar algún tipo de maltrato, aunque, por el momento, no había nada que indicase algo fuera de la normalidad. "Recuerdo que, sin que nadie me lo pidiera, dije 'qué interesante', al distinguir tres o cuatro líneas de Harris recientes", escribe Black.
Su apreciación fue lo que comenzó un interrogatorio a los progenitores, en principio, en busca de alguna enfermedad que pudiera haber pasado el niño, hasta que el padre terminó desmoronándose. Al parecer, cuando era pequeño, su padre había abusado de él y sospechaba que ahora estuviera haciendo lo mismo con su hijo. La policía interrogó al abuelo, que finalmente terminó confesando. Las líneas de Harris del chico eran la respuesta al miedo y a la tensión que sentía ante la inminente visita de su abuelo.
Como puede apreciar el lector, el trabajo de Black ha sido esencial en decenas de casos de abusos sexuales, área en la que, por destino o casualidad, ejerció durante años. En varias entrevistas ha dicho que fue por casualidad, aunque la historia que cantan sus huesos dice lo contrario. "A menudo me pregunto si mi tibia o mi radio desarrollaron alguna que otra reveladora línea de Harris cuando tenía nueve años". Con esa frase es como la antropóloga comienza a narrar la violación que sufrió.
Líneas de Harris mentales
Fue en el hotel que regentaban sus padres a orillas del lago lonch Carron, en la costa oeste de Escocia. Un repartidor de comida la abordó de repente y allí, en un rincón, sucedió. Nunca habló de ello, hasta ya entrada en la edad adulta. De niña, vivió coaccionada por el miedo y las amenazas de aquel hombre. "Mis líneas de Harris mentales me acompañarán toda la vida, pero he aprendido a vivir en paz con ellas y aceptarlas como una parte de mí", termina su historia.
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Desde entonces, confiesa que pocas veces ha vuelto a sentir el miedo. Una de ellas fue durante el juicio contra Gianfranco Stevanin, más conocido como el Monstruo de Terrazzo, un violador y asesino en serie italiano que fue condenado por la muerte de seis mujeres.
La tarea de Black fue dar fe de que los cadáveres que se habían encontrado se correspondían con las fotos que se habían hallado en la casa del acusado. Lo hizo a través de la técnica de la superposición, un método de medicina forense que fue determinante en otro famoso juicio, el del doctor Buck Ruxton por el asesinato de su mujer. Ése remonta a 1935, año en el que un equipo de médicos, dirigidos por John Glaister Junior, consiguió una condena por asesinato superponiendo una fototransparencia de un cráneo sobre la fotografía de la víctima para probar que el hueso encontrado pertenecía a esta.
"Testifiqué, interpreté mediante y me retiré a un asiento desde el que pude presenciar el resto del juicio. Al final del día escoltaron al prisionero fuera de la sala. Cuando se acercaba a mi asiento, ralentizó el paso a propósito y giró la cabeza para mirarme con dureza durante un buen rato. Curvó la boca hacia arriba para esbozar una fría sonrisa que no se extendió a sus pétreos ojos. Se me heló la sangre". Así describe Black cómo fue amenazada por el Monstruo de Terrazzo. Él todavía está confinado en la cárcel de Sulmona de los Abruzos.
Complicada también, pero por otros motivos, fueron las labores que ha desarrollado en identificación de víctimas en varios conflictos bélicos. Las cosas que ha visto en Kosovo, Sierra Leona e Irak no se olvidan.
El informe Da Silva
En el libro, guarda un lugar especial para uno en específico, el de Siria. En 2014, un despacho de abogados internacional solicitó sus servicios para un asunto de lo más secreto. Sin saber muy bien de lo que se trataba, dijo sí, y eso la llevó a viajar más de siete mil kilómetros, concretamente hasta Catar. Este país había estado ayudando y dando cobijo a los rebeldes sirios levantados contra el régimen de Bachar Al Asad y también era el lugar en el que se escondía Caesar, el hombre que consiguió salir del país con más de 55.000 imágenes que demostraban las torturas sistemáticas del gobierno.
Bueno, eso era lo que debía determinar Sue Black, si esas imágenes eran reales y si daban signos de que realmente se estuvieran violando los derechos humanos en el país. El resultado del trabajo de la antropóloga forense y el resto del equipo cristalizó en el informe Da Silva, un documento entregado a la ONU con el fin de poner fin al terror del país. "El Gobierno sirio y los insurgentes del Estado Islámico están cometiendo crímenes de guerra y lesa humanidad", concluyó el organismo encargado de velar por la paz internacional. A pesar de eso, hasta la fecha, no se ha obtenido ningún resultado claro. Mientras, Sue Black, ha seguido escuchando la melodía que cantan los huesos.