El mal trabajador siempre está buscando un pretexto para, dicho en lenguaje cuartelero, escaquearse. Lo tiene fácil en la Administración Pública, donde el absentismo es plaga. Pero existe en el polo opuesto un tipo de individuo que cada vez visita más al psiquiatra.
Sí, algunos dirán que quienes no encuentran mejor forma de realizarse que trabajando compulsivamente están de psiquiatra. El quehacer remunerado es básico en la vida; no obstante, los dos extremos son patológicos. Escribió Gregorio Marañón que se toma a veces como el bromuro o la aspirina y que, igual que estos, puede llegar a enviciarnos. Por cierto, él dijo ser "un trapero del tiempo", es decir, un gran trabajador. Suponemos que sin enganche. De lo contrario, "consejos doy, para mí no tengo".
Es posible que a poco que se indague en las vidas de estos adictos se descubran carencias fundamentales. Para una persona equilibrada el trabajo es el medio de ganarse el sustento y desarrollar su capacidad de contribuir al bien común. Nada más.
De esta adicción dice Rafael Redondo en Más allá del individualismo que "el individuo adicto al trabajo, ése que se autoidentifica como yo soy empresa, para diferenciar así su motivación especial para trabajar, invierte su vida en aras de una idea casi siempre etérea que, en el fondo, desvela su incapacidad para poder vivir de otra manera".
Adicción que podemos definir así: aquella circunstancia en que el medio se vuelve fin, cuando el rico poliedro vital se hace unidimensional. Es entre los trabajadores de la empresa privada donde alcanza su mayor cota: cantora del éxito individual, de la feroz competencia por encima de todo, favorece el caldo de cultivo en que bracea esta adicción. El trabajador que quiera mantener o elevar su estatus queda convertido en un cascarón, sonriente para afuera y vacío hacia adentro. Tenemos un doloroso divorcio entre la imagen dada ante los superiores y los clientes, abundante en sonrisas fingidas, y la miserable situación psíquica resultante de la represión de todo aquello mal visto por la empresa.
Algunos viven permanentemente instalados en ese simulacro de vida. Pero para otros llega el día en que el conflicto larvado emerge porque no pueden seguir en la ficción. Se dan cuenta de que habían estado tributando un elevado coste en pos de una quimera, se sienten repentinamente vacíos y apesadumbrados. La "filosofía de empresa" los había calado hasta los tuétanos, habían reprimido los aspectos de su personalidad que no iban en la dirección de la "personalidad colectiva de la empresa".
A veces escuchamos a alguien decir que tiene su vida deliberadamente absorbida por el trabajo, y tendemos a pensar que su dedicación es virtud. Solemos estar con frecuencia, sin embargo, ante una persona carente de un entramado afectivo en la familia, en las relaciones íntimas y en las amistades. Incluso si el trabajo es de los denominados "creativos," si se toma como droga señala alguna de esas carencias, porque la vida es más ancha que el trabajo.