Lo que está ocurriendo en el seno interno del PSPV es todo menos democrático. Pero, aunque parezca sorprendente, es muy propio, más de lo que gusta reconocer, de la denominada democracia interna de los partidos, que se caracteriza precisamente por ser flexible y moldeable.
Unas cualidades irrenunciables para el aparato del partido, mecanismo que se pone en marcha a la orden del mando supremo, aunque se llame Comisión Nacional de Ética.
Sin embargo, nada tiene que ver con la definición de democracia contenida en cualquier manual de ciencia política, entendida como forma de gobierno donde el poder político reside en la soberanía del pueblo.
Por ello, una máxima de la democracia es la participación ciudadana, y, por supuesto, el respeto por su elección, ya que no existe ente supremo que valore la conveniencia o no de los resultados obtenidos bajo todas las garantías democráticas.
La elección del líder por la militancia, cuán poético resuena y que gran expresión de democracia, eso sí, cuando se hace efectiva, no a golpe de cierre de candidaturas o de repetición de elecciones hasta que el resultado sea el deseado.
Carlos Fernández Bielsa, tras la paciente espera y el marcaje temporal tan necesario en política, hace apenas unos días que se alzaba con la posición de vencedor de las primarias para secretario general de la provincia de valencia del PSPV.
Pero, el sabor a dulce victoria pronto se ha desvanecido, ante el Goliat aplastante a su paso, guiado por las ansias de mantener su poder hegemónico expandiendo sus tentáculos territoriales con ministros y ministras a las cabezas.
Llegados a este punto, entre los partidos políticos que directamente no cuentan con una elección abierta, asamblearia, a través de primarias, y los que recogiéndolo estatutariamente omiten su cumplimiento real y efectivo, podríamos afirmar que eso que hemos titulado "democracias internas" es una falacia.
Que grande nuestro Refranero Español cuando dice: "Consejos vendo que para mi no tengo". Ahora, extrapolándolo al ámbito de los partidos políticos podríamos acuñarlo como: "Democracias exijo que para mí no tengo".
Definitivamente, el partido socialista ha perdido toda credibilidad en defensa de la voz del militante, de la elección por las bases, y toda retórica que, como consecuencia de sus propios actos, suena ajena y lejana a unos hechos que en el territorio valenciano se está viviendo, y que distan mucho de poder ser reconocidos como el ejercicio más simbólico de la democracia interna de los partidos políticos.
Lo contrario a democracia se llama autocracia, precisamente porque el poder ya no se encuentra repartido entre todos y cada uno de los miembros de una sociedad, sino que se concentra en una única persona que ejerce todo el poder, el supremo pontífice.