Leyendo calificativos del que fuera mano derecha del actual presidente del Gobierno, que fue destituido de su cargo de ministro de Transporte, Movilidad y Agenda Urbana, en julio de 2021, sin dar demasiadas explicaciones, bueno, para ser honestos, ni pocas ni muchas, ninguna; cualquiera diría que formaba parte del llamado Gobierno más progresista de la historia.
Desde "picaflor", "mecenas del amor", o "las mujeres de Ábalos", describen al personaje que, al parecer, con cargo al heraldo público, daba cobijo y trabajo a varias mujeres. Eso sí, solo por lo que respecta a la remuneración salarial, porque, por obra y gracia del designante, quedaban eximidas de la obligación de cumplir con el puesto.
Desconozco la procedencia del manual del progresismo consultado para ejecutar tales hazañas, pero igual hubiera sido de agradecer un trato igualitario de condena al más rancio de los machismos que todavía habitan en nuestra sociedad y no que, según de donde sopla el viento, se enarbolan las banderas del feminismo o se dejan a media asta por el compañero caído en la tentación. Porque él, progre hasta la médula, no quería, pero su virilidad lo hizo rebelde.
Y, en este orden de cosas y de la misma procedencia del progresismo de pancarta, llega la sanción de la Unión Europea por no aplicar el permiso parental de ocho semanas que esta misma semana se ha hecho público; y, además, día que pasa, como consecuencia de la inactividad del Gobierno, va incrementando la cifra.
Cada vez son más visibles las grietas entre la coalición y se van sumando las causas por las que la Vicepresidenta, Yolanda Díaz, queda como apestada por el resto de compañeros que aunque también progresistas parece que no lo son tanto.
Lejos de asumir mandatos europeístas, como así lo exige la líder de SUMAR, mantiene posiciones que, igual, hasta resultan un tanto capitalistas.
Esa apisonadora, el capitalismo, que solo puede defenderse desde posiciones liberales, neoliberales y, por supuesto, conservadoras, pero nunca desde la banda de la social democracia en pro de la clase obrera.
A esto hemos llegado por la ya incluso normalizada polarización política. Que los puntos debatibles se conviertan en aristas capaces de romper el dialogo y la concordia; pero del que enriquece la sociedad, no del que se rige a golpe de talonario en forma de prerrogativas que son cuanto menos agravios comparativos territoriales; estos sí que son válidos.
Y, ante este escenario, casi que mejor que quedarnos con las cosas del progresismo nos quedemos con las cosas del querer y nos deleitemos con el gran Manuel Bandera cantando eso de: "Son las cosas de la vida, son las cosas del querer. No tiene fin ni principio. Ni tiene cómo ni por qué". Los espectáculos para los profesionales.