José Ramón Fernández en la Muestra de Alicante, las consecuencias de escribir sobre el dolor extremo
El horror de los campos de exterminio o el de los refugiados que esperan en el Puerto un barco que los salve implica un coste emocional que el autor asume.
14 noviembre, 2021 01:13Noticias relacionadas
Los gritos en la noche por las pesadillas que sufría un familiar superviviente del campo de concentración de Mauthausen fueron punto de partida de J'attendrai. Su autor, José Ramón Fernández, ha recibido el homenaje de esta Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos y explica cómo se escribe sobre lo que no se puede escribir y cómo se sobrelleva.
En este viaje emocional, Fernández recuerda una parada anterior. La llegada de El laberinto mágico a Alicante. Su adaptación de las novelas de Max Aub hizo que el Centro Dramático Nacional saliese por primera vez de gira para representarse en las ciudades que fueron escenario de los textos. "Fue algo muy bello", recuerda de aquel "emocionante planteamiento".
¿Da miedo tocar los frágiles recursos en los que se adentra en J'attendrai? "Siempre me he planteado llegar al conocimiento a través de la emoción". Y eso lo asumía como una labor complicada. "En teatro tienes muy poquito tiempo para desarrollar un asunto, tienes diez mil palabras... Entonces, las emociones son una carretera más directa y rápida para que luego rumies todo lo que te ha pasado".
La memoria del campo de Mauthausen abre esta reflexión sobre "la historia y lo peligroso que es dejarse llevar por una pendiente hacia la barbarie". A todo eso, razona, "se llega mejor desde una llamada de la emoción". Un reto en el que se embarcaba casi a la vez que con la mencionada del CDN, "aquel encargo brutal que me hizo Ernesto Caballero".
El horror
Así se encontraba "zambulléndome en una memoria que tenía muchos momentos de horror". Hasta tal punto, "que en una ocasión me desperté llorando porque estaba soñando que estaba en el Puerto de Alicante". Y cuando Fernández lo recuerda, te mira con la intensidad de quien ha pagado un peaje emocional por meterse en la piel de esos personajes para recrearlos en los escenarios.
"En el caso de J'Attendrai y El laberinto, la verdad es que lo pasé muy mal porque son territorios muy duros y para trabajar sobre ellos me documenté mucho", cuenta. Ese proceso lo trató también con la castellonense Antonia Amo, quien preparó un trabajo sobre los autores españoles que han escrito sobre los campos de concentración. "Y si te metes en ese territorio tienes que entrar y salir. Cuesta mucho trabajo. Hay que pensárselo antes de entrar en una historia así".
Es el precio que paga porque asume que "una de las partes que caracterizan el trabajo que hago es que soy muy meticuloso, muy pesado a la hora de echar cuentas. Y en teatro, como tienes tan poco espacio, es una labor de orfebre. En una frase, un gesto, tienes que decir muchas cosas".
Eso implica mucho "limar, volver a pesar, medir... una palabra y otra". Esa carga personal después se comparte y "toma el peso y el aire en los actores, en su cuerpo y su voz. Lo fantástico es cómo gestionan ellos la emoción".
La fascinación
El detalle en el que habla de ese proceso parece acercarlo a esa idea de dirigir sus textos que suele rechazar. "Si esto se hace en equipo, cada uno aporta cosas que él otro no tiene", explica sobre esa voluntad de mantenerse como dramaturgo. "He visto montajes míos con algunas soluciones que ni me podía imaginar, con unas no estaba de acuerdo aunque veía que eran inteligentes y tenían sentido, y otras me han fascinado".
Y ahonda en esa admiración franca por ver la expansión del trabajo a partir de los demás. "He tenido el privilegio de que, como algunas obras mías se han puesto en distintos países o producciones, he podido ir viendo muchas versiones del mismo personaje. Que en cada cuerpo y voz llegue a matices y emociones diferentes de alcanzar al espectador. Y eso me parece muy interesante. Lo mío es una parte de esa obra de arte que va a ver el espectador".
De ahí que resalte que "hay muchos hechos artísticos" en ese proceso de montaje. Y por ello, si pasara a dirigir sus propios textos, una tendencia cada vez mayor entre los dramaturgos, "es muy probable que sea más o menos lo que pensé cuando la escribí". "Para dirigir precisas una gran cultura. Y mi cultura es discutible", señala risueño.
Al final, todo ese trabajo en común tiene un fin. "En cualquier obra si encuentras el momento en el que la emoción conecte con el espectador y se la lleve a casa en el estómago, ahí es donde has tenido éxito. Eso es lo que tenemos que conseguir con las obras. Y en estas, que son más duras y tienen que ver con tragedias que no son tragedias horribles de la historia sino de cada uno, se sale pensando en su familia, como le pasó a los que vieron El laberinto mágico en Alicante".