Ha cruzado su propio Rubicón y la suerte, en este caso, no se sabe muy bien si está echada para él o para el resto.
Pedro Sánchez ha ido anestesiando de incredulidad a la población con un nuevo escándalo que hacía parecer menos grave el anterior.
En su metamorfosis kafkiana, Sánchez ha pasado ya de ser César a Nerón. Y durante todo este proceso ha tenido delante, que no enfrente, primero a Casado, que se confundió de enemigo e intentó acabar con Ayuso; y luego a un Feijóo tan moderadamente moderado, que parece que estuviera esperando a recoger las nueces de la situación en vez de enfrentarse a ella.
Da esa sensación de que anda Feijóo esperando a que sea Abascal quien se desgaste dando la batalla política y judicial contra el emperador Sánchez, porque sabe que en política la dignidad no hace presidentes.
Pero quizá se equivoque el gallego si con esa moderación que roza la pasividad busca hacerse con el voto del socialista que se siente traicionado por los desvaríos de Nerón Sánchez. Porque esa estrategia para sumar votos para las próximas generales se da de bruces con la contundencia que su electorado le pide para acabar con quien ha hecho de España su Roma particular.
Ha salido el indómito Abascal a buscar aliados en su segundo anuncio de una moción de censura contra la demolición del Estado iniciada por Sánchez, sabiendo que si se suman los demás habrá conseguido acabar con el estigma de la extrema derecha; y si no lo hacen, quedarán PP y lo que queda de Cs retratados como aquellos que, una vez más, se quedaron inmóviles mientras ardía Roma.
Entretanto, Page y Lambán escenifican un atisbo de valentía y anuncian dar un paso adelante en contra del despotismo de Sánchez. Pero cuando han de meterse en las aguas que laven su obediencia servil y cómplice, se echan atrás y sólo se atreven a meter un pie. Que su amo los observa y podrían acabar como Séneca. O como Leguina. Porque no es el momento de tirarse al agua. Nunca lo es.
En Castilla y León, el joven Tudanca, el eterno aspirante a presidente, en un alarde de valentía mostró su disconformidad con la decisión de Nerón Sánchez de modificar el delito de malversación para evitar que los delincuentes con los que gobierna pudieran acabar en prisión a cambio de ganarse el apoyo para perpetuarse en el poder.
Sánchez se ha convertido en el Nerón sin escrúpulos que ve arder Roma mientras echa la culpa a los cristianos. Se mueve con absoluta normalidad entre delincuentes y filoetarras, porque ambas partes han acordado servirse la una a la otra, cada cual para su propio fin y en el camino se han ido mimetizando, casi sin darse cuenta.
Sánchez va comprando voluntades y castigando las disidencias allá donde va para conseguir como buen caudillo la lealtad forzada, la reverencia y la sumisión del esclavo. Es la manera que tienen de gobernar quienes saben que sin trampas no podrían ganar nunca.
Sánchez ha comenzado una huida hacia delante en el que sabe es su último aliento como presidente del Gobierno. La separación de poderes es el obstáculo de los tiranos y lo que les queda a las democracias de Occidente, tan pusilánimes, acomplejadas y frágiles, tan tendentes al suicidio por cobardía.
Cuatro años gobernando con el báculo del decreto ley porque para él la ley era la imagen que le devolvía el espejo del cuarto de baño del Falcon.
Creyó sentirse Nerón el hombre más poderoso de Roma. Y lo fue mientras pudo seguir controlando al Senado. Luego llegó la desolación y la Historia juzgó al criminal. Roma prevaleció a Nerón. Y España lo hará a Sánchez.